Inundaciones en Tucumán: el fatídico día después de la tormenta

Inundaciones en Tucumán: el fatídico día después de la tormenta

EL CAMINO SE VOLVIÓ ZANJÓN. En La Salvación, un camino vecinal se convirtió en un profundo canal que se llevó, entre otras, la casa de los Albornoz. EL CAMINO SE VOLVIÓ ZANJÓN. En La Salvación, un camino vecinal se convirtió en un profundo canal que se llevó, entre otras, la casa de los Albornoz.
El celular le quemaba las manos.
Primero, la lluvia. Esperar a que pase. Nada de eso. Después el agua, que sube y que sube hasta convertir en un río de chocolate los caminos vecinales. Ya no hay luz, porque la corriente ha dejado tendidos los cables en la correntada. Miedo a que alguien se electrocute. Mejor no pensar en la sed, no queda mucha agua para beber. Pasan las horas. Imposible salir, sólo esperar que alguien llegara a rescatarlos. Desesperación. Algunas maestras de una escuela cercana se animan y suben a la camioneta que las alejaría del desastre. La camioneta del terror. El reloj trota, galopa, pica. Y el agua sube.
El celular le quemaba en las manos a María del Valle Seco, una de las maestras atrapadas en la Escuela 363 de Alto El Puesto (La Cocha). A cada minuto le llegaban imágenes del estado de la ruta 38, con un metro de agua sobre la cinta asfáltica, y de los caminos vecinales convertidos en ríos. Pero el teléfono -y el pecho- le vibró como una tropilla cuando le llegó el video de las colegas de la Escuela 295, cercana a la suya, que se salvaron de milagro a bordo de la camioneta engullida por el agua. Recién ahí pudieron dimensionar el estado de la situación.
Miedo, oraciones, súplicas, pensar en la familia, en los hijos, en las madres. Y en Dios.
La tormenta más fuerte cayó entre las 8.30 y el mediodía del lunes. Con todos los caminos anegados, no había más remedio que quedarse en los establecimientos a esperar el rescate. Pero era imposible: ni las 4x4, ni las canoas, ni los gomones del equipo de salvataje podían acercarse por la fuerza de la corriente y por la cantidad de troncos y ramas que arrastraba el agua. Con el paso de las horas quedaba más que claro que habría que pasar la noche del lunes en las aulas.
Velas prestadas por los vecinos.  Agua de lluvia para beber y para cocinar algo con los pocos ingredientes que quedaban en la escuela. Ataques de nervios. Risas de nervios. Otra vez la calma y las oraciones. De dormir, nada.
Desde la mañana de ayer, la Escuela 159 de La Invernada (ubicada sobre la ruta 38, en La Cocha) se había convertido en la base de operaciones destinada a mitigar el desconcierto que se vivía en la zona. Vecinos y maestros coincidían en que se trataba de un acontecimiento histórico: nunca antes habían sufrido de tal manera la furia descontrolada del agua. Por eso, algunos debutaron en el penoso arte de sacar el barro a baldazos de sus casas. “Jamás vivimos algo así. Acá el agua sube cuando llueve, pero nunca nos tocó sacar el barro de las casas”, lamentaban a coro los miembros de la familia Ríos, sin saber por dónde empezar a levantar las pocas cosas que les había dejado el agua. Casi nada.
