Hoy, unas vallas y el cartel “Refacción y transformación. Locales comerciales. Oficinas con estacionamiento privado”, taponan la planta baja de 24 de Setiembre 564-568. El local tuvo tiempos gloriosos. Lo edificó el empresario Eduardo Leston, y lo alquiló de inmediato a “Tortajada, Amorós, Arnau y Casanova”. Esa firma, el jueves 5 de julio de 1923, abrió allí el “Grand Splendid Theatre”, con la proyección de la documental “En el corazón de la África salvaje”.
La prensa dedicó grandes notas con fotografías a la inauguración del “Splendid”. Destacaba que tenía “600 butacas, 100 tertulias-butacas y 28 palcos altos”, además de un “salón confitería” para fiestas sociales. Disponía de “un aparato modelo Mundial, de la renombrada casa de París, Pathe Freres”, que aseguraba una proyección “nítida y firme” de las películas. Mudas por entonces, las acompañaba, desde el foso, una orquesta “de profesores”.
En suma, la sala estaba destinada a convertirse en “un centro de elegancia y refinamiento”, para “orgullo de nuestra capital”. Durante varios años fue el concurrido ámbito de mayor distinción, tanto para cine como para espectáculos de teatro. Luego, aparecieron salas más modernas, como los cines “Metro” y “25 de Mayo”, y sobre todo el cine-teatro “Plaza”, que le restaron importancia, fenómeno que se acentuó al carecer de pantallas de Cinemascope y, por cierto, de aire acondicionado.
Fue perdiendo categoría. Al empezar los años 1960, su atractivo estaba en la proyección de producciones audaces (para esa época), francesas sobre todo, que no ofrecían otros cines. Después se convirtió en el teatro “Parravicini”, y luego alojó casas de comida. Sigue en pie. Es de esperar que el nuevo destino siga respetando la fachada, que integra nuestro escaso patrimonio arquitectónico.