31 Diciembre 2016
Los 20.000 voltios que recibió en una descarga eléctrica, hace 22 años, le cambiaron la vida. ¡Y cómo! Philippe Croizon era un empleado metalúrgico común, con muy poca inclinación por el deporte. Un día se subió al techo de su casa cerca de Magny Cours, en Francia, a manipular una antena de televisión. De pronto un estruendo. Y su cuerpo sometido a un efecto brutal. Salvó la vida milagrosamente, pero fueron tan graves las quemaduras que debieron amputarle las cuatro extremidades.
Entre aquella tremenda experiencia y la que está por vivir en el Rally Dakar como piloto de la categoría Autos, a bordo de un buggy, mucho pasó en la vida de Philippe. Diez años de varias operaciones y numerosas horas de terapia y rehabilitación lo llevaron, finalmente, a una pileta de natación. Y sin siquiera saber cómo nadar...
Lo que siguió para él fue un tiempo de proezas personales y deportivas. En su listado de conquistas se anotan varias “misiones imposibles”, que lo convirtieron en leyenda en su país. Por caso, cruzó los 19 kilómetros del Mar Rojo que separan a África de Asia. Después unió los 20 kilómetros entre Asia y Oceanía (desde islas en el Pacífico de uno y otro continente). También se animó al cruce del Canal de la Mancha: pasar de Inglaterra a Francia le insumió 13 incansables horas.
Su creciente actividad y las historias que fue viviendo lo llevaron a escribir tres libros e impartir múltiples charlas y conferencias sobre motivación y resiliencia en varios países. Francia lo distinguió como Caballero de la Legión de Honor. Para el público de su país, Philippe es un auténtico ídolo.
Un día, pensó en vivir otras experiencia y decidió pasar de las aguas a los vehículos, su gran pasión como espectador desde pequeño. Y convenció en 2015 al director del Dakar, Etienne Lavigne, para que lo deje participar. Le faltaba completar el presupuesto y encontró en su camino al qatarí Nasser Al Attiyah, que le donó 100.000 euros para que logre alquilar un vehículo. Desde marzo no paró de entrenarse.
El francés se maneja en una silla de paseo construida con tecnología que le permite controlar su uso desde una palanca de mando. La pregunta del millón es cómo hace para manejar el auto. Él responde con naturalidad: “llevo un equipo similar que en la silla, sólo que en vez de ser eléctrico, es hidráulico. Lo controlo todo con el brazo derecho; con el izquierdo no hago casi nada, apenas enciendo las luces y algunas cosas más. Tengo un joystick que me permite acelerar, frenar y girar el volante. De alguna manera, ¡es como jugar a un videojuego en una pantalla gigante!”
¿Y después del Dakar, qué? Philippe no duda demasiado en la respuesta y reflexiona: “lo imposible sólo está en nuestra mente. Hay que dejar de quejarse y luchar por conseguir lo que uno quiere; lanzarse y ver qué sucede. El hombre está hecho de sueños y concreciones. Y yo quisiera llegar a la Luna.”
Entre aquella tremenda experiencia y la que está por vivir en el Rally Dakar como piloto de la categoría Autos, a bordo de un buggy, mucho pasó en la vida de Philippe. Diez años de varias operaciones y numerosas horas de terapia y rehabilitación lo llevaron, finalmente, a una pileta de natación. Y sin siquiera saber cómo nadar...
Lo que siguió para él fue un tiempo de proezas personales y deportivas. En su listado de conquistas se anotan varias “misiones imposibles”, que lo convirtieron en leyenda en su país. Por caso, cruzó los 19 kilómetros del Mar Rojo que separan a África de Asia. Después unió los 20 kilómetros entre Asia y Oceanía (desde islas en el Pacífico de uno y otro continente). También se animó al cruce del Canal de la Mancha: pasar de Inglaterra a Francia le insumió 13 incansables horas.
Su creciente actividad y las historias que fue viviendo lo llevaron a escribir tres libros e impartir múltiples charlas y conferencias sobre motivación y resiliencia en varios países. Francia lo distinguió como Caballero de la Legión de Honor. Para el público de su país, Philippe es un auténtico ídolo.
Un día, pensó en vivir otras experiencia y decidió pasar de las aguas a los vehículos, su gran pasión como espectador desde pequeño. Y convenció en 2015 al director del Dakar, Etienne Lavigne, para que lo deje participar. Le faltaba completar el presupuesto y encontró en su camino al qatarí Nasser Al Attiyah, que le donó 100.000 euros para que logre alquilar un vehículo. Desde marzo no paró de entrenarse.
El francés se maneja en una silla de paseo construida con tecnología que le permite controlar su uso desde una palanca de mando. La pregunta del millón es cómo hace para manejar el auto. Él responde con naturalidad: “llevo un equipo similar que en la silla, sólo que en vez de ser eléctrico, es hidráulico. Lo controlo todo con el brazo derecho; con el izquierdo no hago casi nada, apenas enciendo las luces y algunas cosas más. Tengo un joystick que me permite acelerar, frenar y girar el volante. De alguna manera, ¡es como jugar a un videojuego en una pantalla gigante!”
¿Y después del Dakar, qué? Philippe no duda demasiado en la respuesta y reflexiona: “lo imposible sólo está en nuestra mente. Hay que dejar de quejarse y luchar por conseguir lo que uno quiere; lanzarse y ver qué sucede. El hombre está hecho de sueños y concreciones. Y yo quisiera llegar a la Luna.”
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Rally Dakar 2017
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