03 Abril 2017
“Todos hemos perdido todo alguna vez en esta zona”
Los tucumanos de las localidades vecinas de La Madrid acudieron en tropel para auxiliar a los evacuados del pueblo, que quedó completamente cubierto bajo el agua. Entre ellos, Vicente Casmiz, oriundo de Río Colorado, recordó que cuando les tocó inundarse en 1997 y 2007 también habían recibido ayuda de otros poblados. El despliegue solidario fue un remanso en un día fatídico
AUXILIO. Cientos de tucumanos se desplazaron hasta el sur de la provincia para ayudar a los damnificados. la gaceta / fotos de osvaldo ripoll
“No lloramos, porque es la cuarta vez que nos toca perder todo”, soltó Gladys Brito con la impotencia apretando por dentro. La mujer acababa de subirse al bote de un rescatista voluntario desde el segundo piso de su casa. El agua en el jardín de entrada superaba el metro con setenta. De ese bote se pasó junto a seis familiares a la lancha de Alberto “Beto” Gramajo, que estuvo todo el día rescatando vecinos de sus casas y llevándolos hasta la parte seca de la ruta 157.
“Beto” Gramajo fue uno de los cientos de vecinos de pueblos y localidades del sur de la provincia que acudieron al auxilio de los más de 4.000 habitantes de La Madrid: todo el pueblo quedó bajo el agua. En algunas cuadras superó el metro con noventa.
La solidaridad fue la única tregua para los que salieron con lo puesto. Todos coincidieron en que fue la peor inundación que hubo en los últimos 25 años.
Desde Monteagudo, Río Colorado, Ancasti, La Cocha, Yucumanita, Medinas y Alto Verde, entre otras localidades, acudieron los tucumanos para ayudar a sus vecinos inundados. Algunos fueron a mojarse para ayudar con lo que fuera. Con botes, lanchas, canoas o gomones, las inundadas calles se convirtieron en un sólo ir y venir para evacuar gente o rescatar muebles. Otros habían decidido resistir estoicos en los techos de su viviendas, por temor a robos. Pedían agua y comida.
Brito alzó sus bolsos cuando estuvo en la ruta, transformada en un centro de evacuados de emergencia. Carpas, autos y refugios improvisados con cañas y plásticos para resguardarse de la intemperie se multiplicaron por más de cinco kilómetros. Familias completas esperaban que escampe de una buena vez.
“Esto ya nos había pasado en 1992, en 1998, en el 2000, y ahora de nuevo. La primera tragedia es perder todo, la segunda es dónde pasar la noche, y luego habrá que volver a pararse”, aseguró la mujer. Agradeció a la distancia a “Beto”. El macilento panadero de Monteagudo juntó las manos en alto y volvió a enfilar al pueblo con su lancha.
Inundarse es una rutina
“Beto” Gramajo cerró los ojos para besar a su esposa antes de volverse para recorrer La Madrid, buscando gente que aún necesitaba ayuda. Calculaba el tiempo que estaría trabajando de madrugada amasando pan para darle a los evacuados en unas horas. Contó que en su Monteagudo natal el nivel de agua en las casas alcanzó los 20 centímetros en algunas zonas. Pero como todos se inundaron alguna vez siempre acuden para auxiliar.
“Todos hemos perdido todo alguna vez en esta zona”, aseguró Vicente Casmiz al lado de su bote. No pudo sortear un canasto de basura y se le rompió la quilla (base) del bote. Coincidió con Gramajo: él vive en Río Colorado y les tocó inundarse en 1997 y en 2007. A su lado Antonio Benítez, de Trejos, pedía nafta para seguir con la evacuación.
Esperar en la ruta
César Maldonado aguardaba descalzo junto a su familia sobre la ruta. “Cuando nos fuimos el agua estaba casi en los dos metros adentro de nuestra casa, porque casi tocaba el marco de las puertas. Somos un pueblo de jornaleros, somos pobres que hemos perdido todo otra vez”, reclamó con el rostro como a punto de llorar. No soltó ni una lágrima. A su lado Miriam Brizuela se quejó de que por la radio informaron que no iba a ser necesario evacuar, porque el nivel del río Marapa y del arroyo El Chileno no eran para alertarse. Insultó con virulencia contra los políticos.
“Por suerte tenemos a los vecinos de otros pueblos que siempre es muy buena. Gracias a ella comemos hoy, pero ¿cómo nos levantamos ahora? Necesitamos más que chapas y colchones”, lamentó Maldonado.
