27 Noviembre 2016
Según el historiador inglés Eric Hobsbawm, el pasado fue un siglo corto, cuyo final anticipado se produjo al compás de la caída del muro de Berlín. Pero algo quedaba de la impronta del siglo XX. Una inconfudible silueta recortada, un pensamiento, una utopía, una inspiración. El Fidel escuchado y admirado. Y detrás de él, como símbolo de lo posible y de lo imposible, Cuba. “La historia me absolverá”, dijo Fidel. “La historia no lo absolverá”, retrucó Mario Vargas Llosa. Al hombre que consiguió erguirse sobre medio siglo de historia moderna lo despide un mundo extraño, distinto del que seguramente soñó. Un mundo cambiante y complejo, rico en sus matices, como el propio Fidel.
El legado de Fidel será siempre motivo de debate. A quienes lo encumbran como el líder de los oprimidos que. incansable, combatió a Washington se oponen quienes lo acusaron de tirano, de déspota, de violador de los derechos humanos. Básicamente, de dictador.
Carismático e implacable, saltó al imaginario colectivo con su barba interminable, el uniforme verde oliva y los cigarros puros siempre humeantes. Capaz de proyectarse, desde una isla minúscula, al centro de la geopolítica global. Y capaz de sostener el ideal revolucionario, multiplicándolo por todos los continentes, hasta que el mundo le dijo basta.
La muerte de Fidel deja huérfana a la izquierda global, que aplaudió sus esfuerzos por dar educación y salud a los pobres mientras soportaba el bloqueo del país más poderoso, que desarrolló cientos de planes para eliminarlo.
Al mismo tiempo, esa muerte es leída desde la otra vereda como un símbolo poderoso: el entierro de cualquier vestigio de totalitarismo. Quienes vieron en Fidel un enemigo de las derechos individualdes sienten que, desde la medianoche del viernes, el mundo es un lugar más libre.
Así de potente es la figura de Fidel, así de polémica. Una usina que puede inspirar admiración o rechazo con idéntico apasionamiento. Un líder inimitable, para seguirlo o para combatirlo.
Fidel era una rareza en 2016. Difícil encontrar una figura política de semejante estatura y convicciones. Pero desde el devenir histórico se veía absolutamente extemporáneo, el eco de aquel mundo bipolar que se vino abajo hace un cuarto de siglo. Cada una de sus aspiraciones -esporádicas en los últimos años- funcionaba como un ayuda memoria. Fue, desde su figura, el guardián de un modelo de actuar y de pensar.
La incidencia de Fidel en el escenario internacional fue tal que dos conceptos quedaron acuñados en el vocabulario político-cultural: castrismo y anticastrismo. Conceptos que van más allá de adherentes o detractores del líder; implican una manera de entender la vida y de obrar en consecuencia.
Hay ciudadanos del mundo acongojados por la noticia, otros capaces de celebrar, muchos empeñados en el ejercicio del recuerdo y todo un universo -el de los jóvenes- sorprendidos por el impacto provocado por la muerte de un anciano de 90 años. Muchos de esos jóvenes se pondrán en la tarea de escudriñar el pasado y verán a Fidel con ojos nuevos. Tal vez lo que él más hubiera deseado.
El legado de Fidel será siempre motivo de debate. A quienes lo encumbran como el líder de los oprimidos que. incansable, combatió a Washington se oponen quienes lo acusaron de tirano, de déspota, de violador de los derechos humanos. Básicamente, de dictador.
Carismático e implacable, saltó al imaginario colectivo con su barba interminable, el uniforme verde oliva y los cigarros puros siempre humeantes. Capaz de proyectarse, desde una isla minúscula, al centro de la geopolítica global. Y capaz de sostener el ideal revolucionario, multiplicándolo por todos los continentes, hasta que el mundo le dijo basta.
La muerte de Fidel deja huérfana a la izquierda global, que aplaudió sus esfuerzos por dar educación y salud a los pobres mientras soportaba el bloqueo del país más poderoso, que desarrolló cientos de planes para eliminarlo.
Al mismo tiempo, esa muerte es leída desde la otra vereda como un símbolo poderoso: el entierro de cualquier vestigio de totalitarismo. Quienes vieron en Fidel un enemigo de las derechos individualdes sienten que, desde la medianoche del viernes, el mundo es un lugar más libre.
Así de potente es la figura de Fidel, así de polémica. Una usina que puede inspirar admiración o rechazo con idéntico apasionamiento. Un líder inimitable, para seguirlo o para combatirlo.
Fidel era una rareza en 2016. Difícil encontrar una figura política de semejante estatura y convicciones. Pero desde el devenir histórico se veía absolutamente extemporáneo, el eco de aquel mundo bipolar que se vino abajo hace un cuarto de siglo. Cada una de sus aspiraciones -esporádicas en los últimos años- funcionaba como un ayuda memoria. Fue, desde su figura, el guardián de un modelo de actuar y de pensar.
La incidencia de Fidel en el escenario internacional fue tal que dos conceptos quedaron acuñados en el vocabulario político-cultural: castrismo y anticastrismo. Conceptos que van más allá de adherentes o detractores del líder; implican una manera de entender la vida y de obrar en consecuencia.
Hay ciudadanos del mundo acongojados por la noticia, otros capaces de celebrar, muchos empeñados en el ejercicio del recuerdo y todo un universo -el de los jóvenes- sorprendidos por el impacto provocado por la muerte de un anciano de 90 años. Muchos de esos jóvenes se pondrán en la tarea de escudriñar el pasado y verán a Fidel con ojos nuevos. Tal vez lo que él más hubiera deseado.
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