24 Octubre 2016
VIROCHE, EN ESENCIA. Con una enorme sonrisa en los labios y rodeado de jóvenes, una de las imágenes más recurrentes en la vida del padre Juan. facebook / juan viroche
Juan Viroche no solía levantar la voz pero hablaba firme. Desde su púlpito, decenas de veces desnudó las miserias de las personas que envenenaban con droga la vida de los jóvenes en Delfín Gallo y -su localidad- La Florida. Durante las innumerables conversaciones que tuvieron el tema como protagonista, desde la muerte del cura, nunca faltaron estos datos. Sin embargo, lo que aún desconoce una gran parte de la población es cuándo y por qué se forjó la personalidad del cura; cuáles son las tragedias y carencias que lo marcaron a fuego; y cómo un joven que empezó a trabajar desde su adolescencia en una carnicería se convirtió en el faro de dos comunidades del este de Tucumán.
“A Juan lo conocí en la zona sur de la capital, donde se ubica la Quinta Agronómica. La zona se identifica como Barrio Victoria pero la Parroquia del Santísimo Sacramento iba muchos más allá. Tenía 70.000 parroquianos, la mayoría de origen humilde. Él vivió desde chico ahí y mamó el característico esfuerzo de esa gente, porque tuvo grandes desafíos en su vida. Sin ir más lejos, su padre murió cuando él era muy niño”, cuenta a LA GACETA Luis Bruna, uno de las personas que, a fines de los 70, trenzó una amistad con Viroche que se mantuvo hasta el final. Tal era su cercanía que fue uno de los pocos que prestó testimonio el viernes, en la última marcha que se realizó para pedir el esclarecimiento del caso.
Los cambios
Por aquellos años, el sacerdote fallecido ya había dejado su primer trabajo en una carnicería y comenzó a deambular por otros quehaceres para “parar la olla” mientras realizaba un fuerte trabajo desde lo espiritual en un contexto convulso. “Él no le tenía miedo ni al esfuerzo ni a la pobreza, porque los conocía bien”, acota su amigo.
Eran tiempos de cambio. Volvía la democracia de la mano de Raúl Alfonsín y los jóvenes de la Iglesia exigían repensar también su propia institución. “Juan formaba parte de PASO (Perseverancia, Acción, Sacrificio y Oración), que fue un grupo pionero. Era una sociedad envuelta en el miedo, pero los movimientos querían conversar y discutir la realidad, algo que tenía su grado de dificultad. Integrar esos grupos no siempre generaba buenas relaciones con los que estaban a cargo del territorio desde el punto de vista pastoral. Sin embargo, todos estábamos intentando salir de ese momento del ‘no te metás’ y la Iglesia era un lugar de privilegio para la participación social”, relata Bruna, apelando a una memoria sin óxido.
Y si la década del 80 trajo cambios en los social, lo político y lo eclesial, en los 90 llegó al barrio Victoria una persona fundamental para acompañar las ideas de un “bien común” con las que comulgaba Viroche: el padre Jorge Blunda. “Ahí encontramos una identidad en las capillas. Esa época coincide con su ingreso al seminario”, cuenta. Durante los últimos años del milenio, Viroche puso toda su voluntad en ser sacerdote, hasta que una situación familiar lo obligó a poner toda su vida en pausa.
Tragedias
Si la muerte de su padre lo obligó a salir a ponerle el pecho a la necesidad, el fallecimiento de su madre ubicó a Viroche en una situación incómoda que dentro de la Iglesia no todos comprendieron. “Hay varias perspectivas dentro de la Iglesia. Hay gente que pone a un Dios abstracto por encima de todo. Juan dejó por un momento su vocación para ver a Dios en su madre. Hizo lo único digno desde lo humano y desde lo cristiano que podía hacer: pidió una licencia y la cuidó hasta que falleció”, esgrime su amigo.
En cuanto al sacerdocio, según Bruna, en el imaginario popular todo el mundo piensa que lo más difícil es la castidad, pero en realidad es la obediencia, sobre todo en situaciones en las que no prima la razón y tiene que agachar la cabeza. “Juan nunca la confundió con obsecuencia. Ello lo llevó a ser alguien frontal, algo que no siempre es bien visto en una institución vertical como la Iglesia”, dice. La pregunta es inevitable, porque una de las hipótesis que se maneja desde la Justicia es que el cura se quitó la vida por escraches de familiares de mujeres que juraron haber tenido una relación con él: ¿Juan tenía una pareja? “Jamás he visto un indicio de que tuviera una relación con una mujer”, responde.
Miedo y coraje
Cuenta Bruna que Viroche era una persona frontal, pero de buen humor, cariñoso y buen amigo. “Nosotros sabíamos que la situación que vivía era peligrosa pero no nos contó de las amenazas. Creo que lo hizo para cuidarnos. Por supuesto que tenía miedo. Pero creo que el mayor temor de él era que le hicieran algo a sus seres queridos. Tenía un coraje extraordinario”, dice. Ese mismo miedo es el que tienen sus allegados ahora, y ese coraje es el que quieren imitar desde el Espacio Multisectorial Juan Viroche, comprometido a luchar contra la droga. Si bien desde la fiscalía está prácticamente descartado el homicidio, la hipótesis del suicidio no convence a los allegados al cura. “A todos los amigos nos resulta muy poco creíble la idea de que se haya quitado la vida. Sin embargo, lo que está en juego es que su muerte es, además, un fuerte llamado de atención a la sociedad. Si nosotros dejamos que esto quede sin aclararse, perderemos todos. No hablo sólo de su fallecimiento, sino de toda su lucha que hay detrás”, finaliza.
