El Día Mundial del Suelo, que se celebra el 5 de diciembre con la intención de concientizar a la sociedad sobre su importancia para la vida del planeta, tiene como objetivo sensibilizar a la sociedad sobre su vital importancia para la vida en el planeta. La sociedad aún no ha logrado conectar el suelo con nuestros alimentos, el agua, el clima, la biodiversidad y la vida.
Como lo expresa el eslogan del Congreso Argentino de la Ciencia del Suelo: “el suelo es un legado social de edición limitada”. Es un recurso natural finito, no renovable a escala de tiempo humana. El suelo es el conjunto de materias inorgánicas y orgánicas que, en un espesor delgado, cubre la superficie terrestre y sostiene la vida: el 95 % de los alimentos provienen del suelo. A pesar de su función esencial para la vida de los seres vivos, los suelos siguen degradándose por acciones antrópicas debido a prácticas inapropiadas, la presión demográfica que conduce a la intensificación insostenible de los cultivos y una gestión inadecuada (FAO, 2015), señala el informe elaborado por el ingeniero Héctor Sánchez, del área Recursos Naturales del INTA Famaillá.
La “degradación” se manifiesta como pérdidas de biodiversidad, salinización y/o sodificación, perdida de nutrientes, compactación/sellado, contaminación, acidificación, erosión y pérdidas de carbono orgánico. Las amenazas diarias son deforestación, crecimiento demográfico, eliminación de residuos y contaminación, cambio climático y manejo inadecuado.
Las funciones de los suelos son múltiples. Son el suministro de alimentos, fibras y combustible; participan en purificación del agua y reducción de contaminantes; participan en la regulación del clima y en los ciclos de nutrientes; son el hábitat de organismos; regulan inundaciones; son fuente de recursos genéticos; y la base para las infraestructuras humanas y suministro de materiales de construcción.
Su degradación tiene efectos adversos y desfavorables para la vida en la tierra y para la comunidad humana. Sus principales manifestaciones se relacionan con escasez de agua, inseguridad alimentaria y nutricional, efecto directo y rápido en el cambio climático, aumento de la pobreza e inseguridad social, migraciones, reducción de los servicios ecosistémicos, entre otras.
Los suelos de Tucumán y Santiago del Estero no están exentos de las amenazas de la degradación. En el caso de Tucumán, las principales amenazas pasan por la erosión hídrica y eólica, pérdida de nutrientes y carbono orgánico, salinización y/o sodificación y manejo inadecuado de la “vinaza”, como un subproducto de la generación de biocombustible en la industria azucarera. Los altos volúmenes producidos la convierten en un elemento de alto poder contaminante de aguas superficiales, subterráneas (capa freática) y suelos.
Especial mención merece el cambio de uso de la tierra (deforestación) de zonas con monte natural, para ser incorporadas al monocultivo sojero. En el sur de Tucumán (cuenca del río San Francisco) se ha duplicado de manera antrópica el área de aporte hídrico a la localidad de La Madrid, activándose y desestabilizándose la cuenca baja del río que, como bañados, conducía los excedentes hídricos en forma laminar, en amplios cauces y a baja velocidad. Por ello, La Madrid tenderá a sufrir inundaciones con mayor frecuencia.
La situación en Santiago del Estero no es para nada diferente que lo expresado más arriba. La expansión de la frontera agrícola aceleró la deforestación en la ecorregión del Chaco semiárido, hasta alcanzar la mayor tasa de desaparición de bosques nativos de todo el mundo. La provincia fue una de las más perjudicadas por este proceso. Durante 2000-2012, la tasa de transformación de bosques nativos por cultivos de granos fue mayor a la producida en la ecorregión entera, Sudamérica y en el mundo (Informe LART, Fauba).
Se calcula que en Santiago del Estero se desmontaron 4 millones de ha (1976-2012). La tendencia se aceleró en la última década, puesto que el 50% de esa superficie se desmontó entre 2000 y 2012. Esto generó procesos erosivos, pérdidas de nutrientes y carbono orgánico, pérdida de diversidad y conflictos de tenencia de la tierra con los pueblos ancestrales.
Para gobernar el suelo se requiere colaboración entre los gobiernos provincial y nacional, municipales, industrias y ciudadanos, para garantizar la aplicación de políticas que estimulen prácticas y métodos con el fin de regular su uso y evitar conflictos entre usuarios.