Chapecoense, entre el show y la tragedia

Chapecoense, entre el show y la tragedia

HOMENAJE. Caballero fue uno de los que recordó a sus colegas fallecidos. Reuters HOMENAJE. Caballero fue uno de los que recordó a sus colegas fallecidos. Reuters
La pelota comenzaba a rodar en el Camp Nou y, casi simultáneo, en el Arena Condá entraban los 19 ferétros de los jugadores de Chapecoense. Leo Messi, quién sino él, provocaba en Barcelona a los 10 minutos la primera acción de riesgo real. Y en Chapecó entraba al campo el cajón con el cuerpo del arquero Danilo. “Meeeeeessi”, decían en un lado. “Danilo, Danilo”, cantaban en otro. Había sol en Barcelona. Llovía en Chapecó. El Camp Nou era un billar. El Arena Condá un barrial. Más de 90.000 personas colmaban el Camp Nou. Pagaron una media de 1.000 dólares la entrada. Menos de 20.000 fueron al Arena Condá. Decenas y decenas de periodistas en uno y otro lado. Unos cómodos en el Camp Nou, viendo si hubo foul penal de Javier Mascherano en una acción del inicio, o brazo penal de Sergio Ramos en otra. Otros apelando a la ayuda de vecinos voluntarios de Chapecó para que les tradujeran los discursos de los oradores, los cánticos de la gente, las palabras de los familiares. La fiesta de fútbol mundial, el gran clásico Barcelona-Real Madrid, el duelo Messi-Cristiano Ronaldo, convivió ayer con la tragedia.

El presidente de Brasil, Michel Temer, en problemas cada vez más serios porque acaso pensó que podría gobernar y ajustar sin los votos de la gente, se salvó de los silbidos. Su última presencia en un estadio, la apertura de los Juegos Olímpicos de Río, fue puro abucheo. Tanto que no fue a la Clausura. Tuvieron que convencerlo para que fuera ayer a Chapecó. El que sí recibió aplausos fue Tité, el nuevo y exitoso DT de la selección de Brasil. No tantos como la madre de Danilo. “¿Cómo están ustedes que perdieron tantos amigos allá?”, había consolado el viernes la señora Ilaídes Padilha a un periodista que la entrevistaba. Carles Puyol y Clarence Seedorf, ex jugadores de Barcelona y Real Madrid, estaban en el Arena Condá, junto con Gianni Infantino, presidente de la FIFA.

“Soy chapecoense, con mucho orgullo, con mucho amor”, cantaban algunos, en versión modificada del himno de Brasil. Se leyó un mensaje del Papa, hubo honras militares y agradecimientos a Colombia, donde la ceremonia era televisada. “Homenaje a los héroes en medio de la lluvia”, decía la leyenda de la cadena RCN y mostraba un cartel en el Arena Condá: “Gracias hermanos colombianos”. Vestido con una camiseta de Atlético Nacional, Luciano Buligon, alcalde de Chapecó, dijo que la lluvia se debía a que “Dios también tiene derecho a llorar”. Citó la presencia del embajador de Colombia. Nueva ovación. Cuatro días antes, Medellín había ofrecido el homenaje más emotivo que acaso pueda recordarse en la historia del fútbol.

Homenaje con el corazón

A Medellín, cariñosamente apodada “Medallo”, le decían “Metrallo”. “La ciudad de la eterna primavera” era “La ciudad de la eterna balacera”. Hasta más de 6.000 homicidios anuales. Carros-bomba, masacres, magnicidios, carteles, clanes, guerrilla y paramilitarismo. Morían jueces, policías, políticos, sacerdotes y sindicalistas. El 2 de diciembre de 1993 mataron a Pablo Escobar, “El Patrón del mal”, hincha del Deportivo Independiente Medellín (DIM), pero financista y capo de Atlético Nacional, primer campeón colombiano de la Libertadores, cuando cada narco tenía un equipo. Ahora, 23 años después, Medellín es otra Medellín. Y Atlético Nacional es otro Atlético Nacional. Abrió estadio y corazón para homenajear a Chapecoense, que ese mismo miércoles debía ser su rival en la final de ida de la Copa Sudamericana. Fueron casi 100.000 personas al Atanasio Girardot. Vestidos de blanco y con velas. Primero jugadores e hinchas y luego el club pidieron a la Conmebol que diera el título a Chapecoense. “Demagogia”. Tenía que decirlo alguien desde ese fútbol que se jacta de no querer perder nunca. Fue Alejandro Nadur, presidente de Huracán. Dio pena. Parece que la Conmebol aceptará el pedido.

