Por Mirta Isabel Lazzaroni
02 Abril 2017
CUADROS, FOTOS, MEDALLAS. Todo cabe entre las manos de Rafael Palavecino, hermano de René Escobar. Derecha: el reverso de la postal del Belgrano, con la dedicatoria. la gaceta / fotos de analía jaramillo
“A mi hermano le tocó el 935”. Rafael Palavecino no olvida el número que signó el destino de René Antonio Escobar en 1981. En octubre viajó a incorporarse a la Armada, en cumplimiento del servicio militar. Tenía 19 años, cumplidos poco antes, el 22 de agosto. “Fuimos todos a despedirlo a la estación del Ferrocarril Mitre. Yo lloraba, no quería separarme de mi hermano, tenía 13 años. Y él me dijo: ‘no llorés, vos cuidala a la mamá hasta que yo vuelva’. Esa fue la última vez que lo vimos”, evoca Rafael.
A partir de ahí toda comunicación con Antonio -como le decía la familia- fue por cartas que, regularmente, el conscripto le enviaba a su madre, María Adela Escobar. Cartas que ella quemó, tal vez agobiada por la desesperanza. “No quiso guardar nada -reflexiona Rafael-. Murió en 2010. Yo digo que se cansó de esperar y se fue a buscarlo”.
Antonio había sido el primer hijo de María Adela. Luego ella se casó con Ramón Palavecino y tuvo seis hijos más. “Mi padre fue papá de crianza de Antonio; todavía vive, pero está muy deteriorado por sus problemas de salud”, revela Rafael.
“Mi hermano era un pilar en la familia porque era empleado de una panadería y hacía su aporte económico. Mi papá era albañil y mi mamá trabajaba en casas de familia. Como Antonio trabajaba en la panadería de noche, de día estaba en la casa, con nosotros, él nos criaba”, relata.
Su tía, Rosario Amalia Ibáñez, corrobora: “él se hacía cargo de los hermanos, iba a hacer las compras, y si había que cocinar, cocinaba. Era muy bueno...”. “Dicen que Dios se lleva a los buenos”, apunta a continuación.
Su hija, Beatriz González, también recuerdo lo bondadoso y atento que era Antonio, que le llevaba cuatro años. “Una vez encontró una cubierta en la calle y, como nosotros teníamos una morera, le puso una piola y nos hizo una hamaca, para mí y para mis hermanitas más chicas, y para los hermanitos de él también”, recuerda. En aquel entonces las familias eran vecinas en Villa Luján.
Fanático de San Martín
Para Rafael, su hermano mayor fue la figura de referencia, el modelo a seguir. “Por él me hice fanático de San Martín, aunque mi papá era de Atlético. Conocí los cines por él, conocí muchas cosas...”, confiesa.
De la pasión de Antonio por San Martín también da cuenta Rubén González, uno de sus primos, que tenía la misma edad: “adonde jugara San Martín ahí estábamos, íbamos a Córdoba, a Salta, adonde sea”.
Y sigue recordando: “trabajábamos juntos en la panadería. Los fines de semana eran para jugar al fútbol o para los asados con la familia. Cuando nos machábamos, cantábamos las canciones de Pimpinela”, dice riéndose, colmado de nostalgia.
Antonio llegó a jugar en las inferiores de San Martín. “Era un buen arquero”, coinciden Rafael y Rubén. Ambos recuerdan que estaba muy contento porque le había tocado la Armada para hacer el servicio militar. “Me decía, en broma, que me iba a traer un barquito de regalo cuando volviera”, dice Rubén. “Quizás lo veía como una oportunidad de conocer otros lugares”, considera Rafael.
Agrega que su hermano se sentía orgulloso de que el país hubiera recuperado las Malvinas: “creo que esos chicos estaban comprometidos. Claro que en esa época el amor a la patria era otro”.
Una postal
Cuando se embarcó en el Crucero Belgrano, Antonio le mandó una postal a la madre. “Yo estoy en este barco”, escribió en el reverso de la imagen del buque. Al día siguiente de la tragedia, doña María Adela leyó en LA GACETA que habían hundido el Belgrano, y le preguntó a Rafael: “¿en ese barco no iba Antonio?” “No quise contestarle, pero no había alternativa -confiesa ahora Rafael-, y después empezó el ir y venir a la delegación naval para saber de la suerte de mi hermano. El 12 de mayo vinieron unos militares a la casa y le dijeron a mi mamá que se suspendía la búsqueda y lo daban por desaparecido”.
Beatriz no se olvida de ese día. “Fue una gran tristeza, angustia, dolor, mi acuerdo de mi tía (María Adela), que estaba en el fondo, y vinieron los militares y le entregaron la bandera...”, evoca.
Por lo que la familia pudo reconstruir, Antonio estaba de guardia cuando ocurrió el ataque. “Él no murió en el acto, al parecer fue herido y bajó a los camarotes a buscar a un amigo, y ya no apareció más”, cuenta Rafael.
