Por Juan Pablo Cannata. Investigador y profesor de Gestión del Discurso Público en la Escuela de Posgrado de Comunicación de la Universidad Austral.
Desde ayer a la tarde estamos en veda electoral y las noticias exclaman que se acabaron las campañas. Incluso, numerosos candidatos cerraron por anticipado, frente a la conmoción social y el tono emocional de dolor que inunda a la sociedad por la aparición de un cuerpo en el Río Chubut, que terminó siendo reconocido por la familia como el de Santiago Maldonado.
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La noticia del caso Maldonado llevó a los candidatos a modificar los rituales. Massa, por ejemplo, suspendió su acto, cuya estructura intrínseca incluye una algarabía que no se corresponde con el tono emocional de un escenario público centrado en la muerte de una persona. Pero, dio una conferencia de prensa, es decir, sustituyó un ritual por otro más concorde con las necesidades simbólicas de este momento social.
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En los libros se diferencia entre la comunicación de gobierno y la comunicación de campañas electorales. Formalmente, son conversaciones diversas, con sus propios objetivos y su propia lógica. La ley también aporta sus disquisiciones formales, establece espacios disponibles, plazos, prohibiciones. Las campañas empiezan presentando a los candidatos, luego pasan a la fase de propuestas y, al final, piden el apoyo de los votantes. Los eslóganes inundan el ambiente y los políticos funcionan en “modo campaña”: sonríen siempre, van de un lado a otro, se sacan fotos con la gente, debaten. Eso se terminó ayer, con la veda, con el cierre de campaña.
Sin embargo, este fin nos suena artificial. La conversación pública no para, no cierra, no termina. Los temas y los jugadores del sistema político siguen buscando la atención del ciudadano. Desde la recepción, los mensajes se entrelazan unos con otros, activando agenda, exponiendo valores e ideas de las figuras públicas, distribuyendo crédito y crítica.
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El fin de las campañas no es el fin de la comunicación, ni tampoco el fin de las noticias, reflexiones, columnas, mensajes en las calles, en las redes, apariciones. Parecía que terminaba, pero todo sigue. Los expertos hablan de la “campaña permanente”: los políticos necesitan renovar el consenso de forma cotidiana, para cada proyecto, para cada propuesta. Y el consenso es esquivo, inestable, escurridizo, disputado, tironeado por distintas fuerzas. La comunicación es el proveedor monopólico de consenso y, por eso, no para, no puede parar. El fin de la comunicación sería el fin de la política.