Programemos la máquina del tiempo para viajar 78 años y seis días en el pasado. Nueva York, Estados Unidos. Las radios, el medio más popular del momento, están todas sintonizadas en la Columbia Broadcasting System (CBS). Es víspera de Halloween y mientras el gigante del norte todavía se está curando las escaras de la Gran Depresión, en su programa de la tarde el joven artista Orson Welles está a punto de hacer historia.
“Señoras y señores, interrumpimos nuestro programa de baile para comunicarles una noticia de último minuto procedente de la agencia Intercontinental Radio. El profesor Farrel del Observatorio de Mount Jennings, de Chicago, reporta que se ha observado en el planeta Marte algunas explosiones que se dirigen a la Tierra con enorme rapidez... Continuaremos informando”, anuncia el locutor a su audiencia de 12 millones de personas. La transmisión se interrumpe cada tanto. “Por increíble que parezca, las observaciones científicas y la realidad nos obligan a creer que los extraños seres que han aterrizado esta noche en una zona rural de Jersey son la vanguardia de un ejército invasor procedente del planeta Marte...”, prosigue la crónica radial.
Pero minutos antes de ese delirio ficcional inédito para la radio, el propio Welles había anunciado que lo que estaban a punto de escuchar era una dramatización de la compañía teatral que él mismo dirigía. Aun así, a las pocas horas las rutas ya estaban colapsadas, los teléfonos de emergencia trinaban y los estadounidenses querían huir del mundo.
Entonces hoy...
Volviendo la máquina del tiempo al presente, cuesta imaginar que el medio de comunicación más masivo del momento esté generando, casi a diario, el mismo efecto que la radio hace 78 años. La histórica anécdota que desata carcajadas en las aulas donde se enseña sobre comunicación de masas se actualiza en las pantallas de los teléfonos celulares cuando comienzan a correr las famosas cadenas de Whatsapp. A veces se cree en la información, otras se desconfía, pero igual se ayuda a viralizarla y, en casos extremos, desata el pánico y habilita la violencia.
“No creo en esas cadenas y de hecho no les llevo el apunte. Pero esta vez, la de la Trafic blanca que supuestamente secuestraba chicos, a mí me pudo haber perjudicado”, cuenta Diego Rodríguez, un joven estudiante de Ingeniería y de Cocina. Es que para la logística del negocio familiar su padre maneja, precisamente, una camioneta blanca. “Apenas me llegó la cadena y después el video lo tuve que llamar a mi papá para que tenga cuidado, que esté atento porque no se sabe cómo puede reaccionar la gente, como finalmente pasó. No entiendo para qué hacen esto, surgen como un rumor, la gente siente la necesidad de protegerse y ante la duda los sigue pasando y genera pánico”, analiza.
Gisele Fernandez es policía y asegura que corta la cadena la mayoría de las veces. “No les presto mucha atención porque no tengo tiempo de ponerme a chequear si son verdad o no, entonces no las paso y listo. Pero siempre te queda la duda de si será o no verdad, y como uno tiene hijos... Te produce miedo y dudas”, confiesa.
Con las facilidades para alcanzar la tecnología y tener internet en el bolsillo, todo el día, pareciera que nadie está exento de caer en esta paranoia colectiva que infunden las redes, como broma o con malas intenciones. Quedan algunas pocas excepciones, como la docente Lis Málaga. ¿Cómo hace? “Por cosas como estas, yo prefiero seguir conservando mi Nokia 1100”.
PUNTO DE VISTA - Saúl Ibáñez | Abogado - Sociólogo - Docente
Construir la destrucción para construir el poder
Creo que este tipo de manifestaciones son muestra de que la sociedad descree de las opiniones e informaciones oficiales, es la característica de estos tiempos. Hay un descreimiento frente a la clase política, frente a algunos medios de comunicación, etcétera.
Por otra parte, aparece el significado propio de vivir en una sociedad tecnológica donde las comunicaciones son mucho más dinámicas que las opiniones verificables; el tiempo de esta sociedad no es el tiempo de la verificación, sino de la comunicación rápida e inmediata.
Pero tampoco hay que dejar de lado que las políticas de los miedos sociales son estrategias de construcción de poder. Muchas veces se construye el poder desde el discurso del miedo, difundiendo caos y pánico, sobre todo cuando existe este descreimiento del que hablamos, y de repente aparece el discurso de la seguridad y del orden.
El poder se construye también desde la dicotomía de orden y conflicto: se construye la destrucción, se potencia el conflicto, para que luego aparezca el orden. Por eso no debería llamar la atención que este tipo de mensajes sean promovidos desde los centros de poder.