Quizás, a su edad, los besos ya no sean tan apasionados, como reconoce uno de ellos, pero sin avergonzarse. Porque todos coinciden en que el sentimiento se mantiene intacto. Como si el amor verdadero fuera inmune a la entropía del tiempo.
En total, 63 parejas, de la tercera edad en su mayoría, se acercaron durante la noche del martes a la capitalina plaza San Martín para recibir su bendición en el Día de los Enamorados.
El cura encargado de impartirla fue Diego Pinto. “El amor no es perfecto, pero sí es perfectible”, pronunció.
Dejando todo por ella
Hace 63 años, Lidia Galván realizó el viaje que cambió su vida por completo. Un simple recorrido por Buenos Aires la llevó a conocer a su amor.
“Paseaba con mi hermana cuando ahí lo conocí a él”, rememora como si hubiera sucedido la semana pasada. Él es Hugo Vita, quien asiente y ciñe la mano de su esposa.
Los 1.250 kilómetros que separan Buenos Aires de Tucumán no fueron impedimento para un amor tan grande. Tres años después de conocerla, Hugo decidió dejar su provincia y casarse con la joven de atrapantes ojos que le había robado el corazón.
Su receta para seguir tantos años felices contiene una pizca de amor, otra de comprensión y sobre todo, dice Hugo, de aguante. “Lo que pasa con los jóvenes de hoy es que no tienen diálogo ni comprensión y tienen muchísima tentación”, agrega Lidia.
Jugale al amor
En estos tiempos en que las parejas se conocen por Twitter, Facebook o Tinder, la historia de Atilio Vera y Encarnación Jiménez parece de otro mundo.
Una agencia de quiniela de barrio fue su nido de amor. Él vio unos ojos que se achinaban cuando su dueña sonreía. Ella vio un hombre guapo, elegante y flaco detrás de un mostrador.
Sus primeras salidas, recuerdan, no se parecían en nada a las de los jóvenes de hoy: “cuando recién empezábamos nos queríamos, pero no podíamos andar por ahí besándonos. Nunca delante de los mayores. Ahora los chicos no tienen pudor”, comenta Encarnación.
51 años, tres hijos, diez nietos y dos bisnietos (uno en camino) después, el romance se mantiene intacto. “Siempre hay cariño, amor y besos. Él, así sea que sólo tiene que ir al centro (de la ciudad) y me da un beso”, dice Encarnación, mientras le sonríe.
¿Qué cambió después de medio siglo juntos? Prácticamente nada, asegura Atilio: “sólo que el cuidado pasó a ser lo más importante. Dejó de ser sólo el amor porque empezaron a recaer las enfermedades, pero ahí está ella”.
El color del romance
En 1967 todavía existían los románticos. “El amor era distinto, me sentía todo el tiempo como si estuviera en una novela rosa”, dice Elba Nava. Cuenta que conoció a su “Romeo” en una fiesta. Vio un hombre apuesto de fuerte carácter. “Aunque lo fui perdiendo”, aclara Juan Carlos Monteros, su esposo desde hace casi 50 años.
“El amor que había antes no es el mismo, pero estamos juntos con el acompañamiento que nos hace falta”, señala Juan Carlos.
“La pasión y esa cosa loca fue cediendo lugar a otras cosas más importantes. Los años se van perdiendo pero se gana mucho más”, ella.
A por los 68
Juan Carlos Sánchez habla pausado. A sus 92 años, las palabras son más difíciles de escoger y de pronunciar. Pero cuando se le pregunta por el lugar donde conoció a su esposa, su memoria no falla. “Fue en la calle Rivadavia (hoy Virgen de la Merced), entre la avenida Sarmiento y la calle Santa Fe”.
El amor de su vida es Margarita Pizarro. “Me gustó todo en ella. Pero por sobre toda las cosas, su humanidad. Supe que los dos podíamos ser uno, como ahora”, sentencia.
“En 68 años nada varió. Tuvimos alguna pelea, como todas las parejas, pero nos seguimos aguantando siempre”, afirma Margarita. Eso, el “aguante” es lo que se necesita para mantener una relación, opina. “Ni las chicas ni los chicos -argumenta- se aguantan hoy. Antes había mucho respeto”.
Además del aguante mutuo, Juan Carlos resalta otro punto importante en la pareja: “en el manejo de la casa, la conductora es ella. Es importante que sepa llevar las riendas bien, si no el matrimonio se desarma porque todo anda mal”.
Margarita toma la mano de su esposo y la levanta para ejemplificar lo que dirá. “La unión hace la fuerza; los dos estamos en las buenas y en las malas”, finaliza.