23 Abril 2017
Científicos por un día
ARQUEOLOGÍA. Junto a una réplica de la Cueva de las Manos simularon excavasiones. LA GACETA / DIEGO ARÁOZ
Una araña recorre la mano de Juan Carlos Stazzonelli. Los chicos observan. ¿Quién se atreve a tocarla? Después la devuelve a su cubículo y saca un escuerzo que le cubre la palma completa. Ahora sí, algún dedito se estira sobre el mesón y comprueba la textura de la piel. El stand magnetiza miradas y curiosidades, pero no es el único. A medida que va cayendo la tarde siguen llegando visitantes a la feria “Voces por la ciencia” y en el MUNT la consigna es sentirse científicos por un día.
Stazzonelli es técnico de la Fundación Lillo y forma parte del Instituto de Herpetología (la rama de la zoología que estudia los reptiles). A su lado, Regina Medina explica cómo el cambio climático afecta las especies y Jéssica Fratani muestra en un microscopio qué comen los renacuajos. Fratani es brasileña -de Río de Janeiro- y eligió Tucumán para desarrollar su proyecto.
La feria, organizada por la agrupación Ateneo Científicos Tucumanos (ACT), propone un escenario inusual: el contacto directo entre los investigadores y el público, en este caso con un componente mayoritario de chicos. “El objetivo es hacer visible nuestro trabajo y defender la idea de la ciencia como un derecho de la sociedad”, explica Silvia Lomáscolo. Cuenta que la fecha elegida no es aleatoria, porque ayer se desarrolló en ciudades de todo el mundo “March for science” (Marcha por la ciencia), un llamado a defender los presupuestos para investigación científica. El recorte de fondos estatales no sólo es propio de Argentina; también se registra en Estados Unidos -a partir de las políticas que implementa Donald Trump- y en Europa.
Pero volvamos al Munt, donde algún amago de llovizna no interrumpe experimentos ni demostraciones. Detrás de Daniel García López -representante del Insugeo- hay una vitrina con fósiles vertebrados e invertebrados. A su lado llama la atención una minicolección de rocas. A ese rincón dedicado a la geología y la paleontología lo sigue el Observatorio de Fenómenos Urbanos y Territoriales de la Facultad de Arquitectura. Allí, Silvia Politti indica cómo funciona un visor de mapas, munida de una notebook y de una pantalla.
La jornada es larga, pero no faltan las vituallas. A lo largo de las galerías, rodeando el jardín, se ubican los puestos de gastronomía. La particularidad es que están acompañados por cartelería que indica las propiedades de los alimentos a la venta. Se puede comer aprendiendo. También hay stands dedicados a los vinos y las cervezas artesanales. Mientras, van probando el sonido y armando la batería, porque con la noche llegará la música en vivo.
“El microscopio que están usando agranda dos veces y media la percepción normal del ojo. El electrónico lo acerca un millón de veces”, apunta la fotógrafa Cecilia Gallardo, del Centro Integral de Microscopía Electrónica. Los chicos hacen fila para descubrir los detalles que puede encerrar un pedacito de carbón o las partes de una hoja.
¿Qué es EEPE? Enseñanza de la Ecología en el Patio de la Escuela. ¿A qué se dedican? A aplicar el ciclo de indagación para plantear proyectos de ciencias biológicas. ¿Qué es el ciclo de indagación? Una herramienta que promueve el aprendizaje desde la curiosidad. “Hacemos capacitaciones docentes y también brindamos talleres en las escuelas”, apunta Elisa Fanjul. Ella trabaja en el proyecto junto a Andrea Izquierdo, Sofía Marinaro, Claudia Rey y Ainhoa Cormenzana Méndez. El stand genera interés apenas los chicos descubren los elementos con los que se puede hacer ciencia (un centímetro, una regla, una percha).
En un extremo del patio Carlos Molinari, del Instituto de Biodiversidad Neotropical, explica cómo se desarrolla la vida animal a la vera de los cursos de agua. En la otra punta, el colombiano Alberto Galindo -instalado hace dos años en Tucumán- da una lección sobre el comportamiento de las abejas y detalla el proceso de producción de la miel. Para eso cuenta con una pequeña colmena, que fascina a los más chiquitos.
Bajo el paraguas del ACT se mueve un magma institucional en el que conviven el Conicet, la Universidad Nacional de Tucumán, la Fundación Lillo y los institutos de investigación, que tienen distintas ligazones. Pero el corazón del grupo late al compás de los propios científicos y así lo demuestra Carlos Aschero, uno de los más prestigiosos de Tucumán, que al pie de un fogón explica a un ramillete de chicos cuáles eran las materias primas con las que contaban en la antigüedad y cómo trabajaban con ellas. En la tarea lo acompañan Jorge Funes y Alfredo Calisaya.
