16 Diciembre 2016
IMPLACABLE. Lucas Alario, el mejor jugador de la final, festeja abrazado a Gonzalo Martínez el primer gol de River anoche; Andrés D’Alessandro y Sebastián Driussi corren a felicitar al héroe de la final. telam
En el show de goles que se puso en escena sobre el maltratado césped del “Mario Kempes”, fue River el que soltó su mejor carcajada.
En un duelo de delanteras picantes y defensas flácidas, fue el “Millonario” el que estuvo más fino para aprovechar cada chance, sacar la diferencia 4-3, gritar campeón de la Copa Argentina y desempolvar el pasaporte, palpitando la Libertadores 2017.
River y Rosario Central cambiaron golpe por golpe en el duelo decisivo en tierra cordobesa. No especularon para nada. Desde el primer segundo de juego, ambos equipos ajustaron la mira hacia el arco de enfrente y no anduvieron con chiquitas. Se mataron a goles los equipos de Marcelo Gallardo y Eduardo Coudet, dando una clase de cómo se debe atacar; aunque también expusieron qué no hay que hacer al defender.
Es que “Millonarios” y “Canallas” jugaron un duelo enfocados en marcar goles, pero dejaron miles de espacios atrás, fallaron en los relevos, los defensores estuvieron erráticos y por eso se dio un encuentro tan cambiante.
River estuvo arriba, Central se lo dio vuelta, el “Millo” logró empatar, los rosarinos se pusieron nuevamente en ventaja, pero a la “Banda” le quedó resto para dar vuelta, una vez más, la historia y festejar mucho más que un título.
En Núñez se sacaron la bronca por el clásico perdido el domingo, como local, asegurándose un lugar en el máximo torneo a nivel continental; algo que en la vereda de enfrente no pudieron lograr.
Pero River fue campeón porque hizo todos los méritos para conseguirlo, porque a Central le faltó el fuego sagrado para sentenciarlo cuando tuvo su chance y porque contó con esa cuota de ayuda que necesita cualquier equipo decidido a pensar en grande.
Lucas Alario fue la gran figura de la final. Marcó un hat-trick y fue una amenaza constante para el fondo rival. Tuvo la frialdad necesaria para definir con clase dos penales en dos momentos calientes y luego empató el juego cuando su equipo estaba para el cachetazo.
Pero además, River se quedó con el título porque Rosario Central también le dio una gran mano. Los dirigidos por Coudet mostraron, una vez más, un dato que asusta a sus seguidores: volvieron a perder un partido decisivo.
Además, Teófilo Gutiérrez fue un fantasma. Se dedicó a mostrar una sonrisa sobradora y a protestar los fallos de Patricio Loustau en vez de concentrarse en jugar. Y su DT pecó al no cambiarlo. Central jugó con 10 hombres casi todo el partido (luego lo hizo con 9 cuando Marco Ruben vio la roja, a los 83’). Y por último, River contó con una “manito” del juez, que si bien acertó en los dos penales, no sancionó uno para Central antes del primero para el “Millo”. Eso pudo haber cambiado la historia. Pero no; River es el campeón porque puso lo que hay que poner.
En un duelo de delanteras picantes y defensas flácidas, fue el “Millonario” el que estuvo más fino para aprovechar cada chance, sacar la diferencia 4-3, gritar campeón de la Copa Argentina y desempolvar el pasaporte, palpitando la Libertadores 2017.
River y Rosario Central cambiaron golpe por golpe en el duelo decisivo en tierra cordobesa. No especularon para nada. Desde el primer segundo de juego, ambos equipos ajustaron la mira hacia el arco de enfrente y no anduvieron con chiquitas. Se mataron a goles los equipos de Marcelo Gallardo y Eduardo Coudet, dando una clase de cómo se debe atacar; aunque también expusieron qué no hay que hacer al defender.
Es que “Millonarios” y “Canallas” jugaron un duelo enfocados en marcar goles, pero dejaron miles de espacios atrás, fallaron en los relevos, los defensores estuvieron erráticos y por eso se dio un encuentro tan cambiante.
River estuvo arriba, Central se lo dio vuelta, el “Millo” logró empatar, los rosarinos se pusieron nuevamente en ventaja, pero a la “Banda” le quedó resto para dar vuelta, una vez más, la historia y festejar mucho más que un título.
En Núñez se sacaron la bronca por el clásico perdido el domingo, como local, asegurándose un lugar en el máximo torneo a nivel continental; algo que en la vereda de enfrente no pudieron lograr.
Pero River fue campeón porque hizo todos los méritos para conseguirlo, porque a Central le faltó el fuego sagrado para sentenciarlo cuando tuvo su chance y porque contó con esa cuota de ayuda que necesita cualquier equipo decidido a pensar en grande.
Lucas Alario fue la gran figura de la final. Marcó un hat-trick y fue una amenaza constante para el fondo rival. Tuvo la frialdad necesaria para definir con clase dos penales en dos momentos calientes y luego empató el juego cuando su equipo estaba para el cachetazo.
Pero además, River se quedó con el título porque Rosario Central también le dio una gran mano. Los dirigidos por Coudet mostraron, una vez más, un dato que asusta a sus seguidores: volvieron a perder un partido decisivo.
Además, Teófilo Gutiérrez fue un fantasma. Se dedicó a mostrar una sonrisa sobradora y a protestar los fallos de Patricio Loustau en vez de concentrarse en jugar. Y su DT pecó al no cambiarlo. Central jugó con 10 hombres casi todo el partido (luego lo hizo con 9 cuando Marco Ruben vio la roja, a los 83’). Y por último, River contó con una “manito” del juez, que si bien acertó en los dos penales, no sancionó uno para Central antes del primero para el “Millo”. Eso pudo haber cambiado la historia. Pero no; River es el campeón porque puso lo que hay que poner.
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