Jorge Ricci es un referente del teatro nacional. Director, dramaturgo, actor y gestor cultural, inquieto y con más de 50 años en las tablas, el autor de “Zapatones”, “Actores de provincias” y “El clásico binomio” llegó desde su Santa Fe natal con su grupo, Llanura. La suya es una voz autorizada a la hora de hacer un balance de lo que está pasando en el país y en la región.
“Argentina tuvo, casi siempre, momentos brillantes en el teatro, desde la gauchesca y el circo criollo hasta la época de los nombres difíciles como le digo, con Rafael Spregelburd o Alejandro Tantanian. Y pasando por el sainete y la ola inmigratoria y los grupos independientes de los 40 y 50, con trabajos deslumbrantes. Veo teatro maravilloso en Tucumán, Santa Fe, Rosario, Mendoza, Córdoba y Buenos Aires, gente de la Patagonia y el NOA. El NEA es la zona más desguarnecida del país, pero está en todos lados, y en los festivales internacionales el público nos espera”, le dice a LA GACETA en el marco de la Fiesta Nacional de Teatro.
- ¿Hay una continuidad histórica del teatro argentino?
- Por el contrario, me parece estupendo que cada generación haya sido parricida de lo precedente, como para hacer su nueva experiencia. Los nuevos surgidos con la recuperación de la democracia se mezclaron con los Ricardo Bartís, los Alberto Ure, los Tato Pavlovsky, los Mauricio Kartún… En las provincias crece y no deja de crecer. Pero hay que esperar a que baje la marea, para ver qué queda. Hay líneas y corrientes, pero pasó el tiempo de la ortodoxia, que existía cuando yo era muchacho. Felizmente desapareció y hay una gran irrespetuosidad por los clásicos y por los contemporáneos, con mucha dramaturgia propia y de equipos, de actores y de dirección, con versiones de textos conocidos y mucha libertad de creación. Perviven algunos caciques que hacen daño, pero son los menos, tan cerrados como el ISIS.
- ¿Existe una identidad nacional?
- La identidad que encuentro es la de la actuación. El actor argentino tiene una manera de transpirar la camiseta que no existe en otros lugares. Hice muchas giras por Europa y por Latinoamérica y les parece mentira cómo trabajamos acá. La atamos con alambre y la sacamos adelante, producto de una cultura cosmopolita que nos ayudó muchísimo.
- Aparte de la Argentina, ¿qué otro país latinoamericano está generando interés internacional?
- Brasil, que tiene un teatro de imagen y de movimiento increíble. Los argentinos somos los dueños del teatro de texto. En los festivales nos esperan a los dos, como en el fútbol. Colombia es otro país muy rico y conflictuado, con mucho para contar y una larga tradición en creaciones colectivas, en Manizales, Medellín y Cali. Chile está creciendo cada vez más en los últimos 20 años, con buenos autores y directores nuevos, lo mismo que pasa en Uruguay, luego de que la pibada se pudo sacar de encima el peso de la referencia de El Galpón y el Circular, las dos instituciones más importantes en Montevideo. De México no conozco mucho y lo poco que vi no me pareció del otro mundo.
- ¿Te cae bien la mixtura cada vez más creciente en el país con el teatro danza y de despliegue físico?
- Con los años uno aprende a tomar todos los medicamentos. Si te hace bien para el colesterol, que venga (ríe). Es un tipo de teatro con el que yo no me siento identificado, pero reconozco que cuando debo programar un festival, suelo encontrarme con cosas maravillosas y de gran calidad en esa estética, incluyendo al circo y al clown, y al trabajo con objetos. Sería prepotente de mi parte negarlo. Yo sigo con el texto, pero que esté vivo y renovándose de función en función. Está bien que haya para elegir distintas estéticas.
- Fuiste secretario de Asuntos Culturales de la Universidad Nacional del Litoral durante 20 años. ¿Cómo debe ser una gestión en esa área?
- Hoy es otro tiempo, pero cuando asumí, en el regreso de la democracia, nos propusimos empezar de cero. El presidente era Raúl Alfonsín y el rector, Benjamín Stubrin, el padre de los dirigentes de la UCR, Adolfo y Marcelo. Me encontré con una oficina vacía, se habían llevado hasta la goma de borrar. No habían hecho nada o querían ocultar todo. Era volver a hacer lo de la década del 60 en democracia, porque para los militares la cultura era mala palabra. Se empezó con talleres, con festivales y ciclos gratuitos que llamábamos “la cátedra libre”, con un presupuesto pequeño. En la radio universitaria cambiamos la programación porque no la escuchaba nadie, y en dos o tres años pisamos fuerte. Lo que hicimos fue insertarnos en la comunidad porque esa es la función de la universidad: no ser un panteón, sino trabajar en relación con la sociedad y con las empresas, dando servicios. Nos volvimos protagónicos, pese a que los Gobiernos provincial y municipal, que eran peronistas, no nos ayudaron porque estaban celosos. Hoy se acomodaron mejor las cosas. Tenemos en Santa Fe un gobierno progresista y trabajos en conjunto entre municipios con distintas banderías políticas, porque se han puesto todos en pie de igualdad para trabajar codo a codo por la cultura.
> Debates y tensión en la arena política
Mientras se desarrolla la parte artística de la Fiesta Nacional de Teatro, avanzan en paralelo los debates políticos sobre el diseño y las políticas que implementa el Instituto Nacional de Teatro (INT).El director ejecutivo, Marcelo Allasino, intenta profundizar un mecanismo de mayor control nacional sobre las estructuras locales, incluyendo el manejo económico y administrativo, pero el sector que lidera Miguel Ángel Palma (secretario general del INT) reclama más espacio de libertad y de acción independiente en cada distrito.
En el fondo aparecen tensiones vinculadas a modelos de gestión y a la utilización de los recursos, y el reposicionamiento de las ideas de la línea más tradicional (representada en Palma) frente a las propuestas de cambio, transparencia y renovación que llegan desde el Gobierno nacional. Las discusiones son fuertes e incluyen desautorizaciones cruzadas de ciertas decisiones tomadas.