22 Noviembre 2016
Tras seis meses de asedio de su ex esposo, se refugia con su hijo en los hospitales para dormir
La mujer lo denunció nueve veces desde mayo y logró la orden de alejamiento, pero su ex violó la medida varias veces para pegarle. Por estar tanto tiempo en el centro médico, el niño se contagió de un virus. Pide con desesperación ayuda para evitar que la mate.
J. tiene 24 años y todos los días carga con dos pesos. En sus brazos lleva los reconfortantes 12 o 13 kilos de su hijo de un año y meses. En la espalda, en tanto, lleva el inconmensurable lastre del miedo. Desde mayo, vive en un infierno de agresiones, amenazas y paranoia al que la arrastró su ex esposo, según consta en las nueve denuncias que hizo contra él desde mayo.
La muchacha pide ayuda con desesperación. Según cuenta, gracias a todas sus acusaciones, logró tener una consigna policial y una orden de prohibición de acercamiento contra el agresor. Sin embargo, la primera medida sólo duró dos meses y la segunda es violada por el hombre cada vez que tiene ganas “o se droga o emborracha”.
Si algo tiene en claro la muchacha, es que no quiere transitar el trágico final que sufrió Claudia Lizárraga, la mujer de 42 años que durante dos décadas denunció las agresiones de su ex y lo máximo que consiguió fue una tapia con la que dividió la casa para estar lejos del agresor. Su ex marido, Víctor Hugo Argañaraz, la mató a puñaladas el 18 de octubre en la plaza de Barrio Jardín. “No quiero que me pase lo que a esa mujer”, dijo a LA GACETA. Por eso J., mientras pide ayuda a gritos, se resguarda en la sala de espera de guardia de un hospital.
Cuatro años de agresión
J. comenzó una relación con el hombre en diciembre de 2012. Pese a que él siempre la agredió, ambos pusieron la firma en un registro civil y luego se colocaron los anillos en un altar. Vivieron juntos hasta el 30 de mayo de 2015, cuando él abandonó la casa dejando atrás a su esposa y a su hijo recién nacido. Durante un año no supieron nada sobre el hombre, hasta que apareció casi un año después.
“El 29 de mayo de este año yo había vuelto de vender cosas dulces, que es a lo que me dedicaba. Ahora no puedo salir porque él se esconde en la calle. Ese día sentí una patada en la puerta. Era él. Estaba drogado y borracho. Me tomó de los pelos y me dijo ‘hija de puta, te voy a matar’. Después me hizo dar la cara contra la pared”, relató.
En ese momento ella estaba con sus padres y su hijo. Como su padre -quien murió hace un mes- no podía enfrentar al agresor porque tenía una pierna amputada, su ex suegra fue la que se plantó. “Mi mamá gritó y él me soltó, pero de inmediato sacó un revólver y disparó dos veces hacia el techo. Después la miró a mi mamá y le dijo que iba a ser mujer muerta. Antes le pegó a mi papá, que tenía a nuestro hijo en brazos, y se llevó mis documentos, que estaban arriba de la mesa”.
Ese día, J. presentó la primera de las nueve denuncias, repartidas entre la Policía y distintas fiscalías. Sin embargo, las amenazas no cesaron. Apenas se calmaron cuando la Justicia destinó un efectivo policial a la puerta de su casa.
“Desde el 20 de agosto al 20 de septiembre no me molestó porque tenía un policía en la puerta. El mismo día que se venció la medida, se presentó a amenazarme. Yo lo volví a denunciar y una semana después me volvieron a renovar la custodia por un mes y estuvimos tranquilos hasta que se terminó”.
A fines de octubre el policía que la cuidaba desapareció y el agresor volvió a rondar la casa. El episodio más violento que se vivió desde entonces ocurrió el 11 de este mes.
“Volvíamos con mi mamá de la calle. Cuando íbamos por el pasillo escucho su voz diciendo ‘¡así te quería pillar, hija de puta!’. Cuando me di vuelta vi que estaba con su actual pareja. Mi hijo empezó a llorar de miedo y esa mujer le pegó un chirlo. Él, en vez de decirle algo por pegarle al nene, que también es su hijo, le pegó a mi mamá una patada en la pierna en la que tiene problemas por su diabetes. Se iba en sangre”, lamentó.
El refugio
J. dice que tiene miedo constante. Por eso no puede salir a trabajar. Sin embargo, los fines de semana sabe que su ex toma alcohol y entonces corren más peligro. Por eso, de viernes a domingo toma a su hijo y se va a dormir en las sillas de la sala espera de un hospital (que no se menciona por motivos de seguridad). “Mi hijo se enfermó el otro día y los médicos me dijeron que se contagió de algún virus ahí, pero es la única solución que encuentro. Hay policías y movimiento”, explicó.
