Otra derrota de Los Pumas (35 a 25) frente a Inglaterra dejó nuevamente mucha tela para cortar. El equipo que conduce el tucumano Daniel Hourcade volvió a cometer los mismos errores infantiles que había cometido, siete días atrás, en San Juan, cuando había caído 38 a 34 ante el mismo rival, en los minutos finales.
Si bien el equipo muestra pasajes de buen juego, con tries de muy buena factura, se evidencia, como dijo el entrenador de los ingleses Eddie Jones, que Argentina es un equipo desesperado por ganar. Esa presión que los propios jugadores se ponen los lleva a desesperarse y a perder el eje del partido. Al igual que en Jaguares (Pumas vestidos de naranja), se notan momentos de individualismo extremo, con poca conexión entre sus líneas y sin solidaridad a la hora de cuidar la guinda o de defender.
Podría decirse que el mismo desgaste que les está generando jugar el Súper Rugby les está pasando factura, ya que este es el segundo año en esta competencia que lleva más de 20. Pero no es excusa; menos si se pedía a gritos tener mayor competencia, ya que Los Pumas, antes de jugar el Championship, apenas jugaban seis partidos al año (los tres de la ventana de junio y los tres de la de noviembre). Ahora que lo consiguieron, y que tienen a los jugadores más tiempo juntos, aun así no pueden amalgamar la idea de juego que sí lograban cuando estaban menos tiempo juntos. Agustín Creevy describía que no es lo mismo vestir la camiseta de Jaguares que la de Los Pumas, ya que calzarse la celeste y blanca da otra motivación. Pero en el juego fue lo mismo.
A Hourcade le reclaman que no quiere dar el brazo a torcer con la no inclusión de los jugadores que están jugando en el rugby europeo. Quizás sea hora de hacerlo y ver si la situación cambia.
Quedan aún dos años para el Mundial. Hay tiempo para enderezar el barco. Pero para ello hay que subsanar no sólo el nivel de juego, sino también lo mental; para volver a unir un equipo que hoy se ve muy desmembrado.