08 Marzo 2017
Adriana logró su autonomía y ahora va por otra meta: ir a la universidad
FELICES. Adriana (en el medio) junto a sus compañeras de proyecto.
Adriana Cardozo (42) tiene los mejores recuerdos de su infancia en Las Cejas. A ella le encantaba ir a la escuela y hacer la tarea. Estudiaba noche y día. Terminó la primaria con honores. Y, entonces, no le quedó más remedio que abandonar los libros. “Era el destino de toda chica. Sólo los varones seguían estudiando. Las mujeres teníamos que venir a la ciudad a conseguir trabajo como empleada doméstica para colaborar con la casa. A mí me quedó pendiente la secundaria. Era mi sueño. Después me casé y eso pasó a un segundo plano. Tenía que cumplir mi rol de madre y esposa”, detalla la mujer de manos grandes y seguras, dueña de una sonrisa que contagia.
Cuando su esposo se quedó sin trabajo, hace cinco años, ella decidió sumarse a la cocina comunitaria del barrio donde vive, en Villa Muñecas, y de esa manera poder obtener la comida para su familia. Allí se sintió importante y supo que podía lograr su autonomía económica. Armó una cooperativa junto a otras cuatro madres y abrieron en su casa un emprendimiento de panadería y pastelería. Le pidió ayuda al Ministerio de Desarrollo Social. Después de obtener un horno, una heladera y la materia prima para su proyecto se lanzaron al mercado.
“En casa dormíamos los cinco en la misma habitación. Y gracias a esto pudimos progresar. El año pasado mi esposo murió y quedamos solos. Por suerte tenía el emprendimiento; de lo contrario, no se qué hubiera hecho, me habría quedado en la calle. Hoy agradezco que todos mis hijos pueden estudiar y no tienen que trabajar. Mi hijo más grande entró a la carrera de Ingeniería Civil en la UNT y le va muy bien”, cuenta orgullosa.
Aunque su mayor satisfacción en el último año es que pudo retomar su sueño: volvió a la escuela. “Quiero terminar la secundaria y hacer una carrera universitaria. Me encanta todo lo que tiene que ver con lo social”, proyecta, mientras sus compañeras la escuchan con admiración. Natalia Frías, Priscila Sánchez, Gladis Zerda y Marcela Velázquez también se sienten animadas. Saben que pueden ser mujeres independientes y mejorar cada día más.
Cuando su esposo se quedó sin trabajo, hace cinco años, ella decidió sumarse a la cocina comunitaria del barrio donde vive, en Villa Muñecas, y de esa manera poder obtener la comida para su familia. Allí se sintió importante y supo que podía lograr su autonomía económica. Armó una cooperativa junto a otras cuatro madres y abrieron en su casa un emprendimiento de panadería y pastelería. Le pidió ayuda al Ministerio de Desarrollo Social. Después de obtener un horno, una heladera y la materia prima para su proyecto se lanzaron al mercado.
“En casa dormíamos los cinco en la misma habitación. Y gracias a esto pudimos progresar. El año pasado mi esposo murió y quedamos solos. Por suerte tenía el emprendimiento; de lo contrario, no se qué hubiera hecho, me habría quedado en la calle. Hoy agradezco que todos mis hijos pueden estudiar y no tienen que trabajar. Mi hijo más grande entró a la carrera de Ingeniería Civil en la UNT y le va muy bien”, cuenta orgullosa.
Aunque su mayor satisfacción en el último año es que pudo retomar su sueño: volvió a la escuela. “Quiero terminar la secundaria y hacer una carrera universitaria. Me encanta todo lo que tiene que ver con lo social”, proyecta, mientras sus compañeras la escuchan con admiración. Natalia Frías, Priscila Sánchez, Gladis Zerda y Marcela Velázquez también se sienten animadas. Saben que pueden ser mujeres independientes y mejorar cada día más.
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