Imprevisión. Indiferencia. Apatía. Exceso de confianza. Negligencia. Impericia. No suelen ser buenas compañeras y a menudo constituyen algunas de las causas de percances que pueden conducir a la muerte. “No va a pasar nada” es una expresión que se escucha con frecuencia y que intenta minimizar un riesgo determinado. Quizás en el campo afectivo y ante, por ejemplo, una operación quirúrgica, puede ser un respaldo, implicar una dosis de confianza, pero cuando se trata de una obra pública que presenta roturas que implican un potencial peligro, se deben tomar todos los recaudos necesarios para que nadie salga dañado.
El 11 de enero pasado, un changarín se tiró 15 metros abajo, desde un puente sobre el río Gastona, para salvar a una niña que siete años que se estaba ahogando. Afortunadamente el episodio tuvo un final feliz. Solo entonces las autoridades decidieron clausurar la circulación por el puente, ubicado en el acceso norte de Concepción. Los vecinos habían dejado de utilizar la pasarela peatonal porque había quedado en malas condiciones desde las inundaciones anteriores.
En el trayecto de la obra de arte de 375 metros de puente faltan 30 baldosones de cemento, y en algunos tramos han desaparecido dos o tres juntos, según constató un periodista de nuestro diario. Hay huecos de hasta 1,65 metro; la niña se cayó al río porque en la pasarela faltaba un baldosón de 55 centímetros de ancho por casi un metro de largo, espacio suficiente para que caiga cualquier adulto de contextura física media. Una vecina dijo que “el puente es un peligro; a la pasarela peatonal la hicieron hace algunos años y nos daba tranquilidad, pero desde la última crecida ya no se la podía usar. Solo los changuitos se metían, por traviesos”. La falta de mantenimiento del puente y la ausencia de señales viales sobresalen a simple vista. Es un paso exclusivo para motocicletas, pero en la práctica lo emplean desde autos hasta tractores.
Da la impresión de que los tucumanos esperamos que suceda algún suceso para preocuparnos y tomar alguna medida. Por ejemplo, en diciembre de 2015, el anegamiento del puente del Central Córdoba, en nuestra capital, se llevó una vida y hubiesen sido más de no haber intervenido ciudadanos solidarios y los bomberos. Ningún funcionario supo explicar entonces qué se había sacado y no se había repuesto el cartel que advertía sobre el peligro. A lo largo de sus 142 años (el puente se inauguró el 28 de septiembre de 1876), se registraron grandes anegamientos bajo el puente -el agua suele superar los dos metros de altura durante las lluvias copiosas- y se registraron varias víctimas. La última tragedia obligó a las autoridades a tomar medidas preventivas y es de desear que no vuelvan a repetirse estos infortunios.
Afortunadamente, el río Gastona no se llevó la vida de su niña y de su salvador. No basta con clausurar la circulación en el puente que es una trampa mortal, sería importante que las autoridades se ocuparan de repararlo. Varios de los puentes que sucumbieron en las inundaciones de 2015, no tenían ningún tipo de mantenimiento desde hacía muchos años o nunca se les hizo.
Improvisar sobre la marcha cuando los problemas se presentan, ocuparse de la coyuntura es todo lo contrario de la planificación, de la organización, de proyectar, de mirar hacia el futuro. Si antes nunca pasó nada, no significa que no vaya a suceder.