“A Juan lo conocí en la zona sur de la capital, donde se ubica la Quinta Agronómica. La zona se identifica como Barrio Victoria pero la Parroquia del Santísimo Sacramento iba muchos más allá. Tenía 70.000 parroquianos, la mayoría de origen humilde. Él vivió desde chico ahí y mamó el característico esfuerzo de esa gente, porque tuvo grandes desafíos en su vida. Sin ir más lejos, su padre murió cuando él era muy niño”, cuenta a LA GACETA Luis Bruna, uno de las personas que, a fines de los 70, trenzó una amistad con Viroche que se mantuvo hasta el final. Tal era su cercanía que fue uno de los pocos que prestó testimonio el viernes, en la última marcha que se realizó para pedir el esclarecimiento del caso.
Los cambios
Por aquellos años, el sacerdote fallecido ya había dejado su primer trabajo en una carnicería y comenzó a deambular por otros quehaceres para “parar la olla” mientras realizaba un fuerte trabajo desde lo espiritual en un contexto convulso. “Él no le tenía miedo ni al esfuerzo ni a la pobreza, porque los conocía bien”, acota su amigo.
Eran tiempos de cambio. Volvía la democracia de la mano de Raúl Alfonsín y los jóvenes de la Iglesia exigían repensar también su propia institución. “Juan formaba parte de PASO (Perseverancia, Acción, Sacrificio y Oración), que fue un grupo pionero. Era una sociedad envuelta en el miedo, pero los movimientos querían conversar y discutir la realidad, algo que tenía su grado de dificultad. Integrar esos grupos no siempre generaba buenas relaciones con los que estaban a cargo del territorio desde el punto de vista pastoral. Sin embargo, todos estábamos intentando salir de ese momento del ‘no te metás’ y la Iglesia era un lugar de privilegio para la participación social”, relata Bruna, apelando a una memoria sin óxido.
Y si la década del 80 trajo cambios en los social, lo político y lo eclesial, en los 90 llegó al barrio Victoria una persona fundamental para acompañar las ideas de un “bien común” con las que comulgaba Viroche: el padre Jorge Blunda. “Ahí encontramos una identidad en las capillas. Esa época coincide con su ingreso al seminario”, cuenta. Durante los últimos años del milenio, Viroche puso toda su voluntad en ser sacerdote, hasta que una situación familiar lo obligó a poner toda su vida en pausa.
Tragedias
Si la muerte de su padre lo obligó a salir a ponerle el pecho a la necesidad, el fallecimiento de su madre ubicó a Viroche en una situación incómoda que dentro de la Iglesia no todos comprendieron. “Hay varias perspectivas dentro de la Iglesia. Hay gente que pone a un Dios abstracto por encima de todo. Juan dejó por un momento su vocación para ver a Dios en su madre. Hizo lo único digno desde lo humano y desde lo cristiano que podía hacer: pidió una licencia y la cuidó hasta que falleció”, esgrime su amigo.
En cuanto al sacerdocio, según Bruna, en el imaginario popular todo el mundo piensa que lo más difícil es la castidad, pero en realidad es la obediencia, sobre todo en situaciones en las que no prima la razón y tiene que agachar la cabeza. “Juan nunca la confundió con obsecuencia. Ello lo llevó a ser alguien frontal, algo que no siempre es bien visto en una institución vertical como la Iglesia”, dice. La pregunta es inevitable, porque una de las hipótesis que se maneja desde la Justicia es que el cura se quitó la vida por escraches de familiares de mujeres que juraron haber tenido una relación con él: ¿Juan tenía una pareja? “Jamás he visto un indicio de que tuviera una relación con una mujer”, responde.
Miedo y coraje
Cuenta Bruna que Viroche era una persona frontal, pero de buen humor, cariñoso y buen amigo. “Nosotros sabíamos que la situación que vivía era peligrosa pero no nos contó de las amenazas. Creo que lo hizo para cuidarnos. Por supuesto que tenía miedo. Pero creo que el mayor temor de él era que le hicieran algo a sus seres queridos. Tenía un coraje extraordinario”, dice. Ese mismo miedo es el que tienen sus allegados ahora, y ese coraje es el que quieren imitar desde el Espacio Multisectorial Juan Viroche, comprometido a luchar contra la droga. Si bien desde la fiscalía está prácticamente descartado el homicidio, la hipótesis del suicidio no convence a los allegados al cura. “A todos los amigos nos resulta muy poco creíble la idea de que se haya quitado la vida. Sin embargo, lo que está en juego es que su muerte es, además, un fuerte llamado de atención a la sociedad. Si nosotros dejamos que esto quede sin aclararse, perderemos todos. No hablo sólo de su fallecimiento, sino de toda su lucha que hay detrás”, finaliza.
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Cura Juan Viroche
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