El IAM (Instituto de Arqueología y Museo, de la Facultad de Ciencias Naturales) y el ISES (Instituto Superior de Estudios Sociales) despliegan varias atracciones. Junto a una réplica de la Cueva de las Manos, María Belén Velárdez -estudiante de quinto año- custodia un simulacro de excavación, formado por cajones de arena donde los chicos pueden encontrar, por ejemplo, puntas de flecha. Y más allá, detalla Lorena Cohen, se puede pintar, tal como lo hacían nuestros antepasados. Es que la feria, a fin de cuentas, terminó convirtiéndose en un gran patio de juegos.
Stazzonelli es técnico de la Fundación Lillo y forma parte del Instituto de Herpetología (la rama de la zoología que estudia los reptiles). A su lado, Regina Medina explica cómo el cambio climático afecta las especies y Jéssica Fratani muestra en un microscopio qué comen los renacuajos. Fratani es brasileña -de Río de Janeiro- y eligió Tucumán para desarrollar su proyecto.
La feria, organizada por la agrupación Ateneo Científicos Tucumanos (ACT), propone un escenario inusual: el contacto directo entre los investigadores y el público, en este caso con un componente mayoritario de chicos. “El objetivo es hacer visible nuestro trabajo y defender la idea de la ciencia como un derecho de la sociedad”, explica Silvia Lomáscolo. Cuenta que la fecha elegida no es aleatoria, porque ayer se desarrolló en ciudades de todo el mundo “March for science” (Marcha por la ciencia), un llamado a defender los presupuestos para investigación científica. El recorte de fondos estatales no sólo es propio de Argentina; también se registra en Estados Unidos -a partir de las políticas que implementa Donald Trump- y en Europa.
Pero volvamos al Munt, donde algún amago de llovizna no interrumpe experimentos ni demostraciones. Detrás de Daniel García López -representante del Insugeo- hay una vitrina con fósiles vertebrados e invertebrados. A su lado llama la atención una minicolección de rocas. A ese rincón dedicado a la geología y la paleontología lo sigue el Observatorio de Fenómenos Urbanos y Territoriales de la Facultad de Arquitectura. Allí, Silvia Politti indica cómo funciona un visor de mapas, munida de una notebook y de una pantalla.
La jornada es larga, pero no faltan las vituallas. A lo largo de las galerías, rodeando el jardín, se ubican los puestos de gastronomía. La particularidad es que están acompañados por cartelería que indica las propiedades de los alimentos a la venta. Se puede comer aprendiendo. También hay stands dedicados a los vinos y las cervezas artesanales. Mientras, van probando el sonido y armando la batería, porque con la noche llegará la música en vivo.
“El microscopio que están usando agranda dos veces y media la percepción normal del ojo. El electrónico lo acerca un millón de veces”, apunta la fotógrafa Cecilia Gallardo, del Centro Integral de Microscopía Electrónica. Los chicos hacen fila para descubrir los detalles que puede encerrar un pedacito de carbón o las partes de una hoja.
¿Qué es EEPE? Enseñanza de la Ecología en el Patio de la Escuela. ¿A qué se dedican? A aplicar el ciclo de indagación para plantear proyectos de ciencias biológicas. ¿Qué es el ciclo de indagación? Una herramienta que promueve el aprendizaje desde la curiosidad. “Hacemos capacitaciones docentes y también brindamos talleres en las escuelas”, apunta Elisa Fanjul. Ella trabaja en el proyecto junto a Andrea Izquierdo, Sofía Marinaro, Claudia Rey y Ainhoa Cormenzana Méndez. El stand genera interés apenas los chicos descubren los elementos con los que se puede hacer ciencia (un centímetro, una regla, una percha).
En un extremo del patio Carlos Molinari, del Instituto de Biodiversidad Neotropical, explica cómo se desarrolla la vida animal a la vera de los cursos de agua. En la otra punta, el colombiano Alberto Galindo -instalado hace dos años en Tucumán- da una lección sobre el comportamiento de las abejas y detalla el proceso de producción de la miel. Para eso cuenta con una pequeña colmena, que fascina a los más chiquitos.
Bajo el paraguas del ACT se mueve un magma institucional en el que conviven el Conicet, la Universidad Nacional de Tucumán, la Fundación Lillo y los institutos de investigación, que tienen distintas ligazones. Pero el corazón del grupo late al compás de los propios científicos y así lo demuestra Carlos Aschero, uno de los más prestigiosos de Tucumán, que al pie de un fogón explica a un ramillete de chicos cuáles eran las materias primas con las que contaban en la antigüedad y cómo trabajaban con ellas. En la tarea lo acompañan Jorge Funes y Alfredo Calisaya.
El IAM (Instituto de Arqueología y Museo, de la Facultad de Ciencias Naturales) y el ISES (Instituto Superior de Estudios Sociales) despliegan varias atracciones. Junto a una réplica de la Cueva de las Manos, María Belén Velárdez -estudiante de quinto año- custodia un simulacro de excavación, formado por cajones de arena donde los chicos pueden encontrar, por ejemplo, puntas de flecha. Y más allá, detalla Lorena Cohen, se puede pintar, tal como lo hacían nuestros antepasados. Es que la feria, a fin de cuentas, terminó convirtiéndose en un gran patio de juegos.
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