Sara Barderas/Agencia DPA
WASHINGTON.- Mañana al mediodía, al pie del Capitolio y con pronóstico meteorológico de frío y lluvia, comenzará la era de Donald Trump. La asunción por parte de un multimillonario sin experiencia política que ha dinamitado el establishment norteamericano es un punto de inflexión no solo para la primera potencia mundial.
El mundo se adentra en territorio desconocido con un hombre que llega al Despacho Oval con un discurso populista y proteccionista, sin una línea divisoria entre verdades y mentiras, un hombre que veta a la prensa y cuyo comportamiento es imprevisible también en el escenario internacional.
Nadie apostaba por el multimillonario neoyorquino, de hoy 70 años, cuando hace dos años lanzó su carrera política. Pero contra todo pronóstico, se fue imponiendo en las primarias de un Partido Republicano a cuyos líderes no gustaba y acabó ganando los comicios presidenciales del 8 de noviembre, aunque con menos votos totales que su contrincante, Hillary Clinton, y con ayuda de Rusia, según los servicios de inteligencia.
Su ascenso ha dejado al descubierto un malestar con la política tradicional y el establishment, representados ambos por la demócrata Clinton, seguramente la persona más preparada de la historia para asumir la presidencia de Estados Unidos porque durante años se había entrenado para ello.
El Partido Demócrata, superado en las dos cámaras del Congreso por los republicanos, está sumido en una crisis y busca nuevo liderazgo en tiempos revueltos. Trump halló en las urnas el apoyo de los hombres blancos no universitarios golpeados por la globalización. Caló en ellos su discurso contra los inmigrantes, su retórica populista y su incitación a hacer “América grande otra vez”.
El Estados Unidos que recibe a Trump como su nuevo presidente es un país diverso, con la mayor población hispana de su historia -más de 50 millones de latinos- pero profundamente dividido, un país en el que crecieron las tensiones raciales y sociales bajo el Gobierno de su primer presidente negro, que no supo cómo impedirlo, y en el que Trump rompió en campaña las líneas rojas que hasta entonces contenían exabruptos xenófobos y racistas en público.
Parte del mundo que observa la llegada de Trump contiene el aliento ante sus movimientos. Jurará su cargo en las escaleras del Capitolio con el índice de aprobación más bajo de un presidente electo en 25 años: un 44%, según Gallup. Obama, en 2009, tenía un 83%; George W. Bush, en 2001, un 61%, y Bill Clinton, en 1992, un 68%.
Su entrada en la Casa Blanca retrotrae al populismo que recorrió América Latina y alcanzó después a Europa, donde el magnate presidente es admirado hoy por quienes impulsaron el “Brexit” y por quienes amenazan con dar un giro en las elecciones que este año hay en Francia y Alemania, el corazón de Europa.
Una vez jure el cargo al pie del Capitolio, Trump relevará el viernes en el Despacho Oval a un presidente que cuando asumió por primera vez hace ocho años despertó el entusiasmo general, generando incluso expectativas que le hicieron ganar el Premio Nobel de la Paz cuando apenas había podido comenzar a gobernar.
Obama se va al llegar Trump sin poder haber dejado el legado que prometió y bajo la amenaza de su sucesor de desmontar lo que sí logró, entre otras cosas el restablecimiento de las relaciones con Cuba tras más de 50 años. “La presidencia no es un reality show”, advirtió Obama varias veces sobre Trump en la campaña electoral. “No me voy a detener, estaré ahí con vosotros como un ciudadano”, prometió hace pocos días, en su despedida.