Si este aburrido 0-0 con Belgrano se hubiera consumado en Córdoba, el punto ocuparía un lugar de privilegio en la lista de deberes cumplidos por Atlético. Pero el 0-0 fue acá, en el Monumental, justo en una noche especial, la de su cumpleaños 115, al que le faltó el último regalo, el último deseo de su pueblo: cerrar una semana maravillosa, inolvidable, con la victoria. No hubo caso.
Y no hubo caso, porque hoy por hoy Atlético no se encuentra a sí mismo en la cancha; el nivel de varios de sus futbolistas promedia el desaprobado para abajo. A eso hay que sumarle el lastre de tanto partido seguido. Es verdad, el físico pesa; el grupo lo siente. Lo siente porque no tuvo paz desde principios de semestre, cuando comenzó con la Copa Sudamericana. Después llegó una pausa de puro entrenamiento, la Superliga, continuó con la Sudamericana y la Copa Argentina. Pero de descanso ni hablar. En fin. Esto es fútbol.
Por lo táctico y estructural, Atlético es un equipo nervioso. Su defensa sucumbe. No da seguridad, pese a que ayer no recibió goles. Entonces Cristian Lucchetti tiene que tapar on toda su humanidad lo poco o lo mucho que le llegue. Por los costados, por el centro; por abajo, con la espalda...
Si el cero no se movió de ninguno de los dos arcos fue porque los dos fueron ineficientes. Belgrano, por lo intentado en conjunto, fue el ganador moral. Y Atlético, con apenas una chispa de ideas, se quedó atrás. Eso sí, la más clara fue suya. Nació de un cabezazo de Mauricio Affonso, promediando el cierre del partido. El testazo del uruguayo besó el palo derecho de Lucas Acosta. El rebote piró hacia afuera y chau chance de gol. Chau...
Atlético es un equipo largo, eterno. Le falta entenderse a sí mismo. Hubo variantes en el pizarrón durante casi todo el partido. Y nada, porque Gervasio Núñez está incómodo, no encuentra lugar; porque Ismael ya no es Blanco sino negro. No pegó una, y las que sí lo hizo le bajaron la bandera, por estar en fuera de juego.
Si no hay conexión, no hay fútbol. Rodrigo Aliendro no puede con todo. Marca y debe hacer jugar. Entonces falla. Falla por desesperación, por intentar hacer la diferencia. Está solo, aunque no parezca. David Barbona sabe volar y pide a gritos alguien que lo acompañe, que le dé el pase rasante. Anoche, durante el primer tiempo en el Monumental, salvo por una corrida suya que definió mal, el “Decano” fue un espectador dentro de su propia casa.
No es que Belgrano fuera ultrasuperior. No. Lo fue apenas a partir de saber dominar el contexto que lo rodeaba. Siendo un forastero plantó bandera en rodeo ajeno gracias a que su anfitrión no mostró lo suficiente como para mandarlo en penitencia y sin puntos a Córdoba. Eso. Falta una eternidad, pero igual, Atlético debe empezar a sumar a lo grande. Eso significa de a tres. El promedio se lo pide.