Según ella, no tiene alternativas porque nadie le brinda soluciones. “Desde la Justicia me dijeron que no se puede hacer nada más que detenerlo un par de días, a lo sumo”, se quejó.
La muchacha pide ayuda con desesperación. Según cuenta, gracias a todas sus acusaciones, logró tener una consigna policial y una orden de prohibición de acercamiento contra el agresor. Sin embargo, la primera medida sólo duró dos meses y la segunda es violada por el hombre cada vez que tiene ganas “o se droga o emborracha”.
Si algo tiene en claro la muchacha, es que no quiere transitar el trágico final que sufrió Claudia Lizárraga, la mujer de 42 años que durante dos décadas denunció las agresiones de su ex y lo máximo que consiguió fue una tapia con la que dividió la casa para estar lejos del agresor. Su ex marido, Víctor Hugo Argañaraz, la mató a puñaladas el 18 de octubre en la plaza de Barrio Jardín. “No quiero que me pase lo que a esa mujer”, dijo a LA GACETA. Por eso J., mientras pide ayuda a gritos, se resguarda en la sala de espera de guardia de un hospital.
Cuatro años de agresión
J. comenzó una relación con el hombre en diciembre de 2012. Pese a que él siempre la agredió, ambos pusieron la firma en un registro civil y luego se colocaron los anillos en un altar. Vivieron juntos hasta el 30 de mayo de 2015, cuando él abandonó la casa dejando atrás a su esposa y a su hijo recién nacido. Durante un año no supieron nada sobre el hombre, hasta que apareció casi un año después.
“El 29 de mayo de este año yo había vuelto de vender cosas dulces, que es a lo que me dedicaba. Ahora no puedo salir porque él se esconde en la calle. Ese día sentí una patada en la puerta. Era él. Estaba drogado y borracho. Me tomó de los pelos y me dijo ‘hija de puta, te voy a matar’. Después me hizo dar la cara contra la pared”, relató.
En ese momento ella estaba con sus padres y su hijo. Como su padre -quien murió hace un mes- no podía enfrentar al agresor porque tenía una pierna amputada, su ex suegra fue la que se plantó. “Mi mamá gritó y él me soltó, pero de inmediato sacó un revólver y disparó dos veces hacia el techo. Después la miró a mi mamá y le dijo que iba a ser mujer muerta. Antes le pegó a mi papá, que tenía a nuestro hijo en brazos, y se llevó mis documentos, que estaban arriba de la mesa”.
Ese día, J. presentó la primera de las nueve denuncias, repartidas entre la Policía y distintas fiscalías. Sin embargo, las amenazas no cesaron. Apenas se calmaron cuando la Justicia destinó un efectivo policial a la puerta de su casa.
“Desde el 20 de agosto al 20 de septiembre no me molestó porque tenía un policía en la puerta. El mismo día que se venció la medida, se presentó a amenazarme. Yo lo volví a denunciar y una semana después me volvieron a renovar la custodia por un mes y estuvimos tranquilos hasta que se terminó”.
A fines de octubre el policía que la cuidaba desapareció y el agresor volvió a rondar la casa. El episodio más violento que se vivió desde entonces ocurrió el 11 de este mes.
“Volvíamos con mi mamá de la calle. Cuando íbamos por el pasillo escucho su voz diciendo ‘¡así te quería pillar, hija de puta!’. Cuando me di vuelta vi que estaba con su actual pareja. Mi hijo empezó a llorar de miedo y esa mujer le pegó un chirlo. Él, en vez de decirle algo por pegarle al nene, que también es su hijo, le pegó a mi mamá una patada en la pierna en la que tiene problemas por su diabetes. Se iba en sangre”, lamentó.
El refugio
J. dice que tiene miedo constante. Por eso no puede salir a trabajar. Sin embargo, los fines de semana sabe que su ex toma alcohol y entonces corren más peligro. Por eso, de viernes a domingo toma a su hijo y se va a dormir en las sillas de la sala espera de un hospital (que no se menciona por motivos de seguridad). “Mi hijo se enfermó el otro día y los médicos me dijeron que se contagió de algún virus ahí, pero es la única solución que encuentro. Hay policías y movimiento”, explicó.
Según ella, no tiene alternativas porque nadie le brinda soluciones. “Desde la Justicia me dijeron que no se puede hacer nada más que detenerlo un par de días, a lo sumo”, se quejó.
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