Encandilados de neón, dos hombres de sombrero conversan en la esquina de Muñecas y San Martín. Década del 70, noche en blanco y negro: el blanco de los carteles luminosos de la tienda Escasany, de la perfumería Ivonne y de Grimoldi; el negro, de los adoquines lustrados con la lluvia. ¿Acaso nadie se ha detenido a contemplar esos neones? ¿Acaso nadie repara que dentro de esos tubos de vidrio moldeados a fuego y pulmón se agitan las partículas de un arte que va camino a la extinción? ¿Los habremos aplaudido lo suficiente? Porque sepan que han estado al borde de desaparecer, al menos en Tucumán, donde queda una sola persona que conoce el arte de soplar y hacer luz.
A Ramón Rosa le suena seguido el teléfono y piensa que algo raro está pasando. Desde hace algunos meses, no más de tres o cuatro, comenzó a recibir nuevos pedidos de carteles de neón, cosa que no pasaba hacía rato. El led, con toda su revolución de la practicidad, el bajo costo y menor consumo, ha fagocitado al viejo brillante. “Efectivamente ha habido una reactivación. Yo feliz, porque la verdad es que no hay nada como trabajar el neón. Todo lo otro es aburrido”, sentencia.
El regreso
El neón tiene ese encanto retro, es ciudad, es noche, es salidas y quizás por eso está volviendo de a poco, pero con fuerza, como una tendencia de decoración. En Estados Unidos fue furor a partir de los locos años 20 y se consolidó como la luminaria del capitalismo y las grandes marcas transnacionales, dueñas de las calles y de las aspiraciones de las masas. En Tucumán el neón iluminó el microcentro con fuerza en las décadas del 60 y del 70, pero la época más brillante fue la de los 90, con el desembarco de las casas de apuestas. El neón de la noche fue entonces el neón del azar.
“A fines de los 80 fue cuando comencé a trabajar con neón, con mi hermano que era el que sabía. Él me enseñó todo, es una tradición familiar. Pero la época de los video poker fue la más fuerte: trabajábamos de 6 de la mañana a 12 de la noche porque la demanda era muchísima: carteles nuevos, reparaciones, interiores y exteriores... todo era de neón. Cualquiera hubiera pensado que Tucumán era Las Vegas”, cuenta Rosa, cuyo oficio, según él, es el de vidriero.
Locales y casas
Bares y discotecas están siendo las locomotoras que tiran del vagón de la vuelta del neón. Quizás ya no lo veamos en grandes carteles que hacen achinar los ojos, pero sí en los interiores, como detalle decorativo lumínico. Pero también el neón comienza a colarse en los interiores, en los dormitorios o como complemento de los jardines verticales. Lo bueno es que en carteles pequeños no es necesario recurrir a un gran transformador, la gran contra de esta tecnología presentada en 1910.
“Para mí, es lo mejor que puede haber y está buenísimo que vuelva a surgir. El neón es lo más vistoso que hay y ninguna tecnología lo pudo superar. Yo trabajo mucho con LED, pero también hay un engaño, porque no duran tanto como nos dijeron, al menos en las calidades que se manejan acá. Un neón bien hecho y bien mantenido puede durar 15 años sin problemas, y más si está en el interior”, se entusiasma el vidriero.
> El paso a paso de la construcción
El proceso de construcción de un cartel de neón es una mezcla de artesanía, física, química y electricidad. La materia prima son tubos de vidrio de diferente diámetro, que se consiguen en listones de 1,5 metro aproximadamente. A la vista pueden ser transparentes o blancos, pero el color de la luz dependerá de cómo esté recubierto su interior y del gas que se use. “Para mí es algo fácil de hacer. Es tener el diseño y ponerse a trabajar”. Así lo resume Ramón Rosa, fabricante de cartelería y probablemente el último tucumano que trabaja con neón.
1- El diseño del cartel se plasma en una plantilla que servirá para moldear los vidrios.
2- Los tubos de vidrio se calientan con fuego y el vidriero los dobla cuando llegan a la temperatura adecuada. En el proceso también se sopla con la boca, para generar algunas formas o para ayudar en el moldeado.
3- En cada extremo de las letras se sueldan electrodos que conducirán la electricidad dentro del tubo. No llevan filamentos.
4- Los tubos moldeados y con sus electrodos se conectan a una bomba de vacío para eliminar el aire del interior y luego se llenan con una pequeña dosis de gas neón o argón (los más comunes) u otros gases. Cada gas produce un color específico: el neón es rojo y el argón, azul, por ejemplo. Estos, combinados con el color interno de los tubos, generan nuevas tonalidades.
5- Además de gases, en el interior de los tubos se distribuye una gota de mercurio que le otorga más brillo.
6- Los tubos de vidrio se montan sobre la estructura del cartel y se conectan a transformadores de altísimo voltaje. Se necesitan 800 voltios para “encender” un metro de neón y 600 para el argón.