Carlos Sánchez, el arzobispo ungido por el pueblo
Tucumano como la Luna, como las empanadas que se compartieron al final de la celebración, como las manos de los artesanos que fabricaron los ornamentos y el báculo de madera del cerro con que se revistió al primer arzobispo tucumano para la iglesia de Tucumán. Así es Carlos Alberto Sánchez. O simplemente el padre Carlitos, como lo conocen todos. Como seguramente seguirá siendo para los 15.000 tucumanos que lo aclamaban anoche desde las tribunas de Atlético, agitando banderas argentinas y papales, con carteles de bienvenida al pastor “con olor a oveja”. Como seguirá siendo para los 30 obispos de todo el país que vinieron a su ordenación episcopal.
Carlos Sánchez se encolumna detrás del papa Francisco como una oveja, que guía a otras ovejas. En plena concordancia con el Concilio Vaticano II, ubica a la Iglesia en un lugar de servicio. “Estoy entre ustedes como el que sirve” es su lema. “Servir a mis hermanos curas, como padre, amigo y hermano”, dice. El prelado apunta a una Iglesia menos vertical, más horizontal, más fraterna, más en comunión (ese también fue el sentido de compartir empanadas después de la ordenación, que todos coman el mismo alimento). Propone a los curas: “trabajar juntos por nuestro Pueblo, apostando a la comunión fraterna sacerdotal: amándonos, cuidándonos, perdonándonos, sosteniéndonos… siempre en comunión”. Así lo dijo en su mensaje final.
El padre Carlos promete servir, “en nombre de Cristo”, a los religiosos y consagrados, respetando su estilo de vida plenamente evangélico y valorando sus carismas propios. Al estilo Francisco, en un gesto de cercanía, habla de los “hermanos laicos”. Los llama a ser “levadura de una sociedad más fraterna y reconciliada”. Sánchez redobla la apuesta. No sólo quiere servir a los “hermanos laicos”. Quiere ir a las fronteras: “para servir a mis hermanos, los pobres y solitarios; a los afligidos y a los que no tienen fe, ni esperanza; a los adictos y jóvenes sin sentido; a los ignorados, excluidos y sobrantes de la sociedad...” .
De acuerdo con su mensaje, la nueva iglesia tucumana empieza a abrirse para acoger a los que estaban afuera.
Hermana NOA
La idea de Iglesia del nuevo arzobispo no es un organismo en solitario. Se constituye en comunión con los otros obispos, especialmente con los del NOA, con los que comparte las mismas realidades. “Servir, en nombre de Cristo, a mis hermanos obispos del NOA para vivir en comunión la misión de consolar y animar en la esperanza a nuestro querido y sufrido pueblo de Dios en el NOA”, dijo en una parte de su mensaje.
No hay duda de que el nombramiento de monseñor Sánchez servirá para fortalecer la Iglesia regional, bajo un mismo carisma y una misma fuerza. Se le suman los dos tucumanos que ayer oficiaron de co consagrantes del padre Carlos, los obispos de Añatuya y de Catamarca, monseñores Melitón Chávez y Luis Urbanc, respectivamente. También participaron de la consagración el obispo de Concepción, José María Rossi, el ex arzobispo de Tucumán, monseñor Alfredo Zecca, y el consagrante principal, el cardenal Luis Héctor Villalba, quien pronunció la homilía (ver página 2).
Servir no sólo a los católicos
Después de mencionar su servicio a los obispos de todo el país y al Papa, el flamante arzobispo expresó su deseo de hermanarse con todos los tucumanos: “servir no solo a los católicos, sino también a los hermanos de otras iglesias y religiones y personas de buena voluntad, a todos los que vivimos en este corazón de Argentina”.
Según sus palabras, Sánchez entiende el de la Iglesia como un servicio universal, a todos, que incluye la defensa de la justicia y de la verdad. “Quiero simplemente estar entre ustedes como el que sirve a la manera de Jesús para que el Reino de Dios, de justicia, paz, fraternidad, verdad, libertad y amor se extienda”, afirmó.
Fiel a su estilo sencillo, monseñor Sánchez comenzó su mensaje dando gracias. En primer lugar, agradeció a Dios por darle la oportunidad de “servir con alegría” y también por el don de la vida. Agradeció a sus padres, Clemente Sánchez y María Elena Chimirri, por la familia que le dieron, por sus cinco hermanos. “Mis padres me hicieron descubrir a Dios”, confesó.
EMOCIÓN. María Elena Chimirri, mamá del arzobispo, no pudo contener las lágrimas. Acá, junto a su hija Liliana.
El público escuchó en silencio el largo mensaje en el que mencionó a cada una de las comunidades parroquiales e instituciones laicales donde realizó su apostolado o ejerció su ministerio. La celebración duró casi tres horas, sin contar con que muchos fieles habían llegado a la cancha de Atlético a las 17 (tres horas antes del horario previsto de la ceremonia) para asegurarse un lugar.
Varias veces los fieles tuvieron que sacar sus pañuelos para enjugar sus lágrimas. Uno de ellos fue cuando monseñor Villalba terminó de investir al arzobispo con el último atributo, la mitra. Se dio vuelta y todo el estadio ovacionó. El otro momento fue cuando se acercó la mamá del padre Carlos a saludarlo. Se arrimó emocionada hasta las lágrimas, sostenida por dos de sus hijos varones y dos hijas, una de ellas religiosa.
Lo más emocionante fue al final, cuando el arzobispo bajó a dar su “vuelta olímpica” por el estadio. Cada porción de la tribuna se iba levantando a los gritos, agitando banderas y carteles, mientras el padre les daba la bendición. El acto concluyó con la bendición apostólica y la despedida emocionada de las imágenes de La Merced y de Fátima. Luego el flamante arzobispo se fue a comer empanadas junto a los fieles, en una clara señal de comunión.
EN SEÑAL DE HUMILDAD. El arzobispo oró postrado, una señal de lo pequeños que somos frente al Creador.
“No te olvides de los pobres ni de los pobres sacerdotes”
“Estimado Carlitos: te recibimos como nuestro obispo. Así como al papa Francisco le dijeron cuando fue elegido no te olvides de los pobres, nosotros te decimos a vos que no te olvides de los pobres ni de los sacerdotes en crisis, de los sacerdotes enfermos, de los sacerdotes desanimados, de los sacerdotes desilusionados y estresados aún teniendo pocos años de ejercicio de su ministerio. Te pedimos que no dejes de corregirnos. ¡Necesitamos unirnos en caridad y en sinceridad! Ardua será tu tarea, padre Carlos, pero queremos que sepas que no estás solo!” Esto fue lo que leyó el padre Marcelo Lorca, en representación de los sacerdotes de la arquidiócesis de Tucumán. También leyeron sendos mensajes para el padre Carlos la hermana Fernanda García, en representación de las religiosas de la arquidiócesis, y Jorge Reiden, vicepresidente de Cáritas. “Aprenderemos a decirte monseñor, pero para nosotros seguirás siendo el padre Carlitos”, dijo Reiden.