13 Noviembre 2016
EL GIGANTE DESPEDAZADO. Los trozos en que fue cortado el tronco testimonian las dimensiones del eucalipto que cayó ayer y mató a un niño. LA GACETA / FOTO DE SOLEDAD NUCCI.-
El día después, la cuadra parece haber recuperado su ritmo cotidiano. A la verdulería de la esquina llegan personas que pesan tomates y eligen lechugas. Luego, cruzan hacia una despensa; piden leche o manteca para el desayuno. Y por la avenida, los autos van y vienen sin tregua. Y es que, para los que quedan en este mundo, la vida sigue. Pero pese al ajetreo, hay indicios de lo que ha pasado en este lugar: todavía se observan los pedazos del tronco del árbol que ayer se convirtió en un asesino.
Al pasar frente a él, quienes van en auto disminuyen la velocidad. Miran en esa dirección, como si estuvieran reconstruyendo el instante mismo en que ese eucalipto cayó encima de un transporte escolar. Gustavo Guerrero, de cinco años, iba adentro de la furgoneta, junto con l chofer. Un rato antes, le habían puesto el delantal del jardín de infantes y le habían colgado la mochila. El niño murió en ese instante, y el conductor se encuentra internado en el hospital Padilla.
“Debe haber medido unos 50 metros de altura”, calculan los trabajadores de la empresa de distribución de energía eléctrica, mientras tratan de despejar el escenario de las ramas. Esa misma estimación formularon ayer las autoridades municipales.
Mirá más sobre la tragedia de Yerba Buena
Las dimensiones del tronco también provocan impacto: se necesitarían cuatro personas, tomadas de las manos entre sí, para rodearlo. En la casa situada enfrente se encuentran más vestigios de lo sucedido: la verja de hierro ha quedado doblada, como si fuese de goma. El piso, desordenado, es otra confirmación del horror que se vivió.
Los transeúntes que caminan por la calle (en Yerba Buena casi no hay veredas, y menos en este tramo de Solano Vera al 1.000) apenas hablan. Lo hacen por lo bajo. Como si quisieran guardar luto. Como si con el silencio mostrarán respeto ante a tanto dolor. A media mañana empieza a soplar viento. El mismo viento que el día anterior, con apenas unas ráfagas, pudo voltear al asesino.
Miles de cosas
El accidente ocurrió antes de las 8.30 del viernes. A esa hora, Domingo Martín Cancino, de 53 años, manejaba su transporte por Solano Vera al 1.000. Gustavo era el único pasajero a bordo. Atrás venía una moto. De repente, el eucalipto se desplomó y cruzó de punta a punta la calle. El vehículo quedó aplastado, y el motociclista, Jorge Guerrero, fue golpeado por las ramas.
En el lugar trabajaron, en los primeros minutos, los bomberos voluntarios de Yerba Buena, quienes sacaron a las personas de entre los amasijos y revisaron que no hubiera más víctimas. “Ayer no quería ni ver. Acababa de dejar a mis hijos en la escuela y se me cruzaron mil cosas por la cabeza. He quedado muy golpeado por lo que pasó”, cuenta, la mañana siguiente, Pedro Hernán Rodríguez Zalazar, jefe de ese destacamento de bomberos.
Los locales comerciales situados enfrente del terreno donde estaba el árbol están vacíos. Alguien golpea las manos. Nadie contesta. El árbol ya no está. Nunca debió haber estado. O, por lo menos, hace tiempo que debería haber sido cortado de cuajo.
Al pasar frente a él, quienes van en auto disminuyen la velocidad. Miran en esa dirección, como si estuvieran reconstruyendo el instante mismo en que ese eucalipto cayó encima de un transporte escolar. Gustavo Guerrero, de cinco años, iba adentro de la furgoneta, junto con l chofer. Un rato antes, le habían puesto el delantal del jardín de infantes y le habían colgado la mochila. El niño murió en ese instante, y el conductor se encuentra internado en el hospital Padilla.
“Debe haber medido unos 50 metros de altura”, calculan los trabajadores de la empresa de distribución de energía eléctrica, mientras tratan de despejar el escenario de las ramas. Esa misma estimación formularon ayer las autoridades municipales.
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Las dimensiones del tronco también provocan impacto: se necesitarían cuatro personas, tomadas de las manos entre sí, para rodearlo. En la casa situada enfrente se encuentran más vestigios de lo sucedido: la verja de hierro ha quedado doblada, como si fuese de goma. El piso, desordenado, es otra confirmación del horror que se vivió.
Los transeúntes que caminan por la calle (en Yerba Buena casi no hay veredas, y menos en este tramo de Solano Vera al 1.000) apenas hablan. Lo hacen por lo bajo. Como si quisieran guardar luto. Como si con el silencio mostrarán respeto ante a tanto dolor. A media mañana empieza a soplar viento. El mismo viento que el día anterior, con apenas unas ráfagas, pudo voltear al asesino.
Miles de cosas
El accidente ocurrió antes de las 8.30 del viernes. A esa hora, Domingo Martín Cancino, de 53 años, manejaba su transporte por Solano Vera al 1.000. Gustavo era el único pasajero a bordo. Atrás venía una moto. De repente, el eucalipto se desplomó y cruzó de punta a punta la calle. El vehículo quedó aplastado, y el motociclista, Jorge Guerrero, fue golpeado por las ramas.
En el lugar trabajaron, en los primeros minutos, los bomberos voluntarios de Yerba Buena, quienes sacaron a las personas de entre los amasijos y revisaron que no hubiera más víctimas. “Ayer no quería ni ver. Acababa de dejar a mis hijos en la escuela y se me cruzaron mil cosas por la cabeza. He quedado muy golpeado por lo que pasó”, cuenta, la mañana siguiente, Pedro Hernán Rodríguez Zalazar, jefe de ese destacamento de bomberos.
Los locales comerciales situados enfrente del terreno donde estaba el árbol están vacíos. Alguien golpea las manos. Nadie contesta. El árbol ya no está. Nunca debió haber estado. O, por lo menos, hace tiempo que debería haber sido cortado de cuajo.
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