20 Abril 2017
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Cuatro días antes de que el médico Federico Dürig denunciara que había recibido una paliza por parte de familiares de un paciente fallecido en el Sanatorio del Norte, hubo un caso parecido en el Centro de Salud; también hubo amenazas, golpes y una irrupción sin permiso a la terapia intensiva por parte de allegados de una mujer que había muerto en esa sala. Según el facultativo al que agredieron en esa ocasión, Juan Alud, el hospital tomó nota del episodio y ordenó que esa área restringida esté vigilada todo el tiempo para evitar que se repita.
“Se trataba de una paciente de unos 60 años que llevaba internada cinco meses. La habían operado de un tumor y luego había aparecido una serie de complicaciones. Los médicos tenemos escalas de gravedad, pero todas las personas que se encuentran en terapia intensiva están en una situación crítica. Por eso mismo, yo siempre trato de ser muy claro cuando hablo del estado de los pacientes con sus familiares. La mayoría de ellos sufre mucho cuando se entera de una muerte, pero a los minutos comienzan a asimilar la idea. Estas personas reaccionaron de forma violenta, como nunca me había pasado en mi vida”, advirtió Alud en diálogo con LA GACETA.
Tanto el caso de Dürig como el de Alud fueron mencionados por los principales referentes del gremio de Sitas para exigir a las autoridades que se coordinen mejores controles en el ámbito público y que se trate un proyecto presentado en la Legislatura que prevé penas contravencionales a agresores de médicos y docentes, algo que también beneficiaría a los profesionales de la Salud en la parte privada.
Irrupción en la terapia
El 12 de abril, cuando Alud se hizo cargo de la guardia a las 20, se encontró con la paciente en estado terminal. “Se le realizaron las maniobras de reanimación pero se trataba de un cuerpo cansado, después de cinco meses de tratamiento”, explicó. Apenas falleció la mujer, otro paciente comenzó a mostrar peligrosos signos y el médico corrió a atenderlo. La tarea de dar la triste noticia del fallecimiento quedó en manos de un colaborador. “Empujaron la puerta y entraron a la terapia, algo que está totalmente prohibido. Mientras yo atendía a la otra persona, estos familiares me insultaban”, añadió.
A las mujeres se les ordenó que abandonaran la sala pero estas no tenían en mente cesar las agresiones; se quedaron en un pasillo y al ver pasar a Alud, se arrojaron encima suyo para propinarle trompadas y arañazos. “El primer golpe de puño lo esquivé, pero no el segundo. Las tres comenzaron a agredirme y me rompieron la ropa. Yo, de ninguna manera podía contestar a la agresión, porque eran mujeres”, acusó.
Sin embargo, Alud no pensaba quedarse de brazos cruzados y fue hasta la guardia policial para radicar una denuncia por lesiones. “Ni siquiera las pudieron aprehender, porque cuando las fueron a buscar estaban con un abogado que evitó que se las llevaran”, lamentó.
Si bien el médico no volvió a tener contacto con las agresoras, el miedo no se fue; admitió que ahora, siempre cuando sale del hospital, mira para todos lados para evitar cualquier tipo de sorpresas. Su recelo tiene una razón: durante el forcejeo, una de las mujeres le arrancó una cadena en la que el médico tiene los datos de su esposa, por si le ocurriera algo a él. Las personas que lo golpearon ahora tienen una “chapita” con información personal, como su dirección y teléfono.
Según Alud, este caso no es el primero que ocurre en ese hospital, uno de los principales de la provincia, y obligó a replantear la seguridad. “En la entrada a la terapia intensiva no había ningún custodio. Ahora se va a poner uno de forma permanente. Está bien que así sea. A mí jamás me habían agredido, pero conozco enfermeros y practicantes que sufrieron duros golpes”.
“Se trataba de una paciente de unos 60 años que llevaba internada cinco meses. La habían operado de un tumor y luego había aparecido una serie de complicaciones. Los médicos tenemos escalas de gravedad, pero todas las personas que se encuentran en terapia intensiva están en una situación crítica. Por eso mismo, yo siempre trato de ser muy claro cuando hablo del estado de los pacientes con sus familiares. La mayoría de ellos sufre mucho cuando se entera de una muerte, pero a los minutos comienzan a asimilar la idea. Estas personas reaccionaron de forma violenta, como nunca me había pasado en mi vida”, advirtió Alud en diálogo con LA GACETA.
Tanto el caso de Dürig como el de Alud fueron mencionados por los principales referentes del gremio de Sitas para exigir a las autoridades que se coordinen mejores controles en el ámbito público y que se trate un proyecto presentado en la Legislatura que prevé penas contravencionales a agresores de médicos y docentes, algo que también beneficiaría a los profesionales de la Salud en la parte privada.
Irrupción en la terapia
El 12 de abril, cuando Alud se hizo cargo de la guardia a las 20, se encontró con la paciente en estado terminal. “Se le realizaron las maniobras de reanimación pero se trataba de un cuerpo cansado, después de cinco meses de tratamiento”, explicó. Apenas falleció la mujer, otro paciente comenzó a mostrar peligrosos signos y el médico corrió a atenderlo. La tarea de dar la triste noticia del fallecimiento quedó en manos de un colaborador. “Empujaron la puerta y entraron a la terapia, algo que está totalmente prohibido. Mientras yo atendía a la otra persona, estos familiares me insultaban”, añadió.
A las mujeres se les ordenó que abandonaran la sala pero estas no tenían en mente cesar las agresiones; se quedaron en un pasillo y al ver pasar a Alud, se arrojaron encima suyo para propinarle trompadas y arañazos. “El primer golpe de puño lo esquivé, pero no el segundo. Las tres comenzaron a agredirme y me rompieron la ropa. Yo, de ninguna manera podía contestar a la agresión, porque eran mujeres”, acusó.
Sin embargo, Alud no pensaba quedarse de brazos cruzados y fue hasta la guardia policial para radicar una denuncia por lesiones. “Ni siquiera las pudieron aprehender, porque cuando las fueron a buscar estaban con un abogado que evitó que se las llevaran”, lamentó.
Si bien el médico no volvió a tener contacto con las agresoras, el miedo no se fue; admitió que ahora, siempre cuando sale del hospital, mira para todos lados para evitar cualquier tipo de sorpresas. Su recelo tiene una razón: durante el forcejeo, una de las mujeres le arrancó una cadena en la que el médico tiene los datos de su esposa, por si le ocurriera algo a él. Las personas que lo golpearon ahora tienen una “chapita” con información personal, como su dirección y teléfono.
Según Alud, este caso no es el primero que ocurre en ese hospital, uno de los principales de la provincia, y obligó a replantear la seguridad. “En la entrada a la terapia intensiva no había ningún custodio. Ahora se va a poner uno de forma permanente. Está bien que así sea. A mí jamás me habían agredido, pero conozco enfermeros y practicantes que sufrieron duros golpes”.
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