Por Federico Türpe
22 Octubre 2016
La verdad es un bien ganancial. En derecho, se denominan bienes gananciales a todos aquellos adquiridos por los cónyuges durante el matrimonio, excepto los que se reciben en forma gratuita.
En el momento en que un lector compra un diario, elige un noticiero de TV o de radio o hace click en una noticia en internet, se convierte en cónyuge de ese medio de comunicación, ya sea en un amante fugaz o bien hasta que la muerte los separe.
A partir de allí, la verdad noticiable pasa a ser un bien ganancial en esa nueva pareja que constituyen el lector y el medio, es decir, es una verdad compartida.
En el periodismo se sabe desde hace muchos años que un lector, en general, muchas veces no elige un diario por sus titulares o fotografías, ni por sus primicias o investigaciones; lo elige porque dice lo que él quiere escuchar.
Es lo que en 2004 el filósofo y periodista Miguel Wiñazki denominó “la noticia deseada”, libro de investigación donde con numerosos datos y fundamentos analiza cómo y por qué la opinión pública suele creer en historias de supuestos complots que los datos de la realidad contradicen.
“¿Qué pasa cuando la opinión pública rechaza la verdad?”, se pregunta Wiñazki. “Se levanta como un imperio la noticia deseada, la noticia que la opinión pública elige creer”.
Wiñazki afirma entonces que el montaje o la edición de una noticia no es un proceso gestado exclusivamente por los medios, sino también por las audiencias que la desean.
Y esto implica un enorme riesgo, porque muchos medios y periodistas ceden ante la tentación de informar lo que la gente espera escuchar y no lo que los hechos demuestran.
Lo que nadie quiere saber
En la misma línea, el periodista y escritor Martín Caparrós sostiene: “creo que periodismo es contar algo que nadie quiere saber”.
Opina Caparrós que antes la prensa escrita estaba más al resguardo del rating, lo que le permitía abstraerse con mayor facilidad de esa tiranía que sometía a la televisión y a la radio.
Hoy, con internet, cada click se mide hasta el infinito y también los medios escritos han sucumbido ante la masiva demanda del público, no de la verdad -aún de una aproximación-, sino de esa verdad que eligieron o desean creer.
Esta misma demagogia informativa comprende a muchos políticos, quienes con el solo fin de sumar seguidores o votos dicen lo que el pueblo quiere escuchar, aunque sea una gran mentira.
En los casos más convulsivos, escandalosos o impactantes es donde este fenómeno mediático se exaspera. “Yabrán está vivo” o “a Néstor lo mataron”, son dos ejemplos claros de la noticia deseada que no resiste el mínimo análisis.
A nivel local, “si no fuera por el fraude ganaba Cano”, es otro ejemplo de una noticia anhelada que se instaló como cierta para miles de tucumanos.
Y en algunos casos, cuando la realidad es muy dolorosa y se torna insoportable, es necesario matar al mensajero que no cumple con nuestros deseos: periodistas, fiscales, jueces, investigadores…
Viroche y la demagogia
La muerte del padre Juan Viroche se inscribe, lamentablemente, en este contexto de manipulación mediática y demagógica. Para un amplio sector de la sociedad el caso fue cosa juzgada desde el primer minuto, algo realmente peligroso, y todo aquel que no suscriba sin chistar a la hipótesis del homicidio “está comprado” o “amenazado”. Esta falacia paranoica y conspirativa es peligrosa porque implicaría que no quedan anticuerpos en nuestra sociedad: no hay una sola persona honesta. Una locura.
Esta idea se instaló en gran medida por la acción irresponsable de algunos periodistas locales, y más tarde porteños, que dieron por hecho la línea del crimen narco desde el principio, sin contar con una sola prueba, más que el dolorido testimonio de vecinos y familiares, conmovidos ante el supuesto suicidio de un religioso.
Se difundieron fotos y videos de la escena, presentados de manera artera como pruebas de una situación de forcejeo y pelea, como si el sacerdote se hubiera resistido, y mintiendo acerca de que Viroche tenía lesiones en el cuerpo. Todas las pericias, locales y foráneas, demostraron que esto no era cierto, que no hubo forcejeos ni peleas y que el cuerpo del cura no tenía marcas ni señales de violencia, salvo las de la horca.
