Detestado y adorado según corresponda, Jorge Lanata es un periodista identificado con la grieta argentina porque, en plena década kirchnerista, él colocó ese nombre a la crispación nacional, y porque, según sus detractores, la alimenta y aprovecha. Lanata pasa de las críticas y especulaciones, y dice que si él hizo algo en la vida, eso fue luchar por la libertad de prensa. “Siempre quise que la gente pueda pensar y expresarse, sobre todo en los momentos difíciles. Quizá por ello me distinguirán en Tucumán”, razona en relación con el premio que la Fundación Federalismo y Libertad le otorgará el jueves, en el ámbito del 3° Foro sobre Nuevos Desafíos del Periodismo (ver “El programa”). Sin filtro y sin freno, Lanata habla por teléfono mientras la televisión transmite la marcha por Santiago Maldonado. “Este caso es un desastre para el Gobierno”, evalúa.
-Ayer (por el viernes) hablaste en tu ciclo de Radio Mitre sobre la violencia, los escraches y los ataques que comienzan a volverse extremistas. ¿Lo que sucede es consecuencia del fanatismo, del relato o de la falta de justicia?
-Es una mezcla de todo. Cuando hablé de la grieta por primera vez en la entrega de los Martín Fierro (2013), en ese momento el Gobierno contestó “no, de ninguna manera, lo único que existe es el amor y blablabla”, pero hasta ahora se ha cumplido lo que dije. La grieta es lo peor que nos deja el kirchnerismo, más allá de la impunidad y de hechos de corrupción, cuya falta de solución definitiva ya ni siquiera es culpa del kirchnerismo sino del Gobierno actual. La grieta dejó de ser política y se volvió cultural, y cada día hay menos puntos de contacto entre gente que vive en La Matanza y en la capital del país. Al lado de ello hubo un discurso fanático que hizo imposible el diálogo. Y por fin todo terminó cerrándose en dos compartimientos: “K” y “antiK”. Yo no creo que la grieta se vaya a cerrar porque un programa lleve a un panelista de cada bloque: la división es más profunda y tiene que ver con dos modelos de países distintos.
-¿Cuál es la responsabilidad de la administración del presidente Mauricio Macri respecto de la corrupción?
-En un momento el Gobierno pudo haber presionado a la Justicia mucho más de lo que lo hizo, que en verdad fue casi nada. No estoy diciendo que intervenga en el Poder Judicial, sino que no sacó a (la procuradora general Alejandra) Gils Carbó cuando tuvo la oportunidad y eso hace que las investigaciones penales sigan siendo lentas. El Gobierno prefirió, frente a su debilidad política, mantener a Cristina (Kirchner) como un fantasma presente, y el problema es que eso es muy delicado y se puede volver en contra, que es lo que está pasando ahora.
-¿En qué sentido?
-Significa que Cristina siga manteniendo una base dura y que la ciudadanía no pueda saber, por la falta de pronunciamiento judicial, si las denuncias de corrupción eran o no ciertas, o si tan sólo se trató de propaganda política. Desde hace años, el principal problema de la Argentina es la Justicia porque todo termina ahí: las relaciones laborales, familiares, estudiantiles y políticas. Es necesario que los buenos vuelvan a ser buenos, y los malos, malos para recuperar el sentido de la verdad. De lo contrario, es imposible encarar un proceso de cambio.
-¿Cuál es tu pálpito electoral?
-Es probable que el Gobierno gane por poco, pero que gane. A lo mejor se anime a hacer gradualmente parte del ajuste que tiene que hacer y que todo el mundo coincide en que tiene que hacer. Pero hay una enfermedad argentina que es muy anterior a octubre y que el Gobierno no modificó: somos un país que gasta lo que le ingresa y tres veces más. Este esquema produce las crisis cíclicas. Los K se endeudaban hacia adentro y esta gente lo hace hacia afuera, pero todos llegan al mismo punto donde la deuda es muy grande, los intereses son muy altos: el default. El problema de base, que es que vivimos por afuera de nuestras posibilidades, que tenemos una idea irracional del gasto público, sigue vigente.
-¿Cuánto puede influir el caso “Maldonado” en la imagen de Cambiemos?
-Es un desastre. Sinceramente hoy nadie tiene elementos para afirmar nada. Es igualmente verosímil que (Maldonado) haya muerto en manos de Gendarmería como que lo hayan matado los propios mapuches o que haya tenido un accidente. Todo el mundo habla del caso parcializadamente. Es terrible para el Gobierno porque hay un movimiento que intenta instalar que Macri no es formalmente un dictador, pero que se le parece. ¿Por qué alguien querría que eso sea así? A lo mejor para combatirlo de otra manera, porque, si es una dictadura, es lógico quemar un banco, secuestrar gente o volver a los años 70. Veo cada vez más hechos aislados que van hacia allí. Yo entrevisté a Facundo Jones Huala (descendiente de mapuches) en la cárcel y al otro día quemaron 77 camiones en Chile. Y era el mismo grupo. Si vos pensás que Cristina o quien sea es la única solución posible, si le creés sin cuestionarla y si pensás que el resto forma parte de un complot mundial para perjudicar a la Argentina, es lógico que reacciones de una manera casi religiosa para defender a tu líder.
-En las redes sociales se dijo que le faltaste el respeto a Jones Huala.
-A mí me parece que Jones Huala no tiene nivel intelectual para dirigir nada, ni un consorcio ni una organización indigenista. Me pareció un chico salido de una asamblea, con consignas y sin argumentos. Creo que una persona que quiere vivir en el siglo XVIII está mal de la cabeza. Yo respeto las tradiciones de todos, pero creo que el mundo ha avanzado y que nadie puede aspirar a que, por la fuerza, adoptemos sus valores culturales. Ellos quieren un Estado entre Argentina y Chile, y que sea religioso: yo no estoy de acuerdo con eso, con estados mapuches y católicos. El de Jones Huala me parece un pensamiento oligarca: esta cosa del legado, de que él y los suyos son una raza superior porque llegaron antes... Jones Huala defiende conceptos idiotas y reaccionarios. Ahora, por supuesto que yo no quiero que los indios estén en la pobreza y en la ignorancia, y que entiendo que hay que hacer algo.
-¿Y qué hay que hacer con el ex presidente Carlos Menem, que logró salirse con la suya y postularse otra vez como senador?
-Es una locura: una barbaridad. Se forzó toda la ley todo el tiempo sólo porque Menem levanta la mano para quien se lo pida. Me parece una vergüenza y que no debería ser candidato. La Corte Suprema de Justicia de la Nación, como el resto de los Tribunales, funciona con un equilibrio político que intenta mantener más que nada a favor de ella misma. En su momento, 12 de los 14 jueces federales porteños recibían plata de Menem. Esto no cambió con los Kirchner, que los amenazaban. Pero la relación entre el Poder Ejecutivo y la Justicia fue siempre una vergüenza en la Argentina, y si quisiéramos que esto sea distinto, lo que habría que hacer es sacar a todos los jueces federales, someter su carrera a una especie de juicio político y que queden los que queden. Y a los demás, renovarlos. Mientras eso no pase, es difícil hablar de la Justicia porque lo más probable es que no haya justicia.
-¿Qué es Tucumán para vos? ¿Será Barbarita Flores, la niña que lloró de hambre frente a una de tus cámaras en 2002?
-Es un recuerdo triste por un lado y dulce por otro, por todo lo que pasó con Bárbara. Fui muchas veces a la provincia y también es un signo de pregunta: ¿por qué pasan los años y sigue estando igual? También es la fortuna de (José) Alperovich. Tucumán es, para mí, todas esas cosas.