Historia digna de Netflix
NO ENTIENDEN NADA. Los hinchas “decanos” consultan y debaten entre ellos sobre la cancelación del vuelo. Desconcertados, buscan una explicación a este contratiempo que nadie esperaba, y que les negó la posibilidad de viajar al partido en Quito. NO ENTIENDEN NADA. Los hinchas “decanos” consultan y debaten entre ellos sobre la cancelación del vuelo. Desconcertados, buscan una explicación a este contratiempo que nadie esperaba, y que les negó la posibilidad de viajar al partido en Quito.
Cristian Leitao está desesperado, acorralado en la inmensidad de la pista. “Esto es algo cochino, cochino”, afirma. De repente sale corriendo hacia el avión y regresa con una carpetita. La abre para demostrar que el Boeing 737 que comanda sí está capacitado para operar en los 2.700 metros de Quito. “Estas cosas pasan en toda América latina -dice-. Aquí hay una mano negra. No me sorprendería que fuera una cuestión de dinero. Que pidan U$S 10.000 para que un avión despegue. ¿Pero qué pasa si en otro lugar pusieron U$S 15.000 para asegurarse de lo contrario?”. Graves los conceptos del piloto chileno. A su avión, que yace inerte en pleno aeropuerto de Guayaquil, le cortaron las alas. Pero el plantel de Atlético no puede quedarse en tierra. Volará y gracias a una combinación cinematográfica de factores, jugará.
Leitao es uno de los numerosos personajes de la historia, nacida en el momento que Atlético decidió llegar al estadio Atahualpa tres horas antes del partido. La logística siempre está atada a los imponderables y en este caso, sin plan B, en manos de la compañía chilena DAP, el margen de riesgo se ensanchó hasta transformarse en un abismo. El plan para contrarrestar los efectos de la altura fue un bumerán insidioso, que obligó al plantel a embarcarse en un tour de force transmitido en directo a todo el continente. Pero a esta historia hay que despiezarla, darle forma de guión. Las cartas se despliegan como un tarot traicionero porque durante un puñado de horas, en plena tarde ecuatoriana, nada es lo que parece.
“Es lo usual”
Apenas concluido el almuerzo, jugadores, cuerpo técnico y dirigentes cruzaron el hall del hotel Hilton y subieron al micro blanco para dirigirse al aeropuerto. Instantes antes, Andrea Pirlo había estado allí firmando camisetas de la selección de  Italia y de Juventus. Todo parecía en orden. El resto de los pasajeros del chárter -89 hinchas que acompañan a la delegación desde que partió de Tucumán- ya aguardaba para trepar al avión rotulado con una pomposa leyenda: Mineral Airways. Pero la salida no se concertó desde la terminal principal, sino desde un pequeño e incómodo hangar, en el sector de vuelos privados. “Es lo usual”, informó una empleada mientras se limaba las uñas detrás de un escritorio en el sector de partidas de cabotaje, desértico en la siesta guayaquileña. ¿Es lo usual?
Durante casi dos horas -desde las 15 hasta casi las 17-, los 118 pasajeros aguardaron atornillados a la cabina el despegue que nunca se produjo. Los futbolistas se acomodaron en las primeras filas, el resto se dispersó hacia atrás. Al ratito el aire acondicionado no dio abasto y el avión se volvió un sauna. El maquillaje de las azafatas empezó a flaquear. Muchos no aguantaron y se sacaron la remera. “¡Se están deshidratando!”, bramó un hincha, señalando con angustia a los jugadores que se abanicaban con las cartillas de instrucciones. Las bromas del principio (“¡traigan un ventilador!”) mutaron en preocupación.
La espera a bordo se dividió en dos etapas. La primera, en la plataforma, hasta que el capitán (Leitao, ¿recuerdan?) anunció que había “problemas de papeles”. Al parecer, en el plan de vuelo decía “chárter” y correspondía consignar “privado”. Tacharon, reescribieron, llegó el OK y el Boeing carreteó hasta cerca de la pista. Y se plantó otra vez. Leitao explicó: “surgieron nuevos inconvenientes con la autorización. Aquí hay una mano negra. Vamos a abrir las puertas para que puedan refrescarse”. La brisa bajó el calor, pero subió los nervios, y mucho más cuando apareció la escalerilla y la invitación a descender. Mientras, con la luz verde para operar equipos de comunicación, se estableció el enlace con Tucumán y LA GACETA fue el primer medio que transmitió la noticia. Desde allí, la cadena se hizo interminable.
“Una burla”