Claro que el “crimen narco” vende mucho más y se ajusta a la noticia deseada, a lo que quiere creer la audiencia, estremecida por un hecho que es más sencillo negar que aceptar.
La verdad, aunque duela
En un editorial impecable sobre este caso, el diario La Nación ayer publicó: “Es lógico y comprensible que el común de la gente considere más creíbles las teorías conspirativas, en especial en nuestro país, donde en más de un caso la actuación judicial ha redundado en la fabricación de ‘historias oficiales’ para otorgar impunidad a los verdaderos culpables. Pero lo que resulta inadmisible es que importantes medios de prensa y altos funcionarios judiciales opten por la mentira en abono del sensacionalismo, sometiéndose a la creencia popular, hasta ahora errada en este caso.
La labor del periodismo jamás puede consistir en ofrecerle al público las noticias que éste quiere si ello implica mentir, tergiversar y parcializar la información para obtener una mayor audiencia.
Ese camino conduce a la mentira franca, que es una burla a la sociedad. Toda muerte es lamentable, y más aún aquellas producto de un homicidio y también de un suicidio. Toda muerte encierra un drama y el periodista que oculta el drama real para montar uno falso inventando héroes ficticios vuelve a victimizar a la víctima”.
“Las pruebas” de un fiscal federal
Más grave aún fue el comportamiento del fiscal federal Gustavo Gómez, quien desde el primer minuto, sin estar en la provincia y sin contar con prueba alguna, afirmó ante los medios que se trataba de un homicidio. Y sobre los dichos de Gómez, como es lógico, siendo un funcionario judicial, se basó un amplio sector de la sociedad para sostener la tesis del crimen narco.
Ahora Gómez le envió un escrito al fiscal de la causa, Diego López Ávila, argumentando cuáles fueron “las pruebas” por las que sostuvo -y ratifica- que a Viroche lo mataron. El texto consta de siete puntos argumentativos, a saber:
En el primero recuerda que el padre estaba siendo amenazado por sus denuncias contra la venta de drogas y la trata de personas. No prueba nada.
En el segundo punto revela que este día recibió un mensaje por WhatsApp donde otro sacerdote le decía: “Gustavo, hoy han encontrado muerto ahorcado al p. Juan Viroche en la iglesia de La Florida. Lo golpearon y lo colgaron en las escaleras del altillo de la sacristía”. Un simple mensaje de texto de un tercero que dice que lo “han encontrado”.
En el tercero, argumenta Gómez que como hay adictos al “paco” que se ahorcan, producto de la abstinencia, que Viroche apareciera ahorcado es un claro mensaje mafioso. Otra suposición basada en ninguna prueba.
En el cuarto punto, concluye que Viroche no formalizó ninguna de sus denuncias ante las autoridades porque -otra vez supone Gómez- “tenía que ver con el secreto de confesión”.
“Como Jesús no se suicidó...”
En el quinto ítem el fiscal federal argumenta que “como Jesús no se suicidó tampoco lo hizo el padre Juan. Como Jesús ofrece su vida por sus amigos, también lo hace el padre Juan”.
Sin palabras.
En el sexto apartado, explica Gómez que es un error subestimar a localidades como Delfín Gallo o La Florida como centros de distribución y comercialización de drogas, porque allí funcionan organizaciones con estructuras mayores de las que se supone.
Otra vez, ninguna prueba que siquiera se aproxime a la muerte.
En el séptimo y último punto, Gómez dice que (enterado de la muerte) de inmediato se puso a ver los medios de comunicación y al ver que daban por hecho el suicidio se indignó, y que justo el canal TN le solicitó una entrevista (fue donde afirmó que se trataba de un homicidio).
Es decir, Gómez dijo que a Viroche lo mataron porque se indignó de que otros medios dieran por hecho el suicidio, algo que, por otro lado, desconocemos qué medio “dio por hecho” esa hipótesis, ya que el fiscal tampoco lo informa.
Como suposiciones de un creyente o de un vecino son válidas para afirmar que se trató de un crimen, pero como argumentos de un fiscal federal para decirlo ante los medios nacionales es gravísimo lo que hizo Gómez, de un nivel de irresponsabilidad escandaloso.
El caso no está cerrado y la Justicia debe investigar -como inferimos lo está haciendo- todas las hipótesis, sin descartar ni dar por sentada ninguna.
