La inseguridad que ahoga a Tucumán ha plantado una profunda grieta en la que caemos todos, dominados por las emociones. Emociones que afectan el entendimiento para reflexionar sobre lo que ha ocurrido con el homicidio del niño Facundo Ferreira, que recibió una bala policial en la nuca. ¿El policía que mató a Facundo Ferreira se excedió o cumplió con su deber, como dijo el ministro de Seguridad, Claudio Maley? ¿Facundo estaba en El Bajo a las dos de la mañana viendo picadas o buscando motos que robar, como dijeron los policías y consideró probable la fiscala Adriana Giannoni? ¿Él y su compañero en la moto, J. A., dispararon contra los agentes, como apuntan los policías y parece corroborar el dermotest? Finalmente, aunque hubieran disparado, ¿corresponde semejante respuesta? Esta tragedia coincidió con debates nacionales a propósito de la actuación policial, surgidos a partir del caso Chocobar, a raíz de que organismos de derechos humanos están difundiendo cifras en reación al aumento de la violencia estatal y de los casos de gatillo fácil. Hay respuestas institucionales: hace unos días se publicó en “Clarín” que disminuyeron a la mitad las cifras de civiles muertos en enfrentamientos con agentes de fuerzas federales y ayer la ministra de Seguridad nacional, Patricia Bullrich, tiró una cifra más audaz: “hemos bajado un 60% las muertes en enfrentamientos entre policías o gendarmes y delincuentes”. Además, dijo que en nuestro país “no hay ningún caso de gatillo fácil” y en referencia a la muerte de Facundo dio una sentencia lapidaria: “el que decide la acción violenta es el responsable de la violencia”.
Diferentes paradigmas
La defensa de la ministra no achica el tamaño de la grieta sino que simplifica, con mirada maniquea, el problema, que tiene demasiados interrogantes y misterios, todos vistos desde diferentes paradigmas. Los policías involucrados en esta muerte, Nicolás González Montes de Oca y Mauro Gabriel Díaz Cáceres, ¿están bien preparados para enfrentar situaciones de conflicto social? Según informes de la Justicia, tienen dos años de experiencia como agentes de calle. ¿Cuánta práctica de tiro tienen? Hay que recordar que el intendente de Yerba Buena, Mariano Campero, dijo hace un mes que los policías tucumanos hacen, promedio, 16 tiros de práctica al año, cifra que no ha sido desmentida ni corroborada. Pero cuando el ministro de Seguridad enumeró (ante la comisión legislativa de seguimiento de la emergencia en seguridad) las carencias de la Policía mencionó que no tiene chalecos antibalas (los que hay están vencidos), que tiene armas viejas y que no hay presupuesto, de lo que se infiere que no han de tener balas para hacer prácticas de tiro. ¿Cómo se aplica esto en los noveles agentes Montes de Oca y Díaz Cáceres? ¿Tienen práctica y armas nuevas? Sea como sea, uno de ellos tuvo la puntería para impactarle desde una moto un balazo en la nuca a un niño de 12 años que huía en moto mientras -según dicen- este les hacía disparos con un arma, no se sabe cuál. Se dice que se encontró en el lugar un revólver 22, pero no se sabe que tenga las huellas de Facundo, ni que el único casquillo hallado (además de los de las pistolas 9 mm de los agentes) corresponda a esa arma.
Pocos elementos
Son conjeturas, como también lo es la causa de esta tragedia: los agentes dicen que fueron al Bajo -donde algunas noches se juntan cientos de chicos para hacer picadas en moto- ante la sospecha de que este grupo en que estaba Facundo iba a robar motos. Según fuentes judiciales, se esperan testimonios de personas que hayan sufrido el robo de sus motos. En cuanto a las cámaras de vigilancia de la zona, que según se decía en los últimos días iban a corroborar el supuesto tiroteo, ahora se supo que sólo registraron los momentos previos a la persecución. La historia, de la que por ahora sólo hay datos a partir del chico que estaba con Facundo, precisa de otros testimonios. Habría al menos un testigo y el miércoles próximo declararán los policías. Hasta ahora hay pocos elementos más. La fiscala dijo ayer que en las dos manos, en la remera y en el pantalón de Facundo hay huellas de pólvora. Eso indicaría que disparó un arma, dijo Giannoni, si bien no está dicho que haya sido en tiroteo con la Policía. Facundo no tenía antecedentes: la fiscala dice que pidió informes en la justicia de Menores. El otro chico sí los tiene: estuvo involucrado en el asalto y la muerte del policía Leandro Meyer en Las Talitas hace dos años. En cuanto a los policías, uno tiene una causa por presunto exceso.
