14 Enero 2017
Todo acto vital, todo movimiento, responde a una tensión, a un juego de atracción y aversión entre dos polos. En la naturaleza del movimiento folclórico argentino ha existido históricamente un entrecruce de dos opuestos: tradición-renovación, comercial-de culto. Quienes intentamos la renovación estilística por los ’80, hoy sostenemos determinadas tradiciones que nos separan de ciertas innovaciones de la tendencia “comercial”, que curiosamente suele denominarse como “folclore tradicional”. Este es el juego que, con el correr de la historia y su devenir en espiral, de síntesis y antítesis, nos va poniendo en uno y otro polo. Pero si nos focalizamos en el movimiento, entendemos mejor la figura particular y única de Horacio Guarany, este curioso ornitorrinco coplero. De pequeño cantamos sus canciones fanáticamente, de grandes renegamos de sus gritos, de sus humoradas fáciles, de su demagogia escénica tan “anti yupanquiana” por ratos, y sin embargo de voz tan honda a veces.
Fue fuente inspiradora de productos como Soledad o Los Nocheros y, al mismo tiempo, de encarar la crítica social agudamente e incluso de anunciar un mundo sin dueños (donde el ser humano no necesitará venderse), dando canto a la inconmensurable palabra de Armando Tejada Gómez. Tal vez su obra no nos resulte unánime, pero sin dudas nuestro decir popular le debe a Guarany un puñado de piezas que forman parte de las más altas cumbres de nuestro Andes cancionero. Melodías como la de “Padre del Carnaval” o esa capacidad de hacer épica a la lírica en el memorable “Volver en vino”, hacen a este hombre singular imprescindible en nuestros buscares.
Fue fuente inspiradora de productos como Soledad o Los Nocheros y, al mismo tiempo, de encarar la crítica social agudamente e incluso de anunciar un mundo sin dueños (donde el ser humano no necesitará venderse), dando canto a la inconmensurable palabra de Armando Tejada Gómez. Tal vez su obra no nos resulte unánime, pero sin dudas nuestro decir popular le debe a Guarany un puñado de piezas que forman parte de las más altas cumbres de nuestro Andes cancionero. Melodías como la de “Padre del Carnaval” o esa capacidad de hacer épica a la lírica en el memorable “Volver en vino”, hacen a este hombre singular imprescindible en nuestros buscares.
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Horacio Guarany
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