07 Abril 2017
A TIRAR TODO. Elena y Ramón Cardozo evalúan los daños en su casa. la gaceta / foto de franco vera
En el medio del caos y la desesperación, los hermanos Elena y Ramón Antonio Cardozo, que viven en un mismo terreno en el lado este de la ruta 157, fueron separados. A ella la llevaron evacuada a una escuela de Simoca y a él a Taco Ralo, la localidad que había quedado incomunicada con La Madrid. Ayer fue el reencuentro. Entre el barro y el horror, los hermanos volvieron a abrazarse.
Elena es jubilada y llegó hace cuatro años a La Madrid, así que ya ha visto un par de inundaciones. Pero nunca como esta, que la dejó prácticamente sin nada. El agua le llegó a la cintura el domingo y así salió de su casa, abandonándolo todo. “Mire el barro, mire”, dice, levantando esa pasta marrón que ha llegado a todos los rincones de su casa. A pesar del mal momento que están pasando, se muestra tranquila: “lo peor ya pasó. Tuve la presión en 18 el domingo, pero realmente la asistencia en la escuela fue excelente. Charlamos con médicos y psicólogos, pero principalmente nos esperaban con un abrazo, que era lo que más necesitábamos”, agradece.
Ramón trabaja con animales en una finca que queda a varios kilómetros al este de La Madrid. “Teníamos vacas, caballos y cabras”, dice, sin advertir que habla en pasado. Es que todavía no sabe qué habrá quedado de lo que había logrado construir en estos años, muy de a poco y con mucho trabajo. “No creo que se hayan salvado los animales. No creo que hayan encontrado un lugar lo suficientemente alto como para mantenerse a salvo... todavía no he podido llegar a ver cómo está el campo”, agrega.
De a poco y con ayuda de cuadrillas que no saben quién manda, Ramón y Elena sacan el barro y tiran cosas de sus casas. Tienen terror de que vuelva la crecida, como anuncia el pronóstico. Pero más terror le tienen al futuro. Cuando les preguntan qué viene ahora, Ramón contesta: “no queremos ni podemos pensar en lo que sigue”.
Elena es jubilada y llegó hace cuatro años a La Madrid, así que ya ha visto un par de inundaciones. Pero nunca como esta, que la dejó prácticamente sin nada. El agua le llegó a la cintura el domingo y así salió de su casa, abandonándolo todo. “Mire el barro, mire”, dice, levantando esa pasta marrón que ha llegado a todos los rincones de su casa. A pesar del mal momento que están pasando, se muestra tranquila: “lo peor ya pasó. Tuve la presión en 18 el domingo, pero realmente la asistencia en la escuela fue excelente. Charlamos con médicos y psicólogos, pero principalmente nos esperaban con un abrazo, que era lo que más necesitábamos”, agradece.
Ramón trabaja con animales en una finca que queda a varios kilómetros al este de La Madrid. “Teníamos vacas, caballos y cabras”, dice, sin advertir que habla en pasado. Es que todavía no sabe qué habrá quedado de lo que había logrado construir en estos años, muy de a poco y con mucho trabajo. “No creo que se hayan salvado los animales. No creo que hayan encontrado un lugar lo suficientemente alto como para mantenerse a salvo... todavía no he podido llegar a ver cómo está el campo”, agrega.
De a poco y con ayuda de cuadrillas que no saben quién manda, Ramón y Elena sacan el barro y tiran cosas de sus casas. Tienen terror de que vuelva la crecida, como anuncia el pronóstico. Pero más terror le tienen al futuro. Cuando les preguntan qué viene ahora, Ramón contesta: “no queremos ni podemos pensar en lo que sigue”.
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