La difícil decisión de volver a Loma Bola y acompañar en el vuelo a una pasajera
El cielo está radiante sobre la ciudad, sólo se asoman un par de nubes; es un día para volar.
Como es su costumbre desde hace nueve años, Mario Sueldo se acerca hasta la pista y prepara su parapente. Abre la vela y estira los hilos que la soportan. Sin embargo, este no va a ser un vuelo igual a los miles que ya tiene encima. Hoy el aire se respira distinto. En su rostro no se dibuja una sonrisa, sino más bien una mueca que denota angustia. Los demás pilotos cruzan miradas inquietas, tristes. Es que el pasado viernes, Natalia Vargas perdió la vida luego de caer desde más de 100 metros durante un vuelo. Mario despega con una pasajera y, por primera vez, la actividad que lo apasiona más que la Ingeniería Eletrónica lo angustia. Ya en el aire, la alegría de su acompañante, Maris Stella Díaz, lo contagia, porque la sensación de volar no se puede explicar. Luego de 15 minutos, aterriza con un nudo en la garganta, a pesar de que no es él quien llevó a la joven médica de Concepción durante el trágico viernes. Con los pies en la tierra, Mario mira a su compañero Sergio Bujazha y llora.
“Era una gran incógnita: no sabía si debía ir a volar o no. Se cruza todo, porque yo me pongo en el lugar de la familia y que estemos acá lo pueden ver mal. No ha sido una decisión fácil estar hoy aquí, pero tengo que seguir con esto, que es un estilo de vida”, confesó a LA GACETA el piloto.
Contagio
Desde que se produjo el accidente en el que murió Natalia, Martín no ha parado de llorar. Pero ayer volvió al cielo por el apoyo que recibió de quienes han volado con él. “Ese apoyo me hace seguir adelante. Después de haber volado, le agradecí a mi pasajera porque en este caso ella me transmitió muchísima felicidad, que se ha mezclado con la angustia. Volver a ver a una persona que te agradece es algo que viví de una manera encontrada, pero muy linda. Esto es muy reciente y todavía no lo terminamos de procesar”, explicó.
Esa sensación que le contagió su pasajera es la razón por la cual se ha convertido en piloto de parapente biplaza e instructor avalado por la Federación Argentina de Vuelo Libre. “Cuando estoy acá, pienso en hacer sentir al pasajero lo que siento yo. Y se ve en los videos. No va sonriendo el pasajero solo; uno mismo se divierte. Cuando él disfruta, yo también”, dijo.
Su relación con el deporte comenzó por casualidad. Ya se había recibido de ingeniero electrónico en la UNT cuando comenzó a frecuentar el predio de Loma Bola porque llevaba en su moto a un amigo que iba a volar. “Comencé a tener contacto con los pilotos y sentí la sensación de volar. No se la puede explicar... Y cuando tuve ese primer contacto, me desesperé por empezar a hacerlo; busqué un instructor y ya nunca dejé el parapente. Ha sido todos los días una constante”, reveló.
Cinco años de estudio
Martín estudió durante cinco años y se convirtió en piloto básico, lo que le permitía volar solo, por su propia cuenta. “Para comenzar a volar tenés que acercarte a un instructor, que te va a dar un curso de vuelo y ese curso hará que seas un alumno piloto, hasta que rendís para obtener tu licencia básica. De ahí, ya sos un piloto básico, y como cualquier carrera, seguís avanzando en esa licencia”, detalló.
Ya siendo piloto, había decidido no ser un volador “biplazero”, que es el que está habilitado para llevar pasajeros. “Yo no quería ser ‘biplazero’, había dicho que nunca lo iba a ser por la responsabilidad que uno tiene que asumir”, explicó.
Al tiempo, un amigo le pidió que lo lleve a pasear en parapente. Ante la insistencia, aceptó. “Como tenía licencia, podía hacerlo. Salgo a volar y cuando aterrizo mi amigo estaba feliz de la vida. Ahí me di cuenta de lo que se podía transmitir a través del biplaza y me empecé a preparar para serlo. Comencé a invitar a mi hermana, a mi hermano y a mis 45 primos hermanos”, comentó, entre risas.
En la actualidad, su rutina se divide en dos. Sigue ejerciendo la ingeniería, pero acomodó su vida para volar: desde las 11 hasta las 19 está en Loma Bola con el parapente, y el resto del tiempo trabaja en su profesión.
“Esto es un estilo de vida. Lo primero que hago cuando amanezco es ver cómo está el cielo, cómo está el clima. Es una constante. De lo que hablo es del vuelo. Y mi señora está saturada de lo que es el vuelo, pero es una pasión”, describió el tucumano de 40 años.
Terapéutico
Haber vuelto a la rutina ayer, para el piloto de más de 2.000 horas de vuelo, fue sanador y terapéutico.
“Es bastante duro. Sigo llorando. Lloro mucho, esto va a ser un proceso de asimilación, y cuando todos sepamos cómo hacer para que no pase más esto, nos va a dar más tranqulidad”, expresó, esperanzado.