El lunes quedaron atrapados a bordo de una camioneta, en plena tormenta. El grupo de docentes había salido de la escuela de Alto El Puesto, en Graneros, cuando la inundación los capturó y puso sus vidas en riesgo. Sergio Martínez, el conductor, socorrió a las maestras que lo acompañaban. Juntos emprendieron una azarosa travesía a través del campo. Esta es la historia, relatada por el protagonista
Una fuerza descomunal (y hasta desconocida por él mismo). Una movilizadora inconsciencia frente al peligro inminente. La necesidad ardiente de ayudar a los otros, sin medir las consecuencias. Si todos esos son los rasgos más habituales de los héroes, Sergio Martínez estaría en condiciones de tramitar ese título. Y ahora se le agrega otra característica indispensable: la bronca.
Sergio tiene 42 años y hace 10 que trabaja como maestro jardinero en la Escuela N° 295, en Alto El Puesto, localidad rural del Departamento de Graneros. Para llegar al establecimiento hay que recorrer unos siete kilómetros desde la ruta 38, transitando por un camino vecinal de ripio, sin nombre ni número, y muchas veces sin jurisdicción, porque esa misma huella enrripiada pertenece en un tramo a La Cocha y en otro a Graneros. Por eso, Sergio se compró una camioneta Ford Ranger hace seis años.
“Antes tenía un autito viejo para llegar desde Alberdi, donde vivo, a la escuela. Empecé con lo que me alcanzaba para ir a trabajar, hasta que con mucho esfuerzo pude comprarme la camioneta. Es complicado llegar, porque no entran ni ómnibus, ni autos piratas, ni nada. Entonces la camioneta es parte de mi vida, porque mi prioridad siempre ha sido el trabajo y la camioneta es lo que me permite llegar al trabajo, llevar a mis compañeras y también cargar la mercadería para que les cocinen a los chicos. Es bastante más que algo material”, enfatiza el docente, cuyo nombre ha recorrido todo el país desde que salvó a sus colegas de morir en plena tormenta.
Él le agradece a Dios que le haya conservado la vida, que lo haya acompañado y que lo haya ayudado a tomar las decisiones correctas en ese lunes de pesadilla. Pero confiesa que tiene bronca porque se ha sentido abandonado durante y después de aquel episodio imborrable. “Con todo respeto y sin discriminar ni mucho menos, pero si en la camioneta hubiera habido sólo mujeres, con la desesperación que tenían, hubiesen muerto todas. Y nadie fue capaz de ir a rescatarnos. Cuando llegamos a la ruta vimos lanchas, canoas, gomones, tractores, policías, bomberos, rescatistas especializados... ¿Y nadie pudo llegar? Estamos en 2017, ¿en serio podemos dejar que la gente se muera porque no hay medios para llegar a rescatarlas?”. Impotencia, más bronca y llanto se le cruzan en la garganta mientras intenta relatar todo lo sucedido el lunes.
A las 11. Hasta aquí llegó mi amor.
La lluvia no había parado ni un minuto desde las 8.30 en Alto El Puesto. Las autoridades ordenaron retirar a los chicos de la escuela y abandonar el establecimiento, porque podía llegar una crecida. “Nosotros no salimos a pelearle a la tormenta, no parecía peligroso. De hecho, una camioneta salió media hora antes que nosotros y llegó sin problemas a la ruta. En el camino había agua, pero el agua de la lluvia que caía, nada más. Habremos transitado unos tres kilómetros y ahí vimos la cantidad de agua que se venía, algo que jamás vi en los 10 años que tengo en esa zona. Atiné a hacerme a un lado del camino para quedar cerca del borde, porque en ese lugar sólo hay fincas. Ahí se paró la camioneta y no arrancó más”.
13. El agua llega al capot.
Dos horas dentro del vehículo y la desesperación de las cuatro maestras y el maestro crecía tan rápido como la correntada. Cuando el agua subió hasta el capot y después hasta la base del parabrisas, supieron que tenían que salir, cosa que tampoco era sencilla porque la inundación era total. “Llamamos a todos lados: familias, Defensa Civil, a las comunas, a las municipalidades... Nadie apareció durante dos horas”. A esa altura ya estaba claro que estaban por su cuenta. Sergio ayudó a las maestras a salir del vehículo, con dificultad y en medio de los llantos.
