Alcohol, un “veneno” con sabor a diversión en la noche tucumana
Es viernes a la medianoche y por la peatonal, en Mendoza al 600, sólo hay un grupo de más de 15 adolescentes. Mientras se dirigen a la semana de la Escuela Normal gritan, se abrazan, se tambalean y toman de las botellas de alcohol que llevan en las manos. “Tenés que estar retomado porque adentro (de la escuela) te pasa (el efecto de) el alcohol como a las tres de la mañana y no hay cama para dormirse”, cuenta Emiliano S. (17), mientras se le dibuja una sonrisa pícara en el rostro. El joven sostiene que para pasarla bien cuando sale a la noche, sí o sí tiene que beber alcohol, porque le da valentía. “(Tomo porque) te entra más coraje, digamos, para encarar a las minas, ¿me entendés, o no? O para estar en el ambiente, porque todos están tomados”, explica, al mismo tiempo que sus compañeros asienten. Emiliano forma parte del 40% de los adolescentes que tiene familiares o amigos que se emborrachan, según cifras de la Secretaria de Políticas Integrales sobre Drogas (Sedronar).
A las dos de la mañana, en el corazón de barrio Sur se respira un clima distendido. “Nosotros, como somos un poquito más grandes, tenemos más control en ese sentido. Por ahí los más pendejos, no. Como que le mandan, le mandan, le mandan, y después al final terminan… Qué se yo, idos”, analiza Shalem Issa, antes de seguir tomando fernet y comiendo papas fritas con cuatro amigos más en un bar de la “Chacapiedras”. Ella habla de cómo consumen los “más pendejos” a pesar de que sólo tiene 21. Es que hoy en día, los jóvenes comienzan a beber alcohol alrededor de los 13, según la Sedronar.
Unas horas más tarde, cerca de las tres de la mañana, ya no hay personas haciendo fila para ingresar al boliche ubicado en la avenida Belgrano al 2.200. En la vereda de enfrente al local bailable, Mónica Aranda está esperando que quienes están adentro salgan a comprarle choripanes, que vende a $ 50. “Se vuelan la cabeza. Salen muy tomados (de bailar). He trabajado siempre en la calle y las cosas que pasan ahora no las veía antes”, compara. Es que en Tucumán, en la última década, el consumo de alcohol por parte de los jóvenes se duplicó. Más del 60% de los estudiantes de nivel medio se alcoholiza, y ocho de cada 10 mezclan las bebidas con energizantes.
Poco antes de las cinco de la mañana, Ricardo Chebaia (21) y Tomás Caponio (18) son unos de los primeros en salir de un boliche ubicado en la Avenida Aconquija al 1.400. “La gente toma para escabiarse, escabiarse, escabiarse y entrar al boliche hasta el ch...”, opina el primero, con firmeza, mientras sostiene una botella de gaseosa con fernet. No se equivoca Chebaia, ya que uno de cada dos adolescentes bebe hasta emborracharse, según la Sedronar.
Media hora más tarde comienzan a salir quienes estuvieron bailando en el boliche ubicado en avenida Belgrano al 2.200. César López (19) y Pedro Olivera (19) acaban de comprarle un choripán a Mónica. Olivera también opina que si no se bebe alcohol, no hay diversión. “No se disfruta tanto al bailar (sin haber consumido), cuando estás tomado, es diferente”, explica el joven, con dificultad para elegir las palabras. Su compañero de salida, César, cuenta que a lo largo de la noche han tomado vino, cerveza y fernet.
Si Pedro y César bebieron poco más de un litro y medio de cerveza o tres medidas de fernet, han dañado su cerebro irreversiblemente. Eso explicó el toxicólogo Gustavo Marangoni en diálogo con LA GACETA. Aunque se consuma esa cantidad de alcohol (75 gramos) sólo durante los fines de semana, ya afecta seriamente las neuronas de los adolescentes porque su cerebro está en desarrollo. Las lesiones no se ven inmediatamente, sino que impactan en el desarrollo intelectual y psicosocial del joven, sostuvo el especialista. De todas formas, pareciera ser que la salud a futuro no es tan relevante como tomar hasta reventarse para pasarla bien o pertenecer a un grupo. Sino “sos el único que está de la cara (sobrio), mientras todos están pi pi pi pi (de fiesta)”, como lo explica el joven Chebaia a la salida del boliche.