Armas por doquier
A esta mezcla se suma el cortejo fúnebre con tiros al aire, que no sólo derivó en una denuncia de que un policía que estaba en el jardín de infantes “Pollitos azules” resultó herido por una bala perdida sino que se sumó al temor general que hay en estos días por las despedidas salvajes que muestran que en barrios atosigados por la pobreza cunden las armas y son frecuentes las expresiones de vidas atravesadas por la violencia. tal como lo planteó el fiscal Washington Navarro Dávila, cuando lanzó un alerta por el mercado negro de armas. “Es preocupante que la población civil cargue con tanta cantidad de armas”, dijo. ¿Cómo se juzga eso? Giannoni fue cauta ayer. Aclarando que no hablaba de Facundo, dijo que es común que los niños en los barrios sumidos en la marginalidad tengan armas como juguetes. Pero aclaró que también se ha visto que “gente que anda en 4 x 4 lleva armas como si nada, y sin declarar”. Elementos que han sido también destacados por asistentes sociales como Emilio Mustafá, que trabaja en los barrios más hundidos -Los Vázquez, Costanera, Antena, “El Sifón”, “La Bombilla”- y que advierte que la droga y las armas circulan sin freno por esos lugares. La familia de Facundo niega que sea el caso de este niño.
Envueltos en miedo
Nada de esto explica en su totalidad la tragedia. Han aflorado los estereotipos que hacen tan frustrada a nuestra comunidad: El del policía mal preparado y discriminador, listo para ejercer control social con violencia. El del menor delincuente que sale a asolar en moto por las noches. El de la autoridad ineficiente que no sabe qué hacer frente a la ola de violencia, como no sea hacer operativos insolventes y -con frecuencia- equivocarse a balazos. En el medio, violencia creciente, 35 homicidios en lo que va del año, medidas de apuro como la ley “antimotoarrebato” y la decisión de construir módulos en la cárcel para descomprimir las comisarías hacinadas y la misma penitenciaría. Y la sociedad envuelta en el miedo. Ese es el caldo en la grieta.
La salida no es fácil. A nivel policial, se ve que por lo menos hay que revisar si hay protocolos de actuación frente a situaciones conflictivas como las picadas y cómo se están aplicando. Ya el ministro de Seguridad trató de aclarar en la Legislatura que sí había protocolos de uso de armas de fuego, pero fue una aclaración desafortunada porque se trataba del caso del comisario Alfredo Pineda, acusado por la Justicia por entrar en la casa de una persona y balearla por la espalda y luego fraguar un acta diciendo que había sido un ladrón sorprendido en casa de un vecino de Los Sarmiento. Estas incertezas en realidad alimentan la sospecha sobre la conducta policial. Y muestran un Estado que no se preocupa por cambiar los métodos, que causan escándalos y tragedias con demasiada frecuencia.
Abandonados y estigmatizados
A nivel social es todavía más complicado. No sólo se trata de que hay 186 asentamientos de emergencia en Tucumán, donde viven 148.230 personas, como señaló Maximiliano Molina, director de la organización Techo, sino de que la acción del Estado en esos lugares y con esa gente es ineficaz. Por eso las circunstancias no cambian (barrios como La Costanera y “La Bombilla” siguen siendo altamente inseguros, sitios de constante violencia y homicidios) y la exclusión y la estigmatización son dramáticas.
La salida no es policial y las tareas de desarrollo social y educación son escasas, desarticuladas y sin conciencia clara de los objetivos a lograr. De vez en cuando aparece algún milagro, como el del ex pibe chorro Camilo Blajaquis, que salió el estereotipo de la violencia y la inferioridad con el arte... pero gracias a un profesor. “A mí, si no venía a ayudarme alguien... yo solo no logré nada, ¿eh?”, le dijo a LA GACETA (14/6/17). El gran inclusor que ha sido la escuela, y del cual se prenden todos los funcionarios para justificar la política que encaran pero no para explicar la violencia, está fallando. En la nota “La escuela no puede compensar la trama mafiosa de la marginalidad” (”La Nación”, 14/3), la investigadora Guillermina Tiramonti (también asesora presidencial) dice que los datos del censo 2010 ya marcan que el título no ayuda a salir de la marginalidad a los desocupados que viven en villas de emergencia. Si uno tiene título y dice que vive en una villa, tendrá que seguir ganándose la vida con el cartoneo o las tareas que hacía, dice. Lo que los salva es la palanca o la ayuda de alguien, como en el caso de Blajaquis. Frente a ese título frustrado -que podría explicar la deserción escolar o la escasa eficacia de la inclusión educativa- está el daño de varias generaciones de marginalidad y las redes de los que trafican droga, armas, que organizan ferias informales en las villas y encajan perfectamente en una cultura absolutamente diferente que espanta al hombre que vive en otra sociedad más integrada.
En esta grieta profunda están los policías que mataron a Facundo y este niño muerto, que está siendo investigado para ver si era un delincuente precoz. Una grieta que nos hunde como sociedad en los dolores de la inseguridad.