En la Escuela 159 las tareas se dividían principalmente en dos: en censar y asistir a unas 60 personas de la zona que debieron ser evacuadas de sus casas -algunas de las cuales terminaron convertidas en un montón de escombros-; y en delinear el rescate de las dos únicas docentes que quedaban rehenes del agua en la Escuela N° 363, a unos 15 kilómetros de la ruta 38. Todo el mundo hablaba de la maestra María del Valle Seco y de Mónica Ponce, la directora de la escuela, porque eran las únicas que, por limitaciones físicas, no podían llegar ni a pie, ni a lomo de mula. Los otros docentes, en medio de la desesperación, ya habían emprendido la huída con los primeros rayos del sol, en una caminata que llegó a extenderse durante varias horas.
Final feliz
La única manera de llevar de vuelta a una zona segura a Ponce y a Seco era en helicóptero. Para colmo de males, la aeronave provincial no se encontraba operativa porque debía recibir una revisión técnica programada. La solución fue solicitar auxilio del Gobierno de Santiago del Estero, que puso un helicóptero a disposición. Rápidamente, Ramón Imbert, subdirector de Defensa Civil de la Provincia -equipado como si estuviera listo para ir a la guerra-, demarcó un helipuerto en la cancha del Club Social y Deportivo La Invernada. A bordo de la nave viajarían él, un policía y un baqueano, una suerte de GPS humano para llegar a destino, ya que los caminos se habían borrado.
Daniel Varela fumaba la humedad que emanaba el suelo y no desprendía los ojos del centro de la cancha, donde aterrizaría el helicóptero con su mamá, la maestra -a esta altura famosa-, María del Valle Seco. “Me preocupa porque ella acaba de salir de un problema oncológico y no puede estar expuesta a infecciones ni a tanto estrés. La última vez que hablamos fue ayer a la tarde (por el lunes) y estaba bien, pero atemorizada. Después se quedó sin señal. No veo las horas de abrazarla”, dijo el joven, también docente, durante una nerviosa conversación con LA GACETA.
Viento con ruido a motores. Miradas al cielo. ¡Ahí vienen, ahí vienen! El helicóptero se posa en el césped, despeina a los curiosos y crece la ansiedad. La primera en bajar es María del Valle. La policía le hace señas a su hijo para que no avance. No puede contenerse. Llantos. Un abrazo interminable. Agradecimientos para todos lados, porque la pesadilla de 30 horas ha terminado.
============28 TIT Texto Destacado HOG (11351613)============
¿Y el helicóptero?
La única manera de asistir a las familias aisladas en la localidad de Alto El Puesto era en helicóptero. Pero justo ayer la aeronave del Gobierno de Tucumán no se encontraba operativa porque debía someterse a una revisión técnica programada. Hubo que recurrir a un helicóptero del Gobierno de Santiago del Estero, que trabajó en conjunto con el de Gendarmería. “Mañana (por hoy) ya podemos disponer del helicóptero de la Provincia”, informaron en Defensa Civil.
============28 TIT Texto Destacado HOG (11351616)============
Mamá llegó a salvo y Daniel sólo quiere abrazarla
Apenas María del Valle Seco bajó del helicóptero, Daniel Varela, su hijo, la estrujó en un abrazo inolvidable. La docente contó que se salvaron de milagro porque, en la desesperación, intentaron salir de la Escuela 363 en el peor momento. “Alguien nos hizo señas para que retrocedamos, porque había un pozo muy profundo en el camino. Nos hubiésemos hundido y esto hubiera terminado en tragedia”, relató.