Pero volvamos a la pista, donde los jugadores de Atlético charlan en voz baja y miran para todos lados sin entender nada. El cuerpo técnico conferencia y Pablo Lavallén explota indignado, pero sin perder la moderación en el tono: “es increíble, mirá que jugué Copa Libertadores y nunca me pasó. Es una burla y una falta de respeto al torneo, al equipo, al club y a la gente que gastó un montón de dinero y viajó varios días para llegar a Quito. Los muchachos estuvieron una hora y media arriba del avión y en esas condiciones ya vas en desventaja. Si lo que quisieron es retrasar el partido de alguna forma, lograron su objetivo. La Conmebol tiene que averiguar qué pasó. Un avión que llega desde otro país a Guayaquil con un itinerario de entrada y de circulación debe tener los permisos necesarios. No pueden subirte, tenerte dos horas arriba, hacerte carretear y cinco minutos antes del despegue decirte que no tenés el permiso. Es una burla terrible, una situación que te indigna porque seguramente detrás hay alguien”.
Alguien, alguien, ¿quién es ese alguien? Hay un mar de conjeturas y de conciliábulos. Mario Leito, presidente de Atlético, camisa azul, gesticula cada vez que se le acerca un empleado del aeropuerto. Hugo Bermúdez, el gerente, no se despega del celular. Comienzan a circular los rumores, paridos de las usinas del WhatsApp o de neuronas indignadas. “El Nacional es el club de los militares y acá manda la Fuerza Aérea…”, es la opción A. “El de Guayaquil es el aeropuerto más corrupto de Ecuador, quieren plata”, es la idea B, reforzada por la tesis del capitán Leitao, incansable para dar explicaciones. “Habían dado el OK para el despegue, pero después salieron con que este avión no está capacitado para operar en Quito. Pero acá está la prueba de que no es así”, subraya, mientras muestra la carpetita. “Son tantos los cocineros, que joden la sopa…”, cantaban los Redondos.
Mientras los minutos pasan y los celulares ayudan a mantener informado al mundo exterior -gentileza de Pablo Brunella, de la familia Seoane y de Alfredo Falú-, va instalándose la certeza de que el avión de DAP no tocará Quito. A todo esto, ¿qué es DAP? “Un consorcio de empresas con sede en Punta Arenas. Con 35 años de trayectoria y mediante una flota de aviones y helicópteros en permanente crecimiento, hoy somos capaces de conectar por vía aérea las distintas provincias de la región de Magallanes y los principales destinos de Patagonia, así como la Antártica (sic) Chilena”, describe en su página web. Y aquí está el dato clave: “con nuestra flota somos capaces de volar en todo el país y a diversos destinos de Sudamérica en vuelos chárter de turismo o de negocios”.
Hay que llegar a Quito
Desentrañar el entuerto de responsabilidades será materia de las próximas jornadas y DAP quedó en el ojo de la turbulencia, en un combo que involucra a la autoridad de aeronavegación ecuatoriana y a la directiva de Atlético. Pero mientras tanto hay que llegar a Quito y aparece la solución, casi mágica a esa altura, alrededor de las 18, cuando todo se adivinaba perdido. Hay lugar en un vuelo de Latam para los jugadores, el cuerpo técnico, los utileros y un par de acompañantes. Hasta Leito cede su plaza para aceitar el trámite. Viajará más tarde, en otra aerolínea, con un puñado de hinchas que se jugaron la ilusión de ver, al menos, el segundo tiempo. El resto se acomodará en el aeropuerto, buscando una pantalla para espiar ese partido que debieron presenciar en el Atahualpa y terminaron mirando desde un “no lugar”, al decir de Marc Augé. La cita será poco futbolera, pero se ajusta a ese ramillete de dramas personales.
A todo esto, ¿qué es de los jugadores? Un ómnibus los traslada a toda velocidad hacia la terminal principal (aquella de la empleada que hablaba de “lo usual”). “¡La utilería, se olvidan de la utilería que está en la bodega!”, alerta alguien. Demasiado tarde. Atlético deberá utilizar ropa prestada. Un par de empleados del aeropuerto, socarrones, hacen algún gesto de más. ¿No era que no había hinchas de El Nacional en Guayaquil? Mejor mantener la calma, porque el que se enoja, pierde. Y más de visitante.
Lavallén definió la situación: increíble. Es lo más apropiado, porque los adjetivos están demasiado gastados y desde el instante en que estalló el caso comenzaron a utilizarse en abundancia. Fue una serie de eventos desafortunados, digna de Netflix, que de divertidos no tuvieron nada. “Qué impotencia, ¿no?”, sostenía Freddy Terraf, mientras a su alrededor zumbaba la tarde eternamente cálida de Guayaquil. La expresión de Ignacio Golobisky, vicepresidente segundo del club, firmaba la apreciación.
A toda velocidad
La posta de la película pasó a Quito, con un invitado -Luis Juez- cuyo histrionismo lo coloca en la línea de Alberto Sordi. El embajador levantó el perfil, mientras la cuenta regresiva rumbo al Atahualpa ya formaba parte de la TV y de las redes sociales. Pero antes de esa aventura a toda velocidad por la capital ecuatoriana se filmaron los momentos trascendentes, intensos y colmados de idas y vueltas, a bordo y al pie del avión que se quedó con las ganas de despegar, mientras 118 gargantas se apretaban de angustia.

