“Los lagartos Salvator eran un importante componente de la dieta de nuestros pueblos originarios. Y no solo para la dieta: a la grasa que ellos acumulan para sobrevivir la hibernación (tienen unos órganos especiales para ello) se le atribuyen propiedades medicinales y dermatológicas”, cuenta la bioquímica Silvia Chamut, directora del proyecto “Crianza sustentable del lagarto Salvator”. Y la palabra clave en esta historia es ‘sustentable’.
Sucede que el cuero de lagarto es “la” materia prima para las botas texanas, y desde el siglo XIX, dados los altos precios internacionales, la cacería se exacerbó. “En la década del 1960 la situación llegó a un punto tal que el precio de un cuero equivalía al jornal de un peón agrario. Y eso llevó la situación hasta el punto de que los lagartos quedaran al borde del riesgo de extinción”, explica y cuenta que se llegó a exportar entre 1985 y 1995 más de 16 millones de cueros.
“Se armó un gran revuelo internacional, vinieron conservacionistas y se legisló una tasa máxima de extracción; también se fijaron las medidas mínimas para tratar de garantizar que no se mataran animales muy chicos y evitar presión sobre la especie”, recuerda el biólogo Fernando Campos Casal.
Nace un proyecto
Fue en ese marco que hace 24 años se armó el criadero de la Facultad de Agronomía y Zootecnia. “El objetivo era que se preservara la especie y se hiciera un uso sustentable de ella como recurso. Era, además la posibilidad de generar una alternativa productiva. Y tuvimos que aprender todo sobre ellos, para tratar de reproducir sus condiciones de vida en sus hábitats”, relata Valeria García Valdez.
“Todo” implica desde qué les gusta comer a qué necesitan para hacer sus nidos, pasando por sus conductas y las necesidades para asegurar reproducción en cautiverio. Y lo lograron.
Constataron que es un bicho territorial y cazador/carnívoro (solo las crías se contentan con insectos); aprendieron qué hace falta para que las hembras (que -destaca García Valdez- a diferencia de otros reptiles tienen comportamientos maternos) armen los nidos... y hasta a no andar con sandalias cerca de los machos... a riesgo de sufrir un buen mordisco: ¡las mandíbulas son formidables!
También experimentaron con carnes variadas en busca de alimentación de buena calidad a bajo costo, y lograron un dato muy importante desde el punto de vista de la sustentabilidad: les encanta y les hace muy bien una suerte de “hamburguesa” cuyo ingrediente principal son... patas y cabezas de pollo molidas, es decir, lo que las avícolas descartan. En síntesis: bueno, rico y barato.
¿Proyectos productivos?
El equipo no deja de soñar posibilidades; especialmente aquellas que permitan generar recursos para seguir investigando y las que generen producciones alternativas. “Una vez presentamos carne de nuestros lagartos en un congreso de gastronomía, y horas más tarde teníamos un grupo de chinos que querían encargarnos... una tonelada!”, recuerda divertida García Valdez pero reconoce que es todo un desafío: el consumo de carnes no tradicionales (conejo, lagarto, etcétera) se ha ido perdiendo en nuestra cultura.
“Los miembros de una cooperativa de productores avícolas se mostraron interesados -cuenta la zootecnista Eliana Gomez- y lo cierto es que estamos listos para darles todo el asesoramiento necesario”.