20 Octubre 2016
Las esperanzas de los pobladores de La Florida murieron con el padre Juan
“Era el único que se animaba a denunciar que estamos cada vez más perdidos”, aseguró el vecino Roque Saavedra. “Todos los reclamos que hacía el padre Juan son ciertos. Las autoridades no lo quieren ver”, agregó María Inés Pérez. El cura no sólo luchaba contra los que vendían drogas, sino que atendía en la parroquia a los adictos y a sus familiares. Pero desde su deceso, ese lugar cerró las puertas. Por eso en La Florida perdieron la esperanza.
RECUERDOS. El frente de la parroquia de Nuestra Señora del Valle es el lugar elegido por los tucumanos para rendirle homenaje al padre Viroche. la gaceta / foto de Analía Jaramillo
El clima está raro. El cielo se encapotó hace dos días y casi no ha parado de llover en La Florida. Llueve finito y las calles, ocupadas siempre por rastras cañeras, están llenas de barro. Desde lejos, a cualquier hora, se ve como una gran nuble blanca y gris. Es el humo que sale de las chimeneas del ingenio que lleva el mismo nombre del pueblo. La mañana del martes transcurre con lentitud de domingo. Unas pocas personas van y vienen con bolsas de mandados, hay un par de barrenderos limpiando.
Sobre el asfalto repleto de baches, algunas motos y bicicletas ponen movimiento a un tiempo que parece suspendido. Y por esas casualidades de la vida, hasta las agujas del reloj de la iglesia principal ya no giran más. Este lugar donde el padre Juan Viroche vivió los últimos años ya no es el mismo. La gente lo repite a viva voz: aquí no sólo se murió el sacerdote del pueblo. También empezaron a desvanecerse las esperanzas de un cambio.
“Era el único que se animaba a denunciar que estamos cada vez más perdidos. Que ya no podemos más de tanta inseguridad, que nuestros jóvenes se drogan y están idos porque no tienen futuro aquí, que estamos desprotegidos, olvidados”, dispara Roque Saavedra, que tiene un negocio a pocos metros de la capilla, ubicada en la avenida José María Landajo al 400. Por orden la de Justicia, la iglesia de altas paredes amarillas está cerrada. Eso no impide que cada tanto se acerque algún vecino, se persigne y pegue carteles con la imagen del padre Juan y frases que piden “Justicia” y “Seguridad”.
La Florida es una localidad centenaria. Ubicada en el departamento de Cruz Alta, tiene más de 6.000 habitantes según el último censo. Aunque las últimas cifras sanitarias indican que cuenta con 7.627 residentes. El pueblo fue fundado en 1913. Inicialmente, los primeros pobladores se instalaron hacia el oeste del ingenio La Florida. Varios años después se fue ampliando hacia el este, donde en la actualidad se encuentran varios de los barrios más vulnerables, caseríos y colonias; la más conocida de ellas es Luisiana.
“Con olor a oveja”
Precisamente en esa zona este es donde hoy más extrañan al padre Juan, quien había llegado a La Florida hace unos cinco años. Según cuentan los vecinos, desde los primeros días en el pueblo dejó en claro que era un “pastor con olor a oveja”.
“Era diferente; él estaba con el pobre”, resalta Alberto Romano, pastor de una iglesia evangelista. “Le gustaba mucho visitar las zonas más necesitadas. Venía a ver los chicos, les preguntaba si habían comido, les traía regalos, hacía chocolatadas”, cuenta Héctor Manuel Jiménez (68) que vive en una de las cortadas de ladrillo del pueblo, donde se ven las situaciones más críticas: pobreza, falta de recursos, desnutrición, desempleo.
“Todos los reclamos que hacía el padre Juan son ciertos. Las autoridades no lo quieren ver... esa es otra cosa”, exclama María Inés Pérez, que hace poco se mudó a un nuevo barrio, llamado Victorino, ubicado a pocos metros de la cancha de La Florida. “Entraron a mi casa para asaltarme, me golpearon. Estaba sola con mis hijos. Este pueblo hace rato dejó de ser lo que era. Se está poniendo muy feo... me gustaría mudarme”, expresa. Tiene 20 años. Su cara espigada, rasgos marcados, mejillas sonrosadas y mirada tímida. Vive en una casa a medio hacer. Desde el fondo de su vivienda se ven decenas de taperas de plástico. Son de familias que acaban de ocupar el predio.
La entrada de la droga, hace entre cinco y siete años, es lo que cambió la fisonomía de La Florida, sostienen los vecinos. Un pueblo en el que hay altos índices de desempleo, sin opotunidades para los jóvenes, los vendedores de drogas están encontrando “el mercado ideal”, coindicen. La mayor parte de los habitantes de la localidad vive del ingenio y de la comuna rural. Las familias son numerosas y con lo que ganan los padres no les alcanza para que sus hijos puedan continuar sus estudios cuando terminan el secundario. A estos adolescentes les quedan pocas opciones: hacer changas, viajar a otras provincias para las cosechas, o quedarse sin hacer nada, resume. Ella, que prefiere no identificarse, es agente sanitaria y conoce La Florida como la palma de su mano.
Tiene en las planillas la realidad de su pueblo. Y habla desde el dolor. Según dice, hay mucha pobreza, embarazos adolescentes, adicciones, desempleo. “Muchísima gente se está instalando en asentamientos. Vienen desde Alderetes y de otras localidades”, describe la mujer.