Cuando corresponda se informará todo lo que haya que informar, con subjetividad seguramente, pero con honestidad, seriedad y decencia, y aunque haya gente “que no quiera saber”.
En el momento en que un lector compra un diario, elige un noticiero de TV o de radio o hace click en una noticia en internet, se convierte en cónyuge de ese medio de comunicación, ya sea en un amante fugaz o bien hasta que la muerte los separe.
A partir de allí, la verdad noticiable pasa a ser un bien ganancial en esa nueva pareja que constituyen el lector y el medio, es decir, es una verdad compartida.
En el periodismo se sabe desde hace muchos años que un lector, en general, muchas veces no elige un diario por sus titulares o fotografías, ni por sus primicias o investigaciones; lo elige porque dice lo que él quiere escuchar.
Es lo que en 2004 el filósofo y periodista Miguel Wiñazki denominó “la noticia deseada”, libro de investigación donde con numerosos datos y fundamentos analiza cómo y por qué la opinión pública suele creer en historias de supuestos complots que los datos de la realidad contradicen.
“¿Qué pasa cuando la opinión pública rechaza la verdad?”, se pregunta Wiñazki. “Se levanta como un imperio la noticia deseada, la noticia que la opinión pública elige creer”.
Wiñazki afirma entonces que el montaje o la edición de una noticia no es un proceso gestado exclusivamente por los medios, sino también por las audiencias que la desean.
Y esto implica un enorme riesgo, porque muchos medios y periodistas ceden ante la tentación de informar lo que la gente espera escuchar y no lo que los hechos demuestran.
Lo que nadie quiere saber
En la misma línea, el periodista y escritor Martín Caparrós sostiene: “creo que periodismo es contar algo que nadie quiere saber”.
Opina Caparrós que antes la prensa escrita estaba más al resguardo del rating, lo que le permitía abstraerse con mayor facilidad de esa tiranía que sometía a la televisión y a la radio.
Hoy, con internet, cada click se mide hasta el infinito y también los medios escritos han sucumbido ante la masiva demanda del público, no de la verdad -aún de una aproximación-, sino de esa verdad que eligieron o desean creer.
Esta misma demagogia informativa comprende a muchos políticos, quienes con el solo fin de sumar seguidores o votos dicen lo que el pueblo quiere escuchar, aunque sea una gran mentira.
En los casos más convulsivos, escandalosos o impactantes es donde este fenómeno mediático se exaspera. “Yabrán está vivo” o “a Néstor lo mataron”, son dos ejemplos claros de la noticia deseada que no resiste el mínimo análisis.
A nivel local, “si no fuera por el fraude ganaba Cano”, es otro ejemplo de una noticia anhelada que se instaló como cierta para miles de tucumanos.
Y en algunos casos, cuando la realidad es muy dolorosa y se torna insoportable, es necesario matar al mensajero que no cumple con nuestros deseos: periodistas, fiscales, jueces, investigadores…
Viroche y la demagogia
La muerte del padre Juan Viroche se inscribe, lamentablemente, en este contexto de manipulación mediática y demagógica. Para un amplio sector de la sociedad el caso fue cosa juzgada desde el primer minuto, algo realmente peligroso, y todo aquel que no suscriba sin chistar a la hipótesis del homicidio “está comprado” o “amenazado”. Esta falacia paranoica y conspirativa es peligrosa porque implicaría que no quedan anticuerpos en nuestra sociedad: no hay una sola persona honesta. Una locura.
Esta idea se instaló en gran medida por la acción irresponsable de algunos periodistas locales, y más tarde porteños, que dieron por hecho la línea del crimen narco desde el principio, sin contar con una sola prueba, más que el dolorido testimonio de vecinos y familiares, conmovidos ante el supuesto suicidio de un religioso.
Se difundieron fotos y videos de la escena, presentados de manera artera como pruebas de una situación de forcejeo y pelea, como si el sacerdote se hubiera resistido, y mintiendo acerca de que Viroche tenía lesiones en el cuerpo. Todas las pericias, locales y foráneas, demostraron que esto no era cierto, que no hubo forcejeos ni peleas y que el cuerpo del cura no tenía marcas ni señales de violencia, salvo las de la horca.
Claro que el “crimen narco” vende mucho más y se ajusta a la noticia deseada, a lo que quiere creer la audiencia, estremecida por un hecho que es más sencillo negar que aceptar.
