Tucumanos en el mundo: “de alguna manera siento que es el sistema el que me expulsó”

Tucumanos en el mundo: “de alguna manera siento que es el sistema el que me expulsó”

La distancia siempre aporta una mirada diferente del lugar propio, un cambio de perspectiva que empuja a pensar qué tenemos para enseñarle al mundo y sobre todo qué tenemos que aprender. Estos son algunos tucumanos que edificaron su vida fuera del país.

26 Febrero 2017
Mariano García vive en San Francisco, California, Estados Unidos. Tiene 36 años y es Diseñador de Experiencia de Usuario. De los tucumanos destaca el aspecto laborioso. Dice que muchos deben sentir orgullo de la capacidad para lograr destacarse en sus campos y con recursos limitados. Por su residencia en Estados Unidos debía gestionar la licencia de conductor. Sus colegas, en el trabajo, le advertían sobre lo tedioso que era ese trámite. “Me decían que iba a ser lo peor del mundo”, recordó. Le hacían advertencias, pero sin darle demasiadas explicaciones. “Fui un poco preocupado, sin saber qué esperar. El trámite me llevó unos 40 minutos en total -recordó-, esperé sentado, con aire acondicionado, en un lugar bien señalizado, prolijo y tranquilo -detalló-. Me trataron correctamente y el carnet me llegó por correo en unas semanas. Supongo que tenemos definiciones distintas del infierno”, resaltó.

-Cuándo te diste cuenta de que tu vida estaría en ese nuevo país?

-Cuando empecé a trabajar tenía esta idea de que las cosas no funcionan en Argentina, porque muy pocas personas hacen lo que deberían: la mayoría no trabaja lo suficiente, no paga sus impuestos, no se preocupa por los demás. Esa fue una de las razones por las que quise tener un emprendimiento, probar a ver qué pasaba si hacía todo como corresponde, ver si podía generar un cambio al menos a pequeña escala, en las personas y situaciones que tenía cerca. Pero al poco tiempo me di cuenta que en el país hay problemas estructurales más profundos que hacen que sea prácticamente imposible hacer las cosas bien: si tenés un negocio con empleados en blanco y pagás todos tus impuestos, estás en una enorme desventaja competitiva respecto a todas las empresas que no lo hacen, y a empresas de otros países donde los emprendimientos tienen toda clase de incentivos y subsidios. Al menos, en mi sector, esta era una realidad inevitable, y junto con la gran incertidumbre que hubo en los últimos años, me llevó a sentir que tenía que irme porque simplemente no iba poder hacer lo que quería en Tucumán.

-¿Qué fue lo que te hizo decidir a mudarte, a empezar una nueva vida?

-Bueno, son más que nada los motivos que te decía antes. De alguna manera, siento que es el sistema el que me expulsó, y no que yo elegí irme. Fue todo un proceso que llevó varios años, en realidad mi plan era ir a Canadá o Irlanda, que tienen políticas migratorias relativamente más amigables, Estados Unidos no era una posibilidad. Estaba aplicando a visas en esos países cuando me ofrecieron un trabajo acá, y no lo dudé: Silicon Valley es el corazón de la industria tecnológica, todo empezó, empieza y termina acá, en un área que podés recorrer en bicicleta en 40 minutos. Para mí también es importante la oferta cultural del lugar donde vivo, en ese sentido (y en muchos otros), San Francisco es una ciudad increíble. A eso lo descubrí una vez que estaba acá, pero es sin dudas un motivo para quedarme.

-¿Qué es lo que más y lo que menos extrañás de Tucumán, de sus costumbres?

Lo que más extraño, quizás lo único, es a mi familia y amigos. Por suerte con mi familia estamos en contacto y podemos visitarnos con cierta frecuencia, paradójicamente siento que tenemos una relación más cercana que cuando vivía ahí. De mis amigos creo que más extraño cómo era estar con ellos cuando éramos más jóvenes. Ahora muchos están en otros lugares, o tienen hijos y otras responsabilidades; sé que aunque yo estuviera en Tucumán, sería todo muy distinto. Lo que menos extraño es la desorganización, la inseguridad, el caos general causado por el gobierno y sus vaivenes. Tampoco tengo recuerdos muy gratos del calor de Tucumán.

-¿De qué deberíamos estar orgullosos los tucumanos?

-De muchos tucumanos sumamente laboriosos que, a veces con comienzos humildes, y siempre con recursos limitados lograron destacarse en sus campos. No hablo únicamente de los “próceres” que se mencionan siempre, si no de cientos de artistas, científicos, y profesionales en general, que hicieron y hacen carreras admirables tanto en otros países como en Argentina, para eso no hace falta irse.

-¿Qué te aportó Tucumán en el camino en que ahora desarrollas tu profesión?

Con todas sus falencias, acá no puedo dejar de mencionar a la universidad pública gratuita. Tengo compañeros de trabajo que tienen más de 35 años y siguen pagando sus estudios… podés también decir que se justifica, porque fueron a las mejores universidades y eso a su vez abre excelentes oportunidades. Pero creo que en Argentina pocas veces, generalmente sólo cuando hay riesgo de perderla, valoramos nuestra universidad. La universidad pública como motor del progreso y la democracia es una idea maravillosa, me encantaría poder en mi vida ver una Universidad Nacional de Tucumán distinta, moderna, enfocada en el futuro. Personalmente, no estoy de acuerdo con el ingreso irrestricto, trae muchísimos problemas, creo que se debería implementar un sistema basado en méritos que no excluya a los que no pueden prepararse en un profesor particular, es un problema sumamente complejo, pero creo que ahí está la clave. Otra cosa que siento que me aportó Tucumán es la obstinación: la determinación para encontrar soluciones aunque no se tengan las herramientas necesarias. La falta de recursos muchas veces te obliga a pensar lateralmente, y creo que eso hace una gran diferencia en mi trabajo.

-¿Te gustaría volver alguna vez a la provincia?

-Francamente, a vivir seguro que no… sólo de visita. Quizás algún día cambie de idea, es difícil saber qué puede pasar y cómo voy a pensar en el futuro. Si tuviera la oportunidad, sí me interesaría colaborar con algún proyecto de educación.

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