El año sindical concluye con un consejo directivo de la CGT al borde de la fragmentación, con notorias divisiones y posturas enfrentadas, y dificultades para ejercer la conducción unívoca. Así quedó demostrado con el último paro general, que algunos gremios por realizaron 24 horas, los del transporte durante 12 y, otros, ni siquiera acataron, como la Unión Tranviarios Automotor (UTA).
El triunvirato de la central obrera, que integran Juan Carlos Schmid (marítimos), Héctor Daer (sanidad) y Carlos Acuña (estaciones de servicio) en representación de lo que fue el moyanismo, los llamados “gordos” y el barrionuevismo, fue ungido en el Congreso Normalizador de Obras Sanitarias del 22 de agosto de 2016.
La partición de la CGT durante el gobierno kirchnerista en tres grupos bien diferenciados (moyanistas, oficialistas del metalúrgico Antonio Caló y barrionuevistas) dejó su huella a lo largo de los años, y no fueron pocos los trastornos para alcanzar esa precaria unidad. Las idas y vueltas, los debates a viva voz, las disputas, la ausencia de participación en varias reuniones de consejo directivo y la inorganicidad de algunos de sus integrantes fue notoria y quedó plasmada en el paro nacional que la CGT realizó el lunes 18.
Las reformas impulsadas por el Gobierno nacional calaron hondo en el espíritu de los dirigentes, quienes de forma veloz iniciaron negociaciones con el oficialismo para salvar “el núcleo central de la filosofía jurídica del derecho laboral” contenida en la Ley de Contrato de Trabajo (LCT), que aseguraron haber “preservado intacta”.
Ese diálogo no se reiteró cuando el Ejecutivo decidió enviar al Parlamento la ley de reforma previsional. La central obrera no fue siquiera convocada a su discusión y, desde entonces, los ánimos se encresparon. La CGT quedó descolocada y marginada. El 2018 se iniciará con resquemores y más debate, aunque son muchos los dirigentes que ya se pronunciaron por evitar la fractura y “la caída del triunvirato”. (Télam)