Lucas Mohamed tiene una rutina matinal antes de partir al taller: desayunar en familia y alimentar a sus gallinas, corderos, conejos y a un chivo, que lo esperan cada mañana en su jardín.
Él nació prácticamente en el taller; sus juguetes eran las herramientas de su padre. “Tenía una caja de madera con discos de barro de los Fiat 125 y jugaba con eso”. Al ver a otro niño correr en un kart, empezaron a asomar sus deseos por el deporte motor. “Le pedí a mi papá que me haga uno, me dijo que era difícil y requería mucho trabajo.” Esa respuesta transformó el juego en un trabajo para Lucas y empezó a construir el anhelado kar con su padre. “Ese fue mi primer auto y, con un pincel le pinté un nueve, que era mi edad y el número elegido para mí”.
Sus lazos familiares son muy fuertes, con “Lito”, su padre, tiene una conexión muy activa. En su vida es un pilar, pero también parte de su equipo. Lucas y su padre cumplen funciones distintas, pero hay motores que requieren un trabajo exclusivo de los dos. Margarita, su madre, aún guarda la carta que Lucas le escribió en la secundaria. “Le prometí seguir ingeniería mecánica”. Al objetivo aún no pudo cumplirlo, a pesar de su paso por la universidad tecnológica, donde no encontró continuidad ya que su cabeza estaba en su equipo de carreras y en su taller, tareas que lo cansan, pero que ama.
Espera que sus tres hijos encuentren motivaciones por sí mismos. Cuando lo hagan, él los acompañará a desarrollarse en lo que los haga feliz. María Agustina, de 21 años, en su niñez mostró interés por el karting, pero al probar uno cambió de parecer, algo que generó alivio en Lucas. “Yo no quería que le guste, el ambiente motor no es agradable, da buenos amigos, pero hay de todo, y yo prefiero resguardar a mi hija”. Con Lucas Bautista y Selim Valentín, de seis y cuatro años, la situación fue distinta: rápidamente se entusiasmaron, pero Lucas prefiere llevarlos “paso a paso”. “Para mí, el mejor deporte que pueden practicar es ser felices”.
Abajo del auto, la diversión de Lucas con sus amigos está en el tenis de mesa y en el pádel. “Para el fútbol soy pata dura, el ‘Pigu’ (Romero) me invitó a jugar al fútbol con Kranevitter y le dije ‘imposible’; no quería que se rían de mí”. A los 16 años ya evitaba el fútbol en el colegio; con el permiso del profesor, su padre lo buscaba para ir a probar autos.
Para Lucas no hay lugar como Tucumán, pero sus deseos ya tienen dos destinos. “Tengo parientes en Ibiza por parte de mi madre, me gustaría viajar a conocerlos. Por parte de mi padre sus orígenes están en Siria. Ahí veo alejado tener un contacto con mi raíces , por el idioma, y porque mi abuelo, que era el vínculo con ellos, ya no está”.
Es un privilegiado por las relaciones que construyó con sus amigos, conocidos, sponsors y fans. “Voy a la bulonería y me preguntan si lo que llevo es para la próxima carrera, al decirles que sí me regalan las piezas”. Su participación en las redes lo potencian, valora el afecto que la gente le brinda en las redes e intenta responderle a todos.
Hoy su vida pasa por su familia, el taller y las carreras. Y ya piensa en armar un equipo y correr un Dakar junto al “Pigu”.