Búsqueda
“Al no haber un cuerpo, al estar desaparecido, es muy difícil hacer el duelo. Yo empecé a cerrar el círculo cuando viajé a Malvinas, en 2009. Ahí también me puse en contacto con familiares de otras víctimas”, dice Rafael. Y agrega que ahora lo que quiere es contactarse con algún sobreviviente del Belgrano que lo hubiera conocido a Antonio. “Quisiera alguna foto de él, nosotros no tenemos ninguna foto de él vestido de militar...”
A partir de ahí toda comunicación con Antonio -como le decía la familia- fue por cartas que, regularmente, el conscripto le enviaba a su madre, María Adela Escobar. Cartas que ella quemó, tal vez agobiada por la desesperanza. “No quiso guardar nada -reflexiona Rafael-. Murió en 2010. Yo digo que se cansó de esperar y se fue a buscarlo”.
Antonio había sido el primer hijo de María Adela. Luego ella se casó con Ramón Palavecino y tuvo seis hijos más. “Mi padre fue papá de crianza de Antonio; todavía vive, pero está muy deteriorado por sus problemas de salud”, revela Rafael.
“Mi hermano era un pilar en la familia porque era empleado de una panadería y hacía su aporte económico. Mi papá era albañil y mi mamá trabajaba en casas de familia. Como Antonio trabajaba en la panadería de noche, de día estaba en la casa, con nosotros, él nos criaba”, relata.
Su tía, Rosario Amalia Ibáñez, corrobora: “él se hacía cargo de los hermanos, iba a hacer las compras, y si había que cocinar, cocinaba. Era muy bueno...”. “Dicen que Dios se lleva a los buenos”, apunta a continuación.
Su hija, Beatriz González, también recuerdo lo bondadoso y atento que era Antonio, que le llevaba cuatro años. “Una vez encontró una cubierta en la calle y, como nosotros teníamos una morera, le puso una piola y nos hizo una hamaca, para mí y para mis hermanitas más chicas, y para los hermanitos de él también”, recuerda. En aquel entonces las familias eran vecinas en Villa Luján.
Fanático de San Martín
Para Rafael, su hermano mayor fue la figura de referencia, el modelo a seguir. “Por él me hice fanático de San Martín, aunque mi papá era de Atlético. Conocí los cines por él, conocí muchas cosas...”, confiesa.
De la pasión de Antonio por San Martín también da cuenta Rubén González, uno de sus primos, que tenía la misma edad: “adonde jugara San Martín ahí estábamos, íbamos a Córdoba, a Salta, adonde sea”.
Y sigue recordando: “trabajábamos juntos en la panadería. Los fines de semana eran para jugar al fútbol o para los asados con la familia. Cuando nos machábamos, cantábamos las canciones de Pimpinela”, dice riéndose, colmado de nostalgia.
Antonio llegó a jugar en las inferiores de San Martín. “Era un buen arquero”, coinciden Rafael y Rubén. Ambos recuerdan que estaba muy contento porque le había tocado la Armada para hacer el servicio militar. “Me decía, en broma, que me iba a traer un barquito de regalo cuando volviera”, dice Rubén. “Quizás lo veía como una oportunidad de conocer otros lugares”, considera Rafael.
Agrega que su hermano se sentía orgulloso de que el país hubiera recuperado las Malvinas: “creo que esos chicos estaban comprometidos. Claro que en esa época el amor a la patria era otro”.
Una postal
Cuando se embarcó en el Crucero Belgrano, Antonio le mandó una postal a la madre. “Yo estoy en este barco”, escribió en el reverso de la imagen del buque. Al día siguiente de la tragedia, doña María Adela leyó en LA GACETA que habían hundido el Belgrano, y le preguntó a Rafael: “¿en ese barco no iba Antonio?” “No quise contestarle, pero no había alternativa -confiesa ahora Rafael-, y después empezó el ir y venir a la delegación naval para saber de la suerte de mi hermano. El 12 de mayo vinieron unos militares a la casa y le dijeron a mi mamá que se suspendía la búsqueda y lo daban por desaparecido”.
Beatriz no se olvida de ese día. “Fue una gran tristeza, angustia, dolor, mi acuerdo de mi tía (María Adela), que estaba en el fondo, y vinieron los militares y le entregaron la bandera...”, evoca.
Por lo que la familia pudo reconstruir, Antonio estaba de guardia cuando ocurrió el ataque. “Él no murió en el acto, al parecer fue herido y bajó a los camarotes a buscar a un amigo, y ya no apareció más”, cuenta Rafael.
Búsqueda
“Al no haber un cuerpo, al estar desaparecido, es muy difícil hacer el duelo. Yo empecé a cerrar el círculo cuando viajé a Malvinas, en 2009. Ahí también me puse en contacto con familiares de otras víctimas”, dice Rafael. Y agrega que ahora lo que quiere es contactarse con algún sobreviviente del Belgrano que lo hubiera conocido a Antonio. “Quisiera alguna foto de él, nosotros no tenemos ninguna foto de él vestido de militar...”
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Guerra de Malvinas
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