La tragedia de Lucas Fernández conmocionó a Tucumán en marzo de 1996
El adolescente de 17 años, hijo de un vocal de la Caja Popular, fue baleado en la cabeza cuando regresaba en auto desde Yerba Buena por la avenida Mate de Luna junto a sus amigos Luis Battaglia, Bruno Bazzano, Francisco Colombres Garmendia, Víctor Nassif y Enrique Zamudio dejaron la disco “2044” de la avenida Aconquija de Yerba Buena y se dirigieron a la capital. Los amigos dijeron que el conductor de un Fiat 147 fue el agresor. Fernández falleció una semana después y los amigos acusaron a Andrés Miguel, hijo de un camarista federal, quien fue reconocido cuando apareció en LA GACETA y en televisión aclarando su situación, ya que había sido mencionado por rumores. Fue llevado a juicio y condenado a 12 años de prisión, pero años después todo fue anulado por la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que especificó que debía hacerse un nuevo juicio, para que se investigue otra hipótesis de la tragedia. Esto nunca se hizo y el homicidio quedó impune.
El 27 de julio de 1996
Alvaro Pérez Acosta, de 23 años, fue patoteado
Los hermanos Cristian y Fabián Jensen lo atacaron cuando se retiraba de un boliche con su novia. Uno de ellos había tratado de sacar a la novia a bailar. Cristian le dio un cabezazo y lo hizo trastabillar y cuando Alvaro cayó el agresor lo tomó del cuello y le golpeó la cabeza contra el pavimento. Luego el otro lo pateó varias veces. Después el mayor levantó la cabeza de Alvaro y otra vez lo golpeó contra el pavimento, mientras Fabián lo pateaba en el tórax. Pérez Acosta quedó invalidado para siempre. Los hermanos fueron condenados en 1997 a ocho años de prisión.
En noviembre de 2013, dos alumnas se agarraron a trompadas
Fue en la escuela secundaria Cruz Alta de Banda del Río Salí. Poco después, se cortaron con trinchetas, mientras se tomaban de los cabellos. “Las madres las alentaban para que se siguieran golpeando”, contó en ese momento una alumna. Poco después llegó el tío de una de ellas, pero no a separar; sacó un arma y amenazó a la rival de su sobrina, luego de sacarse de encima a una maestra de un empujón.
La batalla campal de octubre del año pasado
El 21 de octubre de 2016 las caravanas de las escuelas técnicas 2 y 3 se cruzaron en la Plaza Urquiza y comenzaron a volar las primeras trompadas que terminaron en Plaza Independencia, cuando intervino la Policía. Varios de los jovenes resultaron heridos y al menos cinco personas -tres mayores de edad y dos menores- fueron demoradas por daños a un local de 25 de Mayo y Santiago del Estero, la misma esquina donde apuñalaron mortalmente a Matías Albornoz Piccinetti.
PUNTOS DE VISTA
De niños tiranos a adolescentes violentos
Gloria Heredia - Psicóloga de niños y adolescentes
El problema de la violencia juvenil no es nuevo. De hecho, es un tema de salud pública que genera preocupación a nivel mundial desde hace tiempo.
Se trata del precio que hay que pagar por la falta de límites. En este sentido, la familia está fallando. Durante la niñez, los chicos no supieron internalizar el límite, se les permitió todo para que no se frustren (cuando las frustraciones son parte de la vida). Al llegar a la adolescencia se vuelven personas impulsivas, que no aceptan el control.
Como padres, hay que transmitirles valores a los hijos, enseñarles a vivir en sociedad, educarlos en el respeto hacia el otro. Para lograrlo es muy importante estar con los chicos y escucharlos.
Hay que tener en cuenta que esto es transversal a todos los niveles socioeconómicos. Los chicos manifiestan comportamientos violentos aunque no tengan problemas psiquiátricos.
Por la falta de límites, los niños tiranos se terminan convirtiendo en adolescentes violentos.
La ausencia de autoridad
Carlos Iriarte - Psiquiatra
Cuando ocurren hechos de esta naturaleza, se judicializa el hecho y se victimiza la situación. Cuando entramos en ese terreno es muy difícil analizar la etiología de este tipo de situaciones. El principal problema es que las familias miran hacia afuera y no hacia adentro cuando sucecen estos hechos. Los padres varones, en particular, están ausentes. Las luchas por crímenes impunes de jóvenes, por ejemplo, en casi todos los casos están protagonizados por mujeres, como las madres del dolor o del pañuelo negro. Son escasos los casos, como el de Alberto Lebbos -quitando cualquier carga ideológica- donde el varón toma la iniciativa. Pocos padres ejercen la autoridad en temas de este tipo de situaciones. Somos parte de esta sociedad y de alguna manera estamos haciendo cosas para producir este tipo de hechos o con la inacción: no estamos haciendo nada como sociedad para que estos hechos no sucedan. Eso nace de algún lugar, no de la sociedad, sino de la familia. Uno hace en la familia, adentro, cosas para que pasen cosas buenas. O no se hace nada y se generan adolescentes desbordados. Nuestra sociedad viró a una judicializada, no es una sociedad humana. Estamos pensando que la justicia nos resolverá lo humano, pero la justicia resuelve lo legal, no lo humano. ¿Qué ganamos con que el chico agresor sea condenado? ¿Por que no hay un plan de prevención sobre la violencia? ¿O no se conoce el fenómeno de la violencia social? Este gobierno o el anterior, ninguno, sin entrar en cuestiones partidarias, no juntó a diez expertos que empiecen a trabajar en distintas áreas para prevenir la violencia. Esa es la inacción desde lo social. El peor de los males es la ausencia de autoridad.
Lo primitivo, sin palabras
Manuel Andújar - Psicólogo
Cuando un grupo humano se ha alejado de eso que nos pone límite, que es la ley, quedamos a expensas de un comportamiento que se parece al de la psicología de las masas.
Si le sumamos que hablamos de jóvenes en los cuales no hay todavía una estructuración que les permita tener un lugar más consistente para intercambiar con el mundo su amor y su odio, lo que podría ser dialogado toma forma de hechos contundentes (acting out). Allí lo que está perdido es la palabra, que es el ámbito donde se discute, se marca las diferencias, donde podemos tener encuentros y desencuentros; se altera eso y el impulso se transforma en un anting out de amor o de odio, y a veces van juntos.
Entonces se entra a un ámbito de mucha adrenalina.
La ley está alejada. No tiene una impronta en un grupo determinado, ese grupo entonces tiene destino de masa. Ahí se pierde la singularidad y nos comportamos de la manera que se llama lo no civilizado, lo primitivo, lo salvaje.