Los árbitros tienen hoy mejor estado atlético, casi impecable en muchos casos. Pueden recurrir al VAR en varias Ligas. Y cuentan también con asistencia psicológica y hablan inglés. Sin embargo, aún aceptando la convivencia inevitable con el error, siguen faltando cosas. Por un lado, un trabajo mental que ayude al árbitro a que no sienta temor de sancionar según la camiseta ni a compensar un eventual error, temas de estos días en los que se sospecha de un Boca protegido. Por otro lado, cabeza al margen, se puede mejorar además el uso de la tecnología, usarla “para trasparentar y no para oscurecer”.
Lo dice Javier Castrilli, el árbitro “diferente” del fútbol argentino por su utilización siempre estricta del reglamento. Porque, con Castrilli, un foul era foul adentro y afuera del área, al minuto que fuere, del jugador que fuere y llevara la camiseta que llevara. Por algo Castrilli, retirado en 1998, tras el Mundial de Francia, era el árbitro que pedían los clubes grandes si debían visitar canchas difíciles. Y los clubes chicos si tenían que ir a la casa del poderoso. Castrilli no daba garantías de un arbitraje perfecto, porque algo así es imposible. Pero sí de ecuanimidad.
Ya en su “cuarto o quinto” partido en Primera, un Rosario Central-Estudiantes con estadio lleno, Castrilli vio cómo jugadores de ambos equipos, apenas comenzado el partido, se trenzaron en peleas e insultos que provocaron una interrupción de casi 10 minutos. “Ya está, juez”, le dijeron ambos capitanes apenas restablecida la calma. “¿Seguros que ya está?”, les dijo Castrilli.
Acto seguido, echó a los dos capitanes y a dos jugadores más. Cuatro expulsados. Los insultos siguieron durante largos minutos. Cuando iba hacia el túnel terminado el primer tiempo, Castrilli recuerda haber escuchado uno de los insultos más graciosos que dice haber recibido en toda su carrera. “¡Volvé al neuropsiquiátrico de donde te escapaste!”.
Lo dice riéndose a carcajadas en un viernes de charla radial. Pelo suelto, bermuda y anteojos para sol. Lejos del “sheriff” engominado, que trataba a todos los jugadores de “señor”, evitaba todo diálogo con ellos y lucía siempre impertérrito, echando a Diego Maradona con la camiseta de Boca o a cuatro jugadores de River en el Monumental.
“Lo del fijador era para que el pelo no me cayera a la frente y tapara la visión. Lo de ‘señor’ era para no hacer diferencias con nadie y los gestos… la extrema concentración hace que te alejes de la preocupación por las formas externas. La adrenalina hace lo suyo y las facciones en el rostro es cierto que no eran las mejores. Cuando a veces me invitan a charlas lo que más le aconsejo al árbitro de hoy es que tenga un cuidado extremo con su lenguaje corporal”.
Lo más gracioso es que aquel Castrilli rígido se permite contar hoy diálogos y situaciones que pocos podían imaginar. Como en un Rosario Central-Racing, cuando, ya listo para iniciar, advirtió que había olvidado el silbato en el vestuario. Inventó una situación con jóvenes asistentes dentro de la cancha para decirles que no podían estar ahí. A uno de ellos le pidió en voz baja que le buscara el silbato. Nadie se dio cuenta, solo Omar Palma. “Te olvidaste el pito”, le dijo el capitán de Central en voz baja.
O la anécdota del “Loco” Desio, de Independiente, que segundos antes de iniciar un partido contra Argentinos le pide que no lo amoneste porque una nueva amarilla implicaría suspensión y precisaba estar en la fecha siguiente, para cobrar y poder pagar así la cuota del departamento. Apenas comenzó el partido, Desio fue con todo y recibió amarilla. “Noooo, Javier, noooo, por culpa tuya no voy a poder pagar el departamento”.
Desio mantuvo su lamento hasta el último minuto. Castrilli se admite hincha de San Lorenzo, de ir a los entrenamientos y admirar al Toscano Rendo, y hasta se ríe hoy de sus errores, como en un Boca-River de Libertadores en el que cobró una y otra vez faltas contra el “Burrito” Ortega. Los jugadores de Boca le decían que no lo tocaban, que se tiraba solo. Dudó. Sobre el final, Ortega voló otra vez y entonces él cobró indirecto para Boca y amarilla para el “Burrito”. A la noche, la TV le mostró que el “Burrito” había simulado todas las faltas que él había cobrado, menos la última, justamente la que él no sancionó. “Te querés matar, te sentís como el demonio, porque un error es una injusticia”, admite.
Y allí aparece el Castrilli otra vez serio y profundo, el que dice que el VAR está siendo mal usado. Porque la revisión no puede provocar tanta demora y no debería estar a cargo del propio árbitro, sino del asistente encargado del VAR, que tendría que avisar una vez terminada la jugada y ya convencido si un fallo debe rectificarse.
Lo dirá en el Mundial de Rusia, al que viajará otra vez invitado para trabajar con la TV hispana en Estados Unidos. “El fútbol -dice- es una cantera permanente de mensajes, un agente socializador por la importancia que tiene en nuestra sociedad. Y el reglamento es claro, dice ‘deberá amonestar’ y no habla de minutos ni de camisetas”.
Castrilli recuerda: “nunca me arrodille ni ante el presidente de la Nación. En ese sentido -afirma- soy indómito”. Por momentos, es el Castrilli de siempre. El árbitro diferente. Irrepetible.