============Normal (11351617)============
el fatídico día despuéS
============09 CRED (11351630)============
la gaceta / fotos de franco vera
============08 LEY (11351640)============
EL CAMINO SE VOLVIÓ ZANJÓN. En La Salvación, un camino vecinal se convirtió en un profundo canal que se llevó, entre otras, la casa de los Albornoz.
============08 LEY (11351641)============
¿POR DÓNDE EMPEZAR? En La Invernada reinaba el desconcierto.
============Normal (11351620)============
en LA SALVACIÓN no se ha salvado nadie
============02 TEX (11351625)============
A esta altura, el nombre de la localidad parece una broma. Una triste y dolorosa broma que los vecinos de La Salvación todavía no entienden. Es que en La Salvación no se ha salvado nadie: unas 40 casas que se sostenían con bloques de hormigón, maderas y chapas a la orilla del camino vecinal quedaron ahora al borde de un abismo.
“Acá cuando llueve el camino se llena de agua. A veces se corta. Pero esto no lo hemos visto nunca”. Marcelo Rodríguez (43 años) señala algo que ya no es un camino. Es un zanjón que en algunos tramos alcanza los tres metros de profundidad. En el fondo hay piedras, algo de agua barrosa y un millón de preguntas: “¿qué vamos a hacer ahora? Acá no nos podemos quedar. Hay que empezar de cero, pero no acá. Necesitamos otro lugar”, dice Rodríguez, papá de cinco hijos, por el momento instalados en la casa de los abuelos. Ellos también quedaron al borde del derrumbe, pero al menos la vivienda está en pie. Quién sabe hasta cuándo.
César Albornoz hace cálculos, intenta pensar cómo rescatar del lecho de ese canal que antes era camino el montón de bloques de hormigón con el que había levantado tres piezas. “La lluvia empezó a las 8.30 y a las 13 ya no había nada. Un remolino de agua fue socavando los cimientos de mi casa hasta que la volteó”, describe, con un pie apoyado en un poste de luz tendido en el barro.
La bronca de los vecinos explotó en la ruta 38 ayer al mediodía. No es fácil señalar culpables, pero consideran que la comuna de La Invernada los abandonó. “Acá no se ha acercado el delegado a ver qué necesitamos. Nos alcanzaron un caño supuestamente para arreglar el agua, pero no alcanza para nada. Parece que se burlan de nosotros”, exclama Hilda del Valle Ledesma, una de las vecinas que se puso al frente de la manifestación. Ramona Campos hubiese querido sumarse al reclamo porque lo consideraba justo. Pero no pudo. Prefirió quedarse en casa a proteger a su beba de tres meses y a cuidar lo poco que tiene para vivir con sus restantes cuatro hijos. En La Salvación nadie le teme a los robos, eso no existe, pero sí había miedo de que volviera la lluvia.
“Es cierto que la naturaleza es incontrolable y que ha llovido mucho, pero los canales de las fincas están sucios y nadie los limpia. A los finqueros les interesa únicamente que les llegue agua para sus plantaciones, pero irrigación (Dirección de Recursos Hídricos) debería controlar que estén limpios”,  concluye Domingo Díaz, concejal de ese municipio cubierto de soja, tabaco y maíz.
Los vecinos saben que no se quieren quedar en ese paraje, porque el miedo es más fuerte que el arraigo. Pero, si tuvieran que quedarse, probablemente dejen de llamarlo La Salvación y utilicen su otro nombre: Palo Blanco.