15. A cinco minutos de la muerte.
Dos horas estuvieron entre el cerco de una finca y ese canal en el que se había convertido el camino. La lluvia no aflojaba, pero empezó a cambiar la dirección del agua y a descender. “Cuando llegó a la altura del paragolpe volvimos a subir a la camioneta. Silvia (Reinoso), una de mis colegas, me suplicaba que lo hiciéramos porque nos moríamos de frío. Entramos, comimos algunas tortillas que teníamos y volvimos a intentar hacer algunas llamadas. Nadie venía a socorrernos”, lamenta y solloza, reviviendo la angustia del momento. De lo que no se había dado cuenta el maestro es que el agua había socavado el camino por debajo de la camioneta. “Sentimos que empezaba a hundirse y ese fue el momento más tenso. Teníamos que salir sí o sí y ahora era todo peor, porque no había dónde pisar. Estábamos espantados, sobre todo Silvia, que estaba paralizada del miedo. No sé de dónde saqué fuerzas y logré sacarla. No paraba de llorar. No pasaron cinco minutos y el barro se tragó mi camioneta. Estuvimos a cinco minutos de la muerte”.
16.30. El largo camino por caminos inexistentes.
“No me da vergüenza decir que lloraba. De miedo y de impotencia”, dice Sergio mostrando su rostro más humano. Nadie llegaba ni nadie llegaría a rescatarlos y su camioneta había desaparecido. No había más alternativa que empezar a caminar por caminos que no existían. “A las 16.30 salimos a buscar un sendero que desconocíamos por completo, por donde hubiera menos agua. Son unos seis kilómetros en línea recta, pero hicimos ocho porque teníamos que ver por dónde había menos agua. Arribamos a la horqueta (una división del camino que llega a la Escuela N° 363, donde quedaron atrapadas otras maestras), atravesamos una finca de soja, salimos en un cañaveral. Llevaba un palo para medir la profundidad”, relata el maestro. En el zigzagueante trayecto fue él quién tuvo que alzar en brazos a sus compañeras para hacerlas saltar los cercos de las fincas. “No sé de dónde saqué fuerzas porque -lo digo con todo el amor del mundo- ellas son todas gorditas. Cruzamos canales, acequias. Ellas caminaron descalzas porque perdieron el calzado”, cuenta Sergio, aclarando que recuerda sólo la mitad de lo vivido: “Todavía estamos en shock, supongo que con el paso de los días se me irá aclarando todo”.
19.30
Cuando faltaba un kilómetro y cuando ya no había peligros, apareció el grupo de rescate. Habían caminado tres horas hasta llegar allí. “Aparecieron los rescatistas en un bote y cuando subió la directora, se dio vuelta. Tuve que tirarme al agua, nadando, para ayudarla a subir otra vez al bote. Cuando llegamos a la ruta me amargué al ver la cantidad de equipos y de rescatistas que había, pero a nosotros nos abandonaron. Yo me sentí abandonado”, corta en seco.
Epílogo
Ni héroe ni valiente. Cuando logra olvidarse de la bronca, Sergio vuelve a pararse sobre su humildad y le agradece a Dios. Después de todo, el lunes volvieron a nacer. Por eso el monólogo:
“Sé que Dios está conmigo, que me deja ser como soy y que me hace elegir los caminos que elijo. Hemos llorado juntos, nos reímos de los nervios, sufrimos, ellas sufrían con la camioneta. Pero ahora necesitamos ayuda psicológica para superar todo lo que hemos vivido. Necesitamos que alguien nos entienda, que nos explique qué sucedió. ¿Se olvidaron de nosotros? ¿Esperaban que nos convirtiéramos en Superman? Necesitamos que nos expliquen qué pasó y por qué no fueron a rescatarnos, cuando sabían lo que estábamos pasando. No nos pueden decir que no había helicóptero, que no estaba operativo, que no sabían... Estamos hablando de vidas, no de puentes caídos”.