10 Noviembre 2017
Hay un perfume que embriaga en la biblioteca de la Fundación Miguel Lillo. El olor del papel se mezcla con aquellas sensaciones impresas en las páginas de los 300.000 ejemplares que allí se atesoran. Las hojas amarillentas tienen el aroma particular de los compuestos químicos del papel, ese perfume que sale de la lignina oxidada por el paso del tiempo y de la tinta descompuesta que parecen desprenderse de una flor de vainilla. Pero además, son esos papeles los que hacen viajar. Transitar saberes, acercarse al arte, estudiar la ciencia, conocer la naturaleza y, sobre todo, caminar entre cerros, jacarandás y lechuzas.