El celular le quemaba las manos.
Primero, la lluvia. Esperar a que pase. Nada de eso. Después el agua, que sube y que sube hasta convertir en un río de chocolate los caminos vecinales. Ya no hay luz, porque la corriente ha dejado tendidos los cables en la correntada. Miedo a que alguien se electrocute. Mejor no pensar en la sed, no queda mucha agua para beber. Pasan las horas. Imposible salir, sólo esperar que alguien llegara a rescatarlos. Desesperación. Algunas maestras de una escuela cercana se animan y suben a la camioneta que las alejaría del desastre. La camioneta del terror. El reloj trota, galopa, pica. Y el agua sube.

El celular le quemaba en las manos a María del Valle Seco, una de las maestras atrapadas en la Escuela 363 de Alto El Puesto (La Cocha). A cada minuto le llegaban imágenes del estado de la ruta 38, con un metro de agua sobre la cinta asfáltica, y de los caminos vecinales convertidos en ríos. Pero el teléfono -y el pecho- le vibró como una tropilla cuando le llegó el video de las colegas de la Escuela 295, cercana a la suya, que se salvaron de milagro a bordo de la camioneta engullida por el agua. Recién ahí pudieron dimensionar el estado de la situación.

Publicidad

Miedo, oraciones, súplicas, pensar en la familia, en los hijos, en las madres. Y en Dios.
La tormenta más fuerte cayó entre las 8.30 y el mediodía del lunes. Con todos los caminos anegados, no había más remedio que quedarse en los establecimientos a esperar el rescate. Pero era imposible: ni las 4x4, ni las canoas, ni los gomones del equipo de salvataje podían acercarse por la fuerza de la corriente y por la cantidad de troncos y ramas que arrastraba el agua. Con el paso de las horas quedaba más que claro que habría que pasar la noche del lunes en las aulas.

Velas prestadas por los vecinos.  Agua de lluvia para beber y para cocinar algo con los pocos ingredientes que quedaban en la escuela. Ataques de nervios. Risas de nervios. Otra vez la calma y las oraciones. De dormir, nada.

Publicidad

Desde la mañana de ayer, la Escuela 159 de La Invernada (ubicada sobre la ruta 38, en La Cocha) se había convertido en la base de operaciones destinada a mitigar el desconcierto que se vivía en la zona. Vecinos y maestros coincidían en que se trataba de un acontecimiento histórico: nunca antes habían sufrido de tal manera la furia descontrolada del agua. Por eso, algunos debutaron en el penoso arte de sacar el barro a baldazos de sus casas. “Jamás vivimos algo así. Acá el agua sube cuando llueve, pero nunca nos tocó sacar el barro de las casas”, lamentaban a coro los miembros de la familia Ríos, sin saber por dónde empezar a levantar las pocas cosas que les había dejado el agua. Casi nada.

En la Escuela 159 las tareas se dividían principalmente en dos: en censar y asistir a unas 60 personas de la zona que debieron ser evacuadas de sus casas -algunas de las cuales terminaron convertidas en un montón de escombros-; y en delinear el rescate de las dos únicas docentes que quedaban rehenes del agua en la Escuela N° 363, a unos 15 kilómetros de la ruta 38. Todo el mundo hablaba de la maestra María del Valle Seco y de Mónica Ponce, la directora de la escuela, porque eran las únicas que, por limitaciones físicas, no podían llegar ni a pie, ni a lomo de mula. Los otros docentes, en medio de la desesperación, ya habían emprendido la huída con los primeros rayos del sol, en una caminata que llegó a extenderse durante varias horas.

Final feliz
La única manera de llevar de vuelta a una zona segura a Ponce y a Seco era en helicóptero. Para colmo de males, la aeronave provincial no se encontraba operativa porque debía recibir una revisión técnica programada. La solución fue solicitar auxilio del Gobierno de Santiago del Estero, que puso un helicóptero a disposición. Rápidamente, Ramón Imbert, subdirector de Defensa Civil de la Provincia -equipado como si estuviera listo para ir a la guerra-, demarcó un helipuerto en la cancha del Club Social y Deportivo La Invernada. A bordo de la nave viajarían él, un policía y un baqueano, una suerte de GPS humano para llegar a destino, ya que los caminos se habían borrado.

Daniel Varela fumaba la humedad que emanaba el suelo y no desprendía los ojos del centro de la cancha, donde aterrizaría el helicóptero con su mamá, la maestra -a esta altura famosa-, María del Valle Seco. “Me preocupa porque ella acaba de salir de un problema oncológico y no puede estar expuesta a infecciones ni a tanto estrés. La última vez que hablamos fue ayer a la tarde (por el lunes) y estaba bien, pero atemorizada. Después se quedó sin señal. No veo las horas de abrazarla”, dijo el joven, también docente, durante una nerviosa conversación con LA GACETA.

Viento con ruido a motores. Miradas al cielo. ¡Ahí vienen, ahí vienen! El helicóptero se posa en el césped, despeina a los curiosos y crece la ansiedad. La primera en bajar es María del Valle. La policía le hace señas a su hijo para que no avance. No puede contenerse. Llantos. Un abrazo interminable. Agradecimientos para todos lados, porque la pesadilla de 30 horas ha terminado.