La verdad, aunque duela
En un editorial impecable sobre este caso, el diario La Nación ayer publicó: “Es lógico y comprensible que el común de la gente considere más creíbles las teorías conspirativas, en especial en nuestro país, donde en más de un caso la actuación judicial ha redundado en la fabricación de ‘historias oficiales’ para otorgar impunidad a los verdaderos culpables. Pero lo que resulta inadmisible es que importantes medios de prensa y altos funcionarios judiciales opten por la mentira en abono del sensacionalismo, sometiéndose a la creencia popular, hasta ahora errada en este caso.
La labor del periodismo jamás puede consistir en ofrecerle al público las noticias que éste quiere si ello implica mentir, tergiversar y parcializar la información para obtener una mayor audiencia.
Ese camino conduce a la mentira franca, que es una burla a la sociedad. Toda muerte es lamentable, y más aún aquellas producto de un homicidio y también de un suicidio. Toda muerte encierra un drama y el periodista que oculta el drama real para montar uno falso inventando héroes ficticios vuelve a victimizar a la víctima”.
“Las pruebas” de un fiscal federal
Más grave aún fue el comportamiento del fiscal federal Gustavo Gómez, quien desde el primer minuto, sin estar en la provincia y sin contar con prueba alguna, afirmó ante los medios que se trataba de un homicidio. Y sobre los dichos de Gómez, como es lógico, siendo un funcionario judicial, se basó un amplio sector de la sociedad para sostener la tesis del crimen narco.
Ahora Gómez le envió un escrito al fiscal de la causa, Diego López Ávila, argumentando cuáles fueron “las pruebas” por las que sostuvo -y ratifica- que a Viroche lo mataron. El texto consta de siete puntos argumentativos, a saber:
En el primero recuerda que el padre estaba siendo amenazado por sus denuncias contra la venta de drogas y la trata de personas. No prueba nada.
En el segundo punto revela que este día recibió un mensaje por WhatsApp donde otro sacerdote le decía: “Gustavo, hoy han encontrado muerto ahorcado al p. Juan Viroche en la iglesia de La Florida. Lo golpearon y lo colgaron en las escaleras del altillo de la sacristía”. Un simple mensaje de texto de un tercero que dice que lo “han encontrado”.
En el tercero, argumenta Gómez que como hay adictos al “paco” que se ahorcan, producto de la abstinencia, que Viroche apareciera ahorcado es un claro mensaje mafioso. Otra suposición basada en ninguna prueba.
En el cuarto punto, concluye que Viroche no formalizó ninguna de sus denuncias ante las autoridades porque -otra vez supone Gómez- “tenía que ver con el secreto de confesión”.
“Como Jesús no se suicidó...”
En el quinto ítem el fiscal federal argumenta que “como Jesús no se suicidó tampoco lo hizo el padre Juan. Como Jesús ofrece su vida por sus amigos, también lo hace el padre Juan”.
Sin palabras.
En el sexto apartado, explica Gómez que es un error subestimar a localidades como Delfín Gallo o La Florida como centros de distribución y comercialización de drogas, porque allí funcionan organizaciones con estructuras mayores de las que se supone.
Otra vez, ninguna prueba que siquiera se aproxime a la muerte.
En el séptimo y último punto, Gómez dice que (enterado de la muerte) de inmediato se puso a ver los medios de comunicación y al ver que daban por hecho el suicidio se indignó, y que justo el canal TN le solicitó una entrevista (fue donde afirmó que se trataba de un homicidio).
Es decir, Gómez dijo que a Viroche lo mataron porque se indignó de que otros medios dieran por hecho el suicidio, algo que, por otro lado, desconocemos qué medio “dio por hecho” esa hipótesis, ya que el fiscal tampoco lo informa.
Como suposiciones de un creyente o de un vecino son válidas para afirmar que se trató de un crimen, pero como argumentos de un fiscal federal para decirlo ante los medios nacionales es gravísimo lo que hizo Gómez, de un nivel de irresponsabilidad escandaloso.
El caso no está cerrado y la Justicia debe investigar -como inferimos lo está haciendo- todas las hipótesis, sin descartar ni dar por sentada ninguna.
Cuando corresponda se informará todo lo que haya que informar, con subjetividad seguramente, pero con honestidad, seriedad y decencia, y aunque haya gente “que no quiera saber”.
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Cura Juan Viroche
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