El crucifijo volvió al Salón de la Jura de la Casa Histórica
Historiadores criticaron la postura de la directora de ese solar histórico, quien había dicho que no existía documentación que avalara la presencia de una cruz. Pero, al final, el martes se dispuso su restitución. “Fue para calmar los espíritus de los devotos cristianos”, aclaró la directora.
El martes se restituyó el crucifijo al salón de la Jura de la Casa Histórica. La decisión de devolver este símbolo religioso fue para “calmar los espíritus de los devotos cristianos”, dejó en claro la directora de la Casa Histórica, Patricia Fernández Murga. Sin embargo aseguró que esto no cierra el debate ni la investigación histórica.
El reemplazo de la Cruz de Cristo por una proyección sobre la pared del escudo nacional desató una gran polémica. Algunos interpretaron esto como una embestida contra la raíces cristianas del pueblo argentino, contra la tradición y la génesis de una patria cobijada bajo el amparo de Dios y la Virgen.
Del otro lado, justificaron la decisión en la idea de no perpetuar “otro caso de falso histórico”. Así lo había planteado Fernández Murga cuando le explicó el tema a Rocío Boffo, directora nacional de Museos, luego de que tres tucumanas iniciaran un expediente para solicitar la restitución del Cristo. “El estudio del patrimonio de la Casa Histórica ha dado como resultado diferencias con la información que la tradición atribuye a muchas de las piezas”, había señalado la directora en una carta de lectores que publicó LA GACETA cuando la polémica estaba en su punto más álgido.
“Ese crucifijo era de Bernabé Aráoz y lo habían donado sus bisnietas en 1973. La verdad es que no sabemos cuál es el original ni dónde estaba. Lo que yo había querido era abrir el debate y la reflexión y plantear que ése no era el crucifijo del Congreso”, dijo Fernández Murga como para resumir el tema que generó tanto debate.
Sin apuntar a nadie en concreto, la historiadora reconoció que se sintió atacada, pero que decidió tener una postura conciliadora y devolver el crucifijo a su lugar. “No hubo en esta decisión ningún intento laicista, errónea interpretación muy difundida en estos días. Por el contrario, se optó por una de las hipótesis: sobre la mesa se colocó un crucifijo y en el muro se proyectó la imagen del Escudo, que estaba presente en el Redactor del Congreso y que pudo presidir las sesiones en Tucumán porque estaba en la cabecera de la sala de sesiones cuando la Asamblea se trasladó a Buenos Aires”, había explicado en otra parte de su carta de lectores. Según la historiadora nunca hubo espacio para el debate, menos aún en el año del Bicentenario.
La presentación
Todo comenzó con una carta documento enviada al ministerio de Cultura de la Nación en agosto del año pasado por María Lilia Rodríguez del Busto, María Inés Torino y Florencia Nucci, las tres tucumanas y una de ellas coordinadora del Comité Episcopal del Bicentenario.
Manifestaron que la decisión de quitar la pieza y de proyectar un escudo en su lugar constituía “una afrenta a la tradición cristiana de nuestro pueblo, una provocación innecesaria a la grey identificada con la fe cristiana (que es anterior a la Patria) y la negación de la historia misma”. A raíz de esa presentación, la directora de la Casa Histórica envió un informe a la Nación con los documentos históricos y su investigación que abonaban la teoría de que se trataba de un falso histórico que se debía corregir.
Algunas reacciones
Padre Marcelo Barrionuevo.- “La Iglesia católica acompañó el nacer de esta patria desde antes de sus inicios; su fe constituye un elemento fundamental de verdad y le da sentido, contenido y significado a muchos de sus valores esenciales como nación”, había manifestado el vicario episcopal sobre este tema. “No está en nuestro sentir como Iglesia rivalizar posiciones ideológicas -había agregado el sacerdote-, sino pedir que se reconozca la identidad misma de los orígenes de nuestra independencia; es común a los pueblos cuidar lo propio de su tradición y costumbres, y lo es mucho más respecto de su identidad de fe. No se trata de imponer una fe sino de reconocer el lugar insustituible que ella tuvo en la identidad de lo que somos y queremos ser en el marco de las diferencias culturales que nos ofrece la sociedad contemporánea”.
Carlos Páez de la Torre.- El historiador no puso en duda la existencia de un crucifijo en el salón de la Jura. “Para dar un solo dato, la fórmula del juramento de los congresales, empezaba así: “¿juráis a Dios Nuestro Señor y prometéis a la Patria conservar y defender la Religión Católica, Apostólica y Romana?”. Sin duda se juró ante un crucifijo”, había explicado. También mencionó el hecho de que poco y nada es parte de la ambientación original del salón de la Jura. “Cabe preguntarse, en última instancia, qué es ‘original’ en el Salón. A pesar de la inveterada tradición que sustenta la originalidad de la mesa, no hay documento que certifique que esa sea la de 1816”.
Rodolfo Martín Campero.- El ex rector de la Universidad Nacional de Tucumán expresó su malestar por lo del crucifijo y por otros cambios que hubo en la Casa Histórica durante el año del Bicentenario. “Observo desde hace tiempo en la conducción de la Casa Histórica si no un desdén, un propósito deliberado de eliminar algunos aspectos simbólicos de la muestra, especialmente los referidos a lo religioso”, había señalado luego del relato de un casco de plata que él mismo donó y que con las reformas de las salas dejó de exhibirse.
Las irregularidades.- Previo a lo del crucifijo, otra noticia hizo tambalear la histórica calma de esa casona. Desde el ministerio de Cultura de la Nación tomaron medidas drásticas: liberaron la entrada al histórico solar (ya no se paga entrada) y se relevó a la Asociación de Amigos del manejo de los fondos provenientes por la venta de entradas. Además, enviaron un veedor para seguir de cerca la administración. Las supuestas irregularidades que motivaron estos movimientos fueron: los criterios de uso y de alquiler del patio donde se encuentran los bajorrelieves de Lola Mora, la falta de rendición de cuentas por los eventos realizados y la escasas mejoras edilicias. Cortar la fuente de ingresos obligó a la Asociación de Amigos a despedir a siete empleados, entre ellos cuatro parientes de la directora, Patricia Fernández Murga. También se adelantó que en marzo el ministerio abrirá un concurso público para seleccionar al director. Fernández Murga está como directora interina desde 1999.