Por LA GACETA
29 Diciembre 2016
reuters
Las denuncias de corrupción en torno de la gigantesca Petrobras (a las que el juez Sergio Moro ha llamado “Lava Jato”) por el desfalco de millones de dólares, amenazan a casi toda la clase política brasileña. Bajo sospecha están los dos principales partidos: el izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), que durante 13 años mantuvo en el poder a Luiz Inácio Lula da Silva y a Dilma Rousseff, y el conservador PMDB del hoy presidente Michel Temer.
La caída de Dilma, sin embargo, no estuvo ligada a esto. La primera presidenta de la mayor potencia sudamericana no fue acusada de corrupción, sino de haber maquillado el déficit fiscal. La suspendieron en mayo y la destituyeron el 31 de agosto.
Quien sí cayó luego vinculado al “Lava Jato” fue el impulsor del “impeachment”: el diputado Eduardo Cunha, socio de Temer (que era vice de Rousseff). El descrédito de la política fue completo.
El hombre más influyente en la política brasileña de la última década, Lula Da Silva, está en la mira del juez Moro, quien lo sindica como el gran cerebro de la corrupción en la década pasada. El actual presidente, Temer, también está en la tembladera: las investigaciones por el “Lava Jato” lo vinculan recientemente con el pago de sobornos de la mayor constructora de Brasil, Odebrecht.
En recesión por segundo año consecutivo, el futuro económico es tan incierto como el porvenir político del gran vecino argentino.
El triunfo del “no”
Colombia persiguió una paz demasiado esquiva durante 2016. En septiembre, el anuncio de que el gobierno de Juan Manuel Santos había alcanzado un entendimiento con las FARC revolucionó al continente. El acuerdo fue firmado el 26 ante una docena de jefes de Estado. A las pocas horas, el mandatario colombiano recibía el Nobel de la Paz. Pero el 2 de octubre, el pueblo colombiano le daba la espalda al pacto en un plebiscito: 50,2% de los que fueron a las urnas votó por el “no”. El 63% del padrón se abstuvo.
Las FARC y Santos, 40 días después, firmaron un segundo acuerdo, que el Congreso colombiano avaló el 1 de diciembre. Esta vez no habrá plebiscito. Pero el ex presidente Álvaro Uribe, el gran ganador de esa votación, ya le ha dicho “no” al nuevo pacto.
La caída de Dilma, sin embargo, no estuvo ligada a esto. La primera presidenta de la mayor potencia sudamericana no fue acusada de corrupción, sino de haber maquillado el déficit fiscal. La suspendieron en mayo y la destituyeron el 31 de agosto.
Quien sí cayó luego vinculado al “Lava Jato” fue el impulsor del “impeachment”: el diputado Eduardo Cunha, socio de Temer (que era vice de Rousseff). El descrédito de la política fue completo.
El hombre más influyente en la política brasileña de la última década, Lula Da Silva, está en la mira del juez Moro, quien lo sindica como el gran cerebro de la corrupción en la década pasada. El actual presidente, Temer, también está en la tembladera: las investigaciones por el “Lava Jato” lo vinculan recientemente con el pago de sobornos de la mayor constructora de Brasil, Odebrecht.
En recesión por segundo año consecutivo, el futuro económico es tan incierto como el porvenir político del gran vecino argentino.
El triunfo del “no”
Colombia persiguió una paz demasiado esquiva durante 2016. En septiembre, el anuncio de que el gobierno de Juan Manuel Santos había alcanzado un entendimiento con las FARC revolucionó al continente. El acuerdo fue firmado el 26 ante una docena de jefes de Estado. A las pocas horas, el mandatario colombiano recibía el Nobel de la Paz. Pero el 2 de octubre, el pueblo colombiano le daba la espalda al pacto en un plebiscito: 50,2% de los que fueron a las urnas votó por el “no”. El 63% del padrón se abstuvo.
Las FARC y Santos, 40 días después, firmaron un segundo acuerdo, que el Congreso colombiano avaló el 1 de diciembre. Esta vez no habrá plebiscito. Pero el ex presidente Álvaro Uribe, el gran ganador de esa votación, ya le ha dicho “no” al nuevo pacto.
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