Desde que era joven, Carlos teje vínculos imborrables
A la ceremonia de ordenación del padre Carlos Sánchez, en la cancha de Atlético, asistieron allegados del sacerdote. Estuvieron su primera maestra de religión, Susana Consolani, y su amigo desde los 10 años, Daniel Nacusse. Ellos contaron anécdotas que pintan de cuerpo y alma al ahora máximo jefe de la Arquidiócesis tucumana.
“Pareciera que fue ayer”, dice Daniel Nacusse. Cierra los ojos y es como si sus pensamientos viajaran sin escala hasta el Seminario Menor. Corría el año 1973 cuando conoció por primera vez a Carlos Sánchez. Los dos tenían 10 años y estaban allí para cumplir un sueño: ser sacerdotes. Al final, solo uno de ellos lo logró. Pero estudiaron juntos hasta el final y se hicieron amigos inseparables hasta el día de hoy.
“Lo considero un hermano”, recalca Daniel (54), visiblemente emocionado, mientras aguarda la ordenación del arzobispo desde una de las primeras filas ubicadas en la cancha del decano.
Cuando eran niños, el padre Sánchez -conocido en esa época por sus amigos como “Cipolla” o “El Cebolla”- se destacaba por el desmedido entusiasmo que le imprimía a todo, dice Nacusse. “Y nunca, pero nunca, dejaba de sonreír”, precisa. “Carlos era abanderado y era muy generoso con el grupo; siempre estaba dispuesto a ayudarnos”, describe. Fueron nueve los que terminaron el Seminario Menor. Ellos se hicieron llamar “El grupo de los 9” y aún se reúnen con frecuencia.
Una de las cosas que más le impresionaban a Daniel era la memoria prodigiosa del padre Sánchez. “Ya en la juventud, cuando compartíamos las misiones en la alta montaña, fuimos a Chasquivil y conocimos a los pobladores. Dos años después volvimos. Entonces, nos cruzamos con una niña y él se acordaba de todo el árbol genealógico de la pequeña. Eso demuestra lo que es Carlitos: persona que conoce se le queda grabada. La suya es una memoria teñida de afectos”, destaca. “Tiene una pasión encendida por los más frágiles. Es capaz de integrar a todos con su escucha”, añade.
Nacusse confiesa que no imaginó en estos meses que Sánchez podía ser arzobispo de Tucumán. Pero cuando se enteró de la noticia lo invadieron sentimientos muy fuertes. “Creo que es lo mejor que le puede pasar a Tucumán; que sea él que es parte de la cultura, del terreno, de la historia... Así no solo puede conducir, sino también acompañar que es lo que estábamos necesitando hace tiempo”, evalúa.
Mientras se acaricia la tupida barba, Nacusse siente que la cualidad más destacable de su amigo del alma es la de “servidor”: “tiene la capacidad de estar siempre cerca de todos, tejiendo vínculos, atento a las necesidades, brindando segundas oportunidades. Con la capacidad constante de de querer y hacerse querer”. Y en ese sentido, destaca el trabajo que hizo desde la iglesia La Merced movilizando la presencia eclesial a las “zonas rojas”.
A la hora de hablar de los desafíos que tendrá como arzobispo, Nacusse (que es profesor de Filosofía, de Teología y licenciado en Ciencias Sociales) opina que hay que insistir en el modelo que pide el papa Francisco, que es el de “una Iglesia en salida”, que llegue a todos.
La falta de trabajo, la pobreza, las adicciones, la corrupción política, una educación para el futuro... serán temas centrales de su ministerio pastoral, observa.
Le entusiasma la alegría y la expectativa que despierta en los tucumanos el nuevo arzobispo. “Es una oportunidad, un llamado a todos a convertirnos a ese estilo más sencillo y generoso que tiene el padre Sánchez. Solo así, con la participación de la comunidad, este entusiasmo puede convertirse en esperanza”, resume.