Guillermo Monti - Enviado especial

Cristian Leitao está desesperado, acorralado en la inmensidad de la pista. “Esto es algo cochino, cochino”, afirma. De repente sale corriendo hacia el avión y regresa con una carpetita. La abre para demostrar que el Boeing 737 que comanda sí está capacitado para operar en los 2.700 metros de Quito. “Estas cosas pasan en toda América latina -dice-. Aquí hay una mano negra. No me sorprendería que fuera una cuestión de dinero. Que pidan U$S 10.000 para que un avión despegue. ¿Pero qué pasa si en otro lugar pusieron U$S 15.000 para asegurarse de lo contrario?”. Graves los conceptos del piloto chileno. A su avión, que yace inerte en pleno aeropuerto de Guayaquil, le cortaron las alas. Pero el plantel de Atlético no puede quedarse en tierra. Volará y gracias a una combinación cinematográfica de factores, jugará.

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Leitao es uno de los numerosos personajes de la historia, nacida en el momento que Atlético decidió llegar al estadio Atahualpa tres horas antes del partido. La logística siempre está atada a los imponderables y en este caso, sin plan B, en manos de la compañía chilena DAP, el margen de riesgo se ensanchó hasta transformarse en un abismo. El plan para contrarrestar los efectos de la altura fue un bumerán insidioso, que obligó al plantel a embarcarse en un tour de force transmitido en directo a todo el continente. Pero a esta historia hay que despiezarla, darle forma de guión. Las cartas se despliegan como un tarot traicionero porque durante un puñado de horas, en plena tarde ecuatoriana, nada es lo que parece.

“Es lo usual”

Apenas concluido el almuerzo, jugadores, cuerpo técnico y dirigentes cruzaron el hall del hotel Hilton y subieron al micro blanco para dirigirse al aeropuerto. Instantes antes, Andrea Pirlo había estado allí firmando camisetas de la selección de  Italia y de Juventus. Todo parecía en orden. El resto de los pasajeros del chárter -89 hinchas que acompañan a la delegación desde que partió de Tucumán- ya aguardaba para trepar al avión rotulado con una pomposa leyenda: Mineral Airways. Pero la salida no se concertó desde la terminal principal, sino desde un pequeño e incómodo hangar, en el sector de vuelos privados. “Es lo usual”, informó una empleada mientras se limaba las uñas detrás de un escritorio en el sector de partidas de cabotaje, desértico en la siesta guayaquileña. ¿Es lo usual?

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Durante casi dos horas -desde las 15 hasta casi las 17-, los 118 pasajeros aguardaron atornillados a la cabina el despegue que nunca se produjo. Los futbolistas se acomodaron en las primeras filas, el resto se dispersó hacia atrás. Al ratito el aire acondicionado no dio abasto y el avión se volvió un sauna. El maquillaje de las azafatas empezó a flaquear. Muchos no aguantaron y se sacaron la remera. “¡Se están deshidratando!”, bramó un hincha, señalando con angustia a los jugadores que se abanicaban con las cartillas de instrucciones. Las bromas del principio (“¡traigan un ventilador!”) mutaron en preocupación.

La espera a bordo se dividió en dos etapas. La primera, en la plataforma, hasta que el capitán (Leitao, ¿recuerdan?) anunció que había “problemas de papeles”. Al parecer, en el plan de vuelo decía “chárter” y correspondía consignar “privado”. Tacharon, reescribieron, llegó el OK y el Boeing carreteó hasta cerca de la pista. Y se plantó otra vez. Leitao explicó: “surgieron nuevos inconvenientes con la autorización. Aquí hay una mano negra. Vamos a abrir las puertas para que puedan refrescarse”. La brisa bajó el calor, pero subió los nervios, y mucho más cuando apareció la escalerilla y la invitación a descender. Mientras, con la luz verde para operar equipos de comunicación, se estableció el enlace con Tucumán y LA GACETA fue el primer medio que transmitió la noticia. Desde allí, la cadena se hizo interminable.

“Una burla”

Pero volvamos a la pista, donde los jugadores de Atlético charlan en voz baja y miran para todos lados sin entender nada. El cuerpo técnico conferencia y Pablo Lavallén explota indignado, pero sin perder la moderación en el tono: “es increíble, mirá que jugué Copa Libertadores y nunca me pasó. Es una burla y una falta de respeto al torneo, al equipo, al club y a la gente que gastó un montón de dinero y viajó varios días para llegar a Quito. Los muchachos estuvieron una hora y media arriba del avión y en esas condiciones ya vas en desventaja. Si lo que quisieron es retrasar el partido de alguna forma, lograron su objetivo. La Conmebol tiene que averiguar qué pasó. Un avión que llega desde otro país a Guayaquil con un itinerario de entrada y de circulación debe tener los permisos necesarios. No pueden subirte, tenerte dos horas arriba, hacerte carretear y cinco minutos antes del despegue decirte que no tenés el permiso. Es una burla terrible, una situación que te indigna porque seguramente detrás hay alguien”.