En el Camp Nou, igual que en estadios de Inglaterra, Alemania y Francia, entre otros, jugadores de Barcelona y Real Madrid posan juntos el sábado con el cartel “Fuerza Chape”. Y comienza el fútbol. Más luchado que jugado. Messi, sin magia, es igualmente el más lúcido de todos. El gol, cuándo no, es de Luis Suárez, de cabeza. En el segundo tiempo entra Andrés Iniesta, recuperado tras una lesión, y por fin vemos buen fútbol. Es un imán para sus compañeros. Barcelona toca y toca, como en sus mejores tiempos. Pero lo pierde primero Neymar. Y luego Messi. Y en el descuento, falta tonta de Arda Turan contra Marcelo en un lateral. Centro, resbalón de Mascherano y gol de cabeza de Sergio Ramos. Dos goles de pelota parada. Zinedine Zidane extiende su invicto a 33 partidos. Messi sale con la cabeza gacha. Cristiano Ronaldo, feliz.

Los ídolos y el fisco

Un día antes, la revista alemana Der Spiegel, acaso una de las mejores del mundo, mostraba a CR7 en su tapa. No para elogiarlo y decir que tal vez ganará nuevamente a Messi en su duelo individual por el Balón de Oro. Sino para contar que, según la filtración de Football Leaks (sí, el fútbol moderno también tiene sus papeles secretos), CR7 habría evadido al fisco decenas de millones de euros facturando ingresos publicitarios a través de una sociedad en Irlanda (MIM Limited), constituída en 2004 en Dublin, donde se cobra el impuesto más bajo de Europa (12,5 por ciento). Sus contratos con Nike, Toyota y muchos otros evitaron así el 43,5 por ciento que exige la Agencia Tributaria en España. La prensa de Barcelona estalló. ¿Por qué sí se investigó con tanto afán y hasta se condenó a Messi, a Neymar y también a Mascherano por delitos similares y no hubo jamás nada contra CR7 si su caso era un rumor más que difundido? ¿Acaso pagó Ronaldo por separada esa diferencia del 30 por ciento?

El fútbol siempre fue algo más que fútbol. Es dinero, política y poder. Eso es lo que dice en estas horas la Conmebol, que quedó en el centro de la mira, pese a las varias desmentidas sobre supuestas presiones o sugerencias para que selecciones y equipos de la región volaran a través de LaMia, la compañía creada en Venezuela, de bandera boliviana y que creció de modo explosivo gracias a su cuasimonopolio en el fútbol. Alejandro Domínguez, nuevo presidente paraguayo de la Conmebol, habla de “morbo” y sugiere que las acusaciones son “interesadas”. José Luis Chilavert, acaso el crítico más duro, acusa, me dicen fuentes de la Conmebol, porque tiene vínculos con Paco Casal, el empresario uruguayo que busca entrar desde hace años en los mejores negocios de la pelota sudamericana. Y el diario ABC Color y otros medios paraguayos acusan, añaden las fuentes, porque responden a Nicolás Leoz, el presidente desplazado por corrupción, cuando en la Conmebol mandaba también Julio Grondona. Pero ahí está en la web esa “publinota” de la TV de Bolivia, minutos antes del despegue desde Santa Cruz de la Sierra, en la que un oficial de LaMia se declara orgulloso: “somos la trasportadora oficial de la Copa Sudamericana”.

El desastre, como suele suceder, desnudó otros desastres. La falta de controles, los inspectores que miran a otro lado acaso porque reciben algo, la empresa que siempre quiere gastar menos, aún a costa de vidas. Que vuela con la nafta justa (¿cuántas veces habrá hecho lo mismo y no nos enteramos porque el avión llegaba a tiempo?) y que ni siquiera ante la inminencia del desastre mayor, se anima a decir que le falta combustible. Alguien, está claro, deberá pagar por tanta irresponsabilidad.

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