23 Octubre 2016
Algunas cosas han cambiado en la economía argentina, en este primer año de gestión. Pero en lo fundamental, sigue su rumbo decadente. Tomar a Chile como el ejemplo de la región, puede ayudar a observar lo lejos que la Argentina está de la ortodoxia económica que muchos ven en el macrismo, excepto los mismos ortodoxos. En numerosas oportunidades Mauricio Macri declaró su admiración hacia el modelo económico chileno. Es una hipótesis plausible que al Presidente le guste converger en aquel modelo chileno, alcanzando estabilidad monetaria, con un gobierno limitado a menos funciones y con una mayor apertura económica e inserción internacional. La convergencia, sin embargo, parece ser muy lejana, y los avances a lo largo de este 2016 parecen ser mínimos.
La admiración no sorprende cuando se analizan diversos indicadores. Existe cierta similitud al tomar el Producto Bruto Interno per cápita o el nivel de desempleo, pero las diferencias son notorias cuando se analiza el nivel de gasto público en relación al PBI (23% Chile vs 45% Argentina), déficit fiscal (2% vs 7%), el nivel de deuda sobre el PBI (17% vs 60%), Ranking Moodies (Aa3 vs B3), ubicación en el Ranking de competitividad (35 vs 106), lugar en el índice Doing business o “hacer negocios” del Banco Mundial (48 vs 121), Índice de Precios al Consumidor (4% vs 40%), nivel de exportaciones e importaciones en relación al PBI (30 % vs 12 %), entre otros.
Algunas de las medidas concretas que tomó este gobierno contribuyen en la convergencia de este modelo bajando la presión tributaria (se eliminaron y redujeron retenciones y se incrementó el mínimo no imponible del impuesto a las Ganancias), buscando reducir la inflación (bajando el ritmo de crecimiento de la oferta monetaria) y tratando de incrementar la apertura económica y la inserción internacional (eliminando primero el cepo, restableciendo el diálogo con acreedores externos y devolviendo al país las relaciones internacionales que le fueron negadas por más de una década, incluyendo la Alianza del Pacífico).
En donde no ha habido avances es en el frente fiscal. La economía argentina presenta hoy un elevado nivel de gasto público. ¿Bajo qué criterio se puede sostener que es “elevado”? Si lo comparamos, por ejemplo, con la recaudación tributaria, provocando un déficit que nos obliga a tener que acceder a otras fuentes de financiamiento. El kirchnerismo financió eso emitiendo dinero, lo que generó más inflación, y también accediendo a tomar deuda interna a través de los fondos de pensiones existentes en Anses, lo que complica el futuro previsional de la población económicamente activa.
El gobierno de Macri ha negado una y otra vez que vaya a ocurrir un ajuste durante su gobierno, lo que se convalida al observar el tamaño del gasto público. En lo que sí hubo leves cambios, es en la forma de financiarlo. Como explicamos más arriba, eliminó retenciones y redujo el mínimo de Ganancias, lo que permitió reducir levemente la presión tributaria; también redujo el ritmo de monetización del déficit fiscal para bajar la inflación el próximo año; pero continúa tomando fondos de la Anses en forma de deuda interna y ha buscado y sigue buscando cubrir la brecha que queda a través de deuda externa.
Si esta solución prevalece, lógicamente será temporal y estará condenada al fracaso. Ningún país puede lograr sostener estos niveles de déficit tomando deuda externa. Vale recordar el desenlace del menemismo por seguir esta receta. Lo que la economía argentina necesita es un fuerte ajuste fiscal que le permita reducir el porcentaje de empleo público del 20% actual al 10% que caracteriza a la media de la región, reduciendo también la presión tributaria que recae sobre las empresas y los consumidores a la mitad, continuando con la eliminación de diversos tributos, especialmente los más distorsivos. Por supuesto que alcanzar los niveles chilenos es algo lejano, pero sería deseable un plan integral de transición hacia ese objetivo.
La admiración no sorprende cuando se analizan diversos indicadores. Existe cierta similitud al tomar el Producto Bruto Interno per cápita o el nivel de desempleo, pero las diferencias son notorias cuando se analiza el nivel de gasto público en relación al PBI (23% Chile vs 45% Argentina), déficit fiscal (2% vs 7%), el nivel de deuda sobre el PBI (17% vs 60%), Ranking Moodies (Aa3 vs B3), ubicación en el Ranking de competitividad (35 vs 106), lugar en el índice Doing business o “hacer negocios” del Banco Mundial (48 vs 121), Índice de Precios al Consumidor (4% vs 40%), nivel de exportaciones e importaciones en relación al PBI (30 % vs 12 %), entre otros.
Algunas de las medidas concretas que tomó este gobierno contribuyen en la convergencia de este modelo bajando la presión tributaria (se eliminaron y redujeron retenciones y se incrementó el mínimo no imponible del impuesto a las Ganancias), buscando reducir la inflación (bajando el ritmo de crecimiento de la oferta monetaria) y tratando de incrementar la apertura económica y la inserción internacional (eliminando primero el cepo, restableciendo el diálogo con acreedores externos y devolviendo al país las relaciones internacionales que le fueron negadas por más de una década, incluyendo la Alianza del Pacífico).
En donde no ha habido avances es en el frente fiscal. La economía argentina presenta hoy un elevado nivel de gasto público. ¿Bajo qué criterio se puede sostener que es “elevado”? Si lo comparamos, por ejemplo, con la recaudación tributaria, provocando un déficit que nos obliga a tener que acceder a otras fuentes de financiamiento. El kirchnerismo financió eso emitiendo dinero, lo que generó más inflación, y también accediendo a tomar deuda interna a través de los fondos de pensiones existentes en Anses, lo que complica el futuro previsional de la población económicamente activa.
El gobierno de Macri ha negado una y otra vez que vaya a ocurrir un ajuste durante su gobierno, lo que se convalida al observar el tamaño del gasto público. En lo que sí hubo leves cambios, es en la forma de financiarlo. Como explicamos más arriba, eliminó retenciones y redujo el mínimo de Ganancias, lo que permitió reducir levemente la presión tributaria; también redujo el ritmo de monetización del déficit fiscal para bajar la inflación el próximo año; pero continúa tomando fondos de la Anses en forma de deuda interna y ha buscado y sigue buscando cubrir la brecha que queda a través de deuda externa.
Si esta solución prevalece, lógicamente será temporal y estará condenada al fracaso. Ningún país puede lograr sostener estos niveles de déficit tomando deuda externa. Vale recordar el desenlace del menemismo por seguir esta receta. Lo que la economía argentina necesita es un fuerte ajuste fiscal que le permita reducir el porcentaje de empleo público del 20% actual al 10% que caracteriza a la media de la región, reduciendo también la presión tributaria que recae sobre las empresas y los consumidores a la mitad, continuando con la eliminación de diversos tributos, especialmente los más distorsivos. Por supuesto que alcanzar los niveles chilenos es algo lejano, pero sería deseable un plan integral de transición hacia ese objetivo.