Confesiones en abril, antes de zarpar

Confesiones en abril, antes de zarpar

Le transmitió a su esposa un mal presentimiento, pero no había forma de volver atrás.

AQUELLOS AÑOS... José Alberto, en el barco y junto a su esposa, Liliana.  AQUELLOS AÑOS... José Alberto, en el barco y junto a su esposa, Liliana.
02 Abril 2017
Por Marcelo Androetto y Santiago Pérez Cerimele

“El 16 de abril, un día antes de irse de casa, se pone a llorar como un chico, y me dice: ‘tengo que ir y te tengo que dejar sola’. Yo estaba embarazada de Elías, lejos de mi familia y de la de él”. A Liliana Frenedoso se le humedecen los ojos cuando habla de su esposo, el cabo primero José Alberto Romero.

Él había nacido en 1958 en Bella Vista, donde vivió hasta los cinco años. “Iba a la escuela Manuel García Fernández, al lado de la plaza. Hizo unos meses de primer grado, después nos vinimos a Buenos Aires”, cuenta su madre, Petrona Carmen Romero. Oriunda de San Pablo, ella tiene 76 años, camina con la ayuda de un bastón y recuerda cada detalle de la corta vida de su hijo.

Entrevistadas por LA GACETA en la Oficina de Recursos Humanos del Veterano de Guerra, en el municipio bonaerense de Merlo, ambas reconstruyen la historia de Alberto. “Era un chico calladito, todo tranquilo. Nunca tuvo un problema con los hermanos, nada de esas cosas. No le gustaba pelear”, describe Carmen.

Ya instalado junto a su madre en Marcos Paz -al oeste del Gran Buenos Aires-, Alberto concluyó la primaria y cursó un año de secundaria en un colegio de orientación comercial. Pero le tiraba más la Marina: su madre se había casado con un suboficial de esa fuerza, que también es veterano de Malvinas y con el que tuvo otros tres hijos. “Alberto entró a la Marina de chico, tenía poco más de 14 años. Empezó como aviador, pero me dijo que estudiar mecánica era mucho para él. Un año después ingresó en Artillería”, explica la mamá.

Le gustaba el fútbol -era hincha de River-, pero más la natación. “Siempre iba a las piletas; se sacaba fotos tirándose al agua. También era apicultor, en casa teníamos un cajón o dos con abejas. Sacaba la jalea blanca y también la miel”, rememora su madre.

Una sola vez Alberto volvió a Tucumán, a los 18 años. Pero no tuvo la suerte de conocer a su padre biológico, Gerónimo Santo Carrizo. “Trabajaba en un ingenio y no nos dejaron pasar”, explica Carmen, quien todavía tiene parientes en Tucumán. Además, el abuelo paterno de Alberto creció en Lules, y fue vecino y amigo del padre de Ramón “Palito” Ortega.

Buscavidas, y compañero

“Nos conocimos en un baile”. Liliana era una adolescente de 17 cuando se casó con Alberto, quien le llevaba cinco años. “Era un buscavidas; trabajó de mozo, en una heladería. En casa levantó un muro, un dormitorio; se daba maña… Era un buen ser humano. Amigo, compañero. Significaba todo para mí”, afirma su esposa.

Tras vivir un tiempo en Mariano Acosta, la pareja se mudó a la base de Puerto Belgrano, cerca de Bahía Blanca. Allí estaban cuando en abril de 1982 a Alberto -de 23 años- le avisaron que al día siguiente zarparía a bordo del Belgrano. Quizá tuvo un presentimiento. “Esa noche me dijo que no quería ir… Pero que si no iba sería un desertor, así que no le quedaba otra”, revela Liliana.

Como una premonición


Sin noticias sobre Alberto, los días que siguieron fueron muy duros para ella. “Los médicos me cuidaron mucho. Además, en la base trabajaba una cuñada de mi suegra, que era enfermera. Yo tenía problemas para llevar el embarazo a término y estaba internada en el hospital. Me cuidaban para que no supiera lo que estaba pasando. La noche del 1 de mayo tuve una descompostura, no podía dormir”, recuerda. El hundimiento del Belgrano se produjo el día después.

Elías nació el 2 de junio. “Fue muy desesperante. Con la esposa de un compañero de él íbamos con un ‘Fitito’ a los hospitales, mirábamos los pizarrones con los nombres de los aparecidos, de los desaparecidos... Eso era todos los días, la búsqueda de ese nombre que queríamos ver, y nada. Hasta que el marido de ella vuelve, y el mío no”, lamenta.

Hoy, 35 más tarde, recuerda conmovida lo que le contó aquel marino que dijo haber estado junto a Alberto en el momento del bombardeo. “Se puso a llorar y me dijo: ‘Liliana, no lo vi más; estábamos hablando de vos, de la familia que él pudo formar, de su hijo... Estábamos los dos en la guardia y de repente, la explosión’”.

Los restos de Alberto no fueron encontrados. Años después, la madre navegó hasta el lugar del hundimiento junto a familiares de las víctimas para realizar una ofrenda floral y acompañarse mutuamente en el duelo. “Quedó en las aguas - dice la esposa-. La historia es muy fuerte, muy dolorosa, pero de a ratos también siento orgullo”.

En 2007, Liliana sufrió otro golpe, incluso más duro: Elías, fruto de su amor con Alberto y a quien según ella se le parecía “en todo”, falleció en un accidente de tránsito en San Luis. Padre e hijo murieron prácticamente a la misma edad.

La esposa de Alberto tuvo luego dos hijas con otras parejas. La madre espera donar a ex combatientes un terreno familiar en Bella Vista. Una plaza en el barrio Malvinas, de Marcos Paz, exhibe una placa recordatoria del tucumano José Alberto Romero, caído en el Atlántico Sur.

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