Alguien, alguien, ¿quién es ese alguien? Hay un mar de conjeturas y de conciliábulos. Mario Leito, presidente de Atlético, camisa azul, gesticula cada vez que se le acerca un empleado del aeropuerto. Hugo Bermúdez, el gerente, no se despega del celular. Comienzan a circular los rumores, paridos de las usinas del WhatsApp o de neuronas indignadas. “El Nacional es el club de los militares y acá manda la Fuerza Aérea…”, es la opción A. “El de Guayaquil es el aeropuerto más corrupto de Ecuador, quieren plata”, es la idea B, reforzada por la tesis del capitán Leitao, incansable para dar explicaciones. “Habían dado el OK para el despegue, pero después salieron con que este avión no está capacitado para operar en Quito. Pero acá está la prueba de que no es así”, subraya, mientras muestra la carpetita. “Son tantos los cocineros, que joden la sopa…”, cantaban los Redondos.

Mientras los minutos pasan y los celulares ayudan a mantener informado al mundo exterior -gentileza de Pablo Brunella, de la familia Seoane y de Alfredo Falú-, va instalándose la certeza de que el avión de DAP no tocará Quito. A todo esto, ¿qué es DAP? “Un consorcio de empresas con sede en Punta Arenas. Con 35 años de trayectoria y mediante una flota de aviones y helicópteros en permanente crecimiento, hoy somos capaces de conectar por vía aérea las distintas provincias de la región de Magallanes y los principales destinos de Patagonia, así como la Antártica (sic) Chilena”, describe en su página web. Y aquí está el dato clave: “con nuestra flota somos capaces de volar en todo el país y a diversos destinos de Sudamérica en vuelos chárter de turismo o de negocios”.

Hay que llegar a Quito

Desentrañar el entuerto de responsabilidades será materia de las próximas jornadas y DAP quedó en el ojo de la turbulencia, en un combo que involucra a la autoridad de aeronavegación ecuatoriana y a la directiva de Atlético. Pero mientras tanto hay que llegar a Quito y aparece la solución, casi mágica a esa altura, alrededor de las 18, cuando todo se adivinaba perdido. Hay lugar en un vuelo de Latam para los jugadores, el cuerpo técnico, los utileros y un par de acompañantes. Hasta Leito cede su plaza para aceitar el trámite. Viajará más tarde, en otra aerolínea, con un puñado de hinchas que se jugaron la ilusión de ver, al menos, el segundo tiempo. El resto se acomodará en el aeropuerto, buscando una pantalla para espiar ese partido que debieron presenciar en el Atahualpa y terminaron mirando desde un “no lugar”, al decir de Marc Augé. La cita será poco futbolera, pero se ajusta a ese ramillete de dramas personales.

A todo esto, ¿qué es de los jugadores? Un ómnibus los traslada a toda velocidad hacia la terminal principal (aquella de la empleada que hablaba de “lo usual”). “¡La utilería, se olvidan de la utilería que está en la bodega!”, alerta alguien. Demasiado tarde. Atlético deberá utilizar ropa prestada. Un par de empleados del aeropuerto, socarrones, hacen algún gesto de más. ¿No era que no había hinchas de El Nacional en Guayaquil? Mejor mantener la calma, porque el que se enoja, pierde. Y más de visitante.

Lavallén definió la situación: increíble. Es lo más apropiado, porque los adjetivos están demasiado gastados y desde el instante en que estalló el caso comenzaron a utilizarse en abundancia. Fue una serie de eventos desafortunados, digna de Netflix, que de divertidos no tuvieron nada. “Qué impotencia, ¿no?”, sostenía Freddy Terraf, mientras a su alrededor zumbaba la tarde eternamente cálida de Guayaquil. La expresión de Ignacio Golobisky, vicepresidente segundo del club, firmaba la apreciación.

A toda velocidad

La posta de la película pasó a Quito, con un invitado -Luis Juez- cuyo histrionismo lo coloca en la línea de Alberto Sordi. El embajador levantó el perfil, mientras la cuenta regresiva rumbo al Atahualpa ya formaba parte de la TV y de las redes sociales. Pero antes de esa aventura a toda velocidad por la capital ecuatoriana se filmaron los momentos trascendentes, intensos y colmados de idas y vueltas, a bordo y al pie del avión que se quedó con las ganas de despegar, mientras 118 gargantas se apretaban de angustia.

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