Una noche de alegría y solidaridad
Más de 1.000 tucumanos se dieron cita en la plaza Independencia en una gran fiesta organizada por el grupo Un Mundo Diferente. Los invitados de honor fueron las personas en situación de calle y las que no tienen familia
Se miraron y se trenzaron en un abrazo infinito. A Paula le caían las lágrimas en catarata. “Margarita... ¡cómo estás! ¡Mirá dónde nos venimos a encontrar! ¡Acá nos conocimos hace dos años! ¿Te acordás?”, le dice la joven (Paula Paz Filgueira, psicóloga, de 30 años) a Margarita Romero, una abuela de ojos tiernos, que vive sola en una pensión. Pocho, un jubilado que había llegado por “curiosidad” a la plaza Independencia, quedó impactado ante el reencuentro que lo tuvo de testigo. Sólo atinó a sacar un pañuelo de tela a cuadros para secarse los ojos. “Ya me habían dicho que estas cosas ocurren aquí”, afirmó. Mientras, corría una de las casi 1.200 sillas de plástico, que el domingo por la noche rodeaban cuatro mesas de 500 metros cada una, adornadas con motivos navideños. Entonces Pocho decidió quedarse. Miró a los costados y empezó a charlar con los demás como si los conociera de toda la vida.
La tercera edición de Una Navidad Diferente fue distinta a las anteriores. En primer lugar, cada año hay más gente. La primera vez fueron 300; la segunda, 500 y el domingo esperaban 800 pero llegaron más de 1.200. Los chicos de Un mundo diferente sólo querían que las personas en situación de calle tuvieran su cena de Nochebuena. Luego se sumaron los que viven solos en departamentos del microcentro; después, las familias de dos o tres integrantes; y finalmente los que se quedaron solos abruptamente, los viajeros a mitad de camino, los solidarios, los enojados, los deprimidos, los aburridos, los curiosos... Todos encuentran un lugar y nadie les pregunta por qué están allí.
Pasadas las 21.30 llega el arzobispo, Carlos Sánchez, con su báculo sobresaliendo de la mochila. “¡Eh, chango! ¡Qué linda fiesta que han preparado!”, es lo primero que dice, y empieza a saludar uno por uno. La misa de Nochebuena (que tradicionalmente se celebra en la Catedral) se oficia al lado del pesebre de la plaza Independencia. Entre los fieles están la madre y algunos hermanos del arzobispo. Sánchez, en su homilía, resalta el valor de la Navidad, centrada en el Niño Jesús y en la mansedumbre de María, y pide una oración por los tripulantes del ARA San Juan y sus familias y por los más humildes.
Tras la celebración, monseñor Sánchez bendice un árbol de Navidad muy especial. Es un naranjo de cuyas ramas cuelgan cartelitos con los deseos de los tucumanos: paz, amor, dinero, familia, reconciliación, felicidad. Enseguida propone que le canten “Luna Tucumana” a la luna que él veía, de frente, mientras oficiaba la misa, posarse sobre la cúpula central de la Casa de Gobierno. Cuando el público se da vuelta para mirarla, ella ya se había escondido detrás de una nube, para reaparecer muy brillante a la hora del baile.
Antes de que la multitud volviera a la carga con abrazos y selfies, monseñor alzó al Niñito Dios en alto. “No me besen a mí, sino al Niñito, al Niñito...”, repetía una y otra vez. Al final no se libró de los besos ni de las selfies. La medianoche estaba cerca. Su mamá, doña María Elena, que lo aguardaba de pie, decide continuar la espera en su casa.
“10, 9, 8 ...”. Monseñor Sánchez seguía saludando. “7, 6, 5...”. La cuenta regresiva lo había sorprendido sin poder salir de la plaza. “4, 3, 2...”. De cara hacia la cuadra de la Casa de Gobierno, la multitud grita: ¡Feliz Navidad! Desde un balcón del edificio donde está Blue Bell cae un telón negro con la imagen blanca del pesebre y la leyenda: “Esta es la verdadera Navidad”. No hay más que explicar. Los presentes lloran, ríen, aplauden, brindan, se abrazan. Rezan una oración comunitaria y como si fuera una plegaria personal al Niño Dios cada uno suelta un globo blanco que se pierde en el infinito. En el mismo cielo que segundos después se ilumina con fuegos artificiales mientras el arzobispo se escapa, corriendo, preocupado como un niño que vuelve tarde a su casa porque ha estado jugando a la pelota.
Historias navideñas
“Hace dos años, mi hermana me invitó a pasar la Nochebuena en la plaza. Yo dudaba, porque al año siguiente me casaba y era la última Navidad que iba a pasar con mi familia. Pero no me arrepiento: aquí encontré el verdadero sentido de la Nochebuena”, dice Paula sin parar de llorar ni de abrazar a Margarita. Las dos se hicieron muy amigas hasta que la joven se casó y se fue a vivir a Chaco. El domingo se reencontraron. Paula no estaba sola, sino con su esposo y su hijito, Francisco.
José tiene un problema motriz y vende lapiceras en la zona de la vieja terminal. Ayudó a los voluntarios, pero a la medianoche explotó en llanto. Se acercó a una de las chicas del grupo organizador para decirle: “yo nunca había pasado una Nochebuena en familia. Ahora sé que ustedes son mi familia”.
Un matrimonio con cinco hijos y la señora embarazada se acerca a Mariana Orellana para decirle que se tenían que ir. La futura mamá no se sentía bien, pero insistía en llevarse los regalitos. Mariana los lleva a la Catedral donde se guardaban los más de 1.000 obsequios. De pronto la mamá rompe bolsa. La joven corre en busca de la ambulancia del 107 que estaba allí, pero un señor se le adelanta y la lleva en su camioneta hasta la Maternidad. La señora esperaba mellizos y quería recibir a sus hijitos con un regalo del Niño Dios.