¿Y el helicóptero?
La única manera de asistir a las familias aisladas en la localidad de Alto El Puesto era en helicóptero. Pero justo ayer la aeronave del Gobierno de Tucumán no se encontraba operativa porque debía someterse a una revisión técnica programada. Hubo que recurrir a un helicóptero del Gobierno de Santiago del Estero, que trabajó en conjunto con el de Gendarmería. “Mañana (por hoy) ya podemos disponer del helicóptero de la Provincia”, informaron en Defensa Civil.

Mamá llegó a salvo y Daniel sólo quiere abrazarla
Apenas María del Valle Seco bajó del helicóptero, Daniel Varela, su hijo, la estrujó en un abrazo inolvidable. La docente contó que se salvaron de milagro porque, en la desesperación, intentaron salir de la Escuela 363 en el peor momento. “Alguien nos hizo señas para que retrocedamos, porque había un pozo muy profundo en el camino. Nos hubiésemos hundido y esto hubiera terminado en tragedia”, relató.

En La Salvación no se ha salvado nadie

A esta altura, el nombre de la localidad parece una broma. Una triste y dolorosa broma que los vecinos de La Salvación todavía no entienden. Es que en La Salvación no se ha salvado nadie: unas 40 casas que se sostenían con bloques de hormigón, maderas y chapas a la orilla del camino vecinal quedaron ahora al borde de un abismo.

“Acá cuando llueve el camino se llena de agua. A veces se corta. Pero esto no lo hemos visto nunca”. Marcelo Rodríguez (43 años) señala algo que ya no es un camino. Es un zanjón que en algunos tramos alcanza los tres metros de profundidad. En el fondo hay piedras, algo de agua barrosa y un millón de preguntas: “¿qué vamos a hacer ahora? Acá no nos podemos quedar. Hay que empezar de cero, pero no acá. Necesitamos otro lugar”, dice Rodríguez, papá de cinco hijos, por el momento instalados en la casa de los abuelos. Ellos también quedaron al borde del derrumbe, pero al menos la vivienda está en pie. Quién sabe hasta cuándo.

César Albornoz hace cálculos, intenta pensar cómo rescatar del lecho de ese canal que antes era camino el montón de bloques de hormigón con el que había levantado tres piezas. “La lluvia empezó a las 8.30 y a las 13 ya no había nada. Un remolino de agua fue socavando los cimientos de mi casa hasta que la volteó”, describe, con un pie apoyado en un poste de luz tendido en el barro.

La bronca de los vecinos explotó en la ruta 38 ayer al mediodía. No es fácil señalar culpables, pero consideran que la comuna de La Invernada los abandonó. “Acá no se ha acercado el delegado a ver qué necesitamos. Nos alcanzaron un caño supuestamente para arreglar el agua, pero no alcanza para nada. Parece que se burlan de nosotros”, exclama Hilda del Valle Ledesma, una de las vecinas que se puso al frente de la manifestación.

Ramona Campos hubiese querido sumarse al reclamo porque lo consideraba justo. Pero no pudo. Prefirió quedarse en casa a proteger a su beba de tres meses y a cuidar lo poco que tiene para vivir con sus restantes cuatro hijos. En La Salvación nadie le teme a los robos, eso no existe, pero sí había miedo de que volviera la lluvia.

“Es cierto que la naturaleza es incontrolable y que ha llovido mucho, pero los canales de las fincas están sucios y nadie los limpia. A los finqueros les interesa únicamente que les llegue agua para sus plantaciones, pero irrigación (Dirección de Recursos Hídricos) debería controlar que estén limpios”,  concluye Domingo Díaz, concejal de ese municipio cubierto de soja, tabaco y maíz.

Los vecinos saben que no se quieren quedar en ese paraje, porque el miedo es más fuerte que el arraigo. Pero, si tuvieran que quedarse, probablemente dejen de llamarlo La Salvación y utilicen su otro nombre: Palo Blanco.

Comentarios