Romina Pereira miraba fijo los nubarrones a las 20. El cielo volvió a llenarse de relámpagos. “Dicen que pueden venir dos golpes más de agua desde Escaba”, soltó al aire el comentario, resignada, mientras daba de mamar a su bebé. Del otro lado de la ruta la llamaban sus vecinas para que se refugie de la intemperie. Habían conectado una cocina a una garrafa y comerían cinco familias de un mismo guiso. “El arroz nos lo dio una mujer de Graneros. Por suerte la gente es buena”, dijo Pereira y se despidió.
“Beto” Gramajo fue uno de los cientos de vecinos de pueblos y localidades del sur de la provincia que acudieron al auxilio de los más de 4.000 habitantes de La Madrid: todo el pueblo quedó bajo el agua. En algunas cuadras superó el metro con noventa.
La solidaridad fue la única tregua para los que salieron con lo puesto. Todos coincidieron en que fue la peor inundación que hubo en los últimos 25 años.
Desde Monteagudo, Río Colorado, Ancasti, La Cocha, Yucumanita, Medinas y Alto Verde, entre otras localidades, acudieron los tucumanos para ayudar a sus vecinos inundados. Algunos fueron a mojarse para ayudar con lo que fuera. Con botes, lanchas, canoas o gomones, las inundadas calles se convirtieron en un sólo ir y venir para evacuar gente o rescatar muebles. Otros habían decidido resistir estoicos en los techos de su viviendas, por temor a robos. Pedían agua y comida.
Brito alzó sus bolsos cuando estuvo en la ruta, transformada en un centro de evacuados de emergencia. Carpas, autos y refugios improvisados con cañas y plásticos para resguardarse de la intemperie se multiplicaron por más de cinco kilómetros. Familias completas esperaban que escampe de una buena vez.
“Esto ya nos había pasado en 1992, en 1998, en el 2000, y ahora de nuevo. La primera tragedia es perder todo, la segunda es dónde pasar la noche, y luego habrá que volver a pararse”, aseguró la mujer. Agradeció a la distancia a “Beto”. El macilento panadero de Monteagudo juntó las manos en alto y volvió a enfilar al pueblo con su lancha.
Inundarse es una rutina
“Beto” Gramajo cerró los ojos para besar a su esposa antes de volverse para recorrer La Madrid, buscando gente que aún necesitaba ayuda. Calculaba el tiempo que estaría trabajando de madrugada amasando pan para darle a los evacuados en unas horas. Contó que en su Monteagudo natal el nivel de agua en las casas alcanzó los 20 centímetros en algunas zonas. Pero como todos se inundaron alguna vez siempre acuden para auxiliar.
“Todos hemos perdido todo alguna vez en esta zona”, aseguró Vicente Casmiz al lado de su bote. No pudo sortear un canasto de basura y se le rompió la quilla (base) del bote. Coincidió con Gramajo: él vive en Río Colorado y les tocó inundarse en 1997 y en 2007. A su lado Antonio Benítez, de Trejos, pedía nafta para seguir con la evacuación.
Esperar en la ruta
César Maldonado aguardaba descalzo junto a su familia sobre la ruta. “Cuando nos fuimos el agua estaba casi en los dos metros adentro de nuestra casa, porque casi tocaba el marco de las puertas. Somos un pueblo de jornaleros, somos pobres que hemos perdido todo otra vez”, reclamó con el rostro como a punto de llorar. No soltó ni una lágrima. A su lado Miriam Brizuela se quejó de que por la radio informaron que no iba a ser necesario evacuar, porque el nivel del río Marapa y del arroyo El Chileno no eran para alertarse. Insultó con virulencia contra los políticos.
“Por suerte tenemos a los vecinos de otros pueblos que siempre es muy buena. Gracias a ella comemos hoy, pero ¿cómo nos levantamos ahora? Necesitamos más que chapas y colchones”, lamentó Maldonado.
Romina Pereira miraba fijo los nubarrones a las 20. El cielo volvió a llenarse de relámpagos. “Dicen que pueden venir dos golpes más de agua desde Escaba”, soltó al aire el comentario, resignada, mientras daba de mamar a su bebé. Del otro lado de la ruta la llamaban sus vecinas para que se refugie de la intemperie. Habían conectado una cocina a una garrafa y comerían cinco familias de un mismo guiso. “El arroz nos lo dio una mujer de Graneros. Por suerte la gente es buena”, dijo Pereira y se despidió.
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