Muestra los números. Las cifras son frías, dice. Pero son tan reales. Sobre un total de 4.859 mayores de 21 años, casi un 23% tienen la primaria incompleta. Sólo un 26% (1.279 personas) tienen puestos fijos de trabajo. Son subocupados un 25% y hay 832 desempleados. El resto son jubilados.
Los males respiratorios, la hipertensión y la diabetes son las patologías que más afectan a los lugareños. En realidad, esto es lo que se ve. Del total de los habitantes del área correspondiente al CAPS La Florida (7.627), la franja de los jóvenes (son 1.950, que tienen entre 12 y 24 años) es una de las más vulnerables: porque ellos ni siquiera se acercan a solicitar ayuda.
Derivaciones a la capital
Por los constantes pedidos de los padres de adictos y del religioso Viroche, desde hace unas semanas se incorporó una psicóloga. La información fue confirmada por el jefe del centro asistencial, doctor Angel González Abeldaño. Es el médico del pueblo desde hace casi dos décadas. Cuenta que hace un año y medio empezó a recibir inquietudes de los padres por casos de adicciones. “Es una situación muy preocupante. Nosotros los derivamos a centros de referencia en esta problemática, en la capital, no podemos hacer más”, explica.
En la escuela media de La Florida también la situación les aflige. Allí, donde concurren 610 adolescentes de la zona, desde hace un tiempo a esta parte han tenido que ayudar a varios alumnos que tenían problemas de adicciones. De hecho, en la institución trabajan dos psicólogas y tienen talleres de contención social.
“Vemos problemáticas muy fuertes, no sólo relacionadas a las drogas, sino también al desempleo, a la violencia. Tratamos de acompañarlos en sus angustias, de darles oficios; sabemos que cuando salen de aquí no tienen muchas expectativas”, describe la subdirectora, Mercedes García.
En las calles, en la escuela, en el CAPS, en la iglesia. En cada rincón de La Florida nadie sospecha que la muerte del padre Juan esté relacionada con cuestiones sentimentales. El religioso los ayudó a hacer visibles todos sus reclamos. Eso es lo único que ellos creen. Y tienen impotencia. Dolor. Miedo. La sensación de que después de que pase el luto, jamás podrán salir del olvido. “¿Será tal vez como dice el refrán: muerto el perro, se acaba la rabia?”, se pregunta Saavedra.
Sobre el asfalto repleto de baches, algunas motos y bicicletas ponen movimiento a un tiempo que parece suspendido. Y por esas casualidades de la vida, hasta las agujas del reloj de la iglesia principal ya no giran más. Este lugar donde el padre Juan Viroche vivió los últimos años ya no es el mismo. La gente lo repite a viva voz: aquí no sólo se murió el sacerdote del pueblo. También empezaron a desvanecerse las esperanzas de un cambio.
“Era el único que se animaba a denunciar que estamos cada vez más perdidos. Que ya no podemos más de tanta inseguridad, que nuestros jóvenes se drogan y están idos porque no tienen futuro aquí, que estamos desprotegidos, olvidados”, dispara Roque Saavedra, que tiene un negocio a pocos metros de la capilla, ubicada en la avenida José María Landajo al 400. Por orden la de Justicia, la iglesia de altas paredes amarillas está cerrada. Eso no impide que cada tanto se acerque algún vecino, se persigne y pegue carteles con la imagen del padre Juan y frases que piden “Justicia” y “Seguridad”.
La Florida es una localidad centenaria. Ubicada en el departamento de Cruz Alta, tiene más de 6.000 habitantes según el último censo. Aunque las últimas cifras sanitarias indican que cuenta con 7.627 residentes. El pueblo fue fundado en 1913. Inicialmente, los primeros pobladores se instalaron hacia el oeste del ingenio La Florida. Varios años después se fue ampliando hacia el este, donde en la actualidad se encuentran varios de los barrios más vulnerables, caseríos y colonias; la más conocida de ellas es Luisiana.
“Con olor a oveja”
Precisamente en esa zona este es donde hoy más extrañan al padre Juan, quien había llegado a La Florida hace unos cinco años. Según cuentan los vecinos, desde los primeros días en el pueblo dejó en claro que era un “pastor con olor a oveja”.
“Era diferente; él estaba con el pobre”, resalta Alberto Romano, pastor de una iglesia evangelista. “Le gustaba mucho visitar las zonas más necesitadas. Venía a ver los chicos, les preguntaba si habían comido, les traía regalos, hacía chocolatadas”, cuenta Héctor Manuel Jiménez (68) que vive en una de las cortadas de ladrillo del pueblo, donde se ven las situaciones más críticas: pobreza, falta de recursos, desnutrición, desempleo.
“Todos los reclamos que hacía el padre Juan son ciertos. Las autoridades no lo quieren ver... esa es otra cosa”, exclama María Inés Pérez, que hace poco se mudó a un nuevo barrio, llamado Victorino, ubicado a pocos metros de la cancha de La Florida. “Entraron a mi casa para asaltarme, me golpearon. Estaba sola con mis hijos. Este pueblo hace rato dejó de ser lo que era. Se está poniendo muy feo... me gustaría mudarme”, expresa. Tiene 20 años. Su cara espigada, rasgos marcados, mejillas sonrosadas y mirada tímida. Vive en una casa a medio hacer. Desde el fondo de su vivienda se ven decenas de taperas de plástico. Son de familias que acaban de ocupar el predio.
La entrada de la droga, hace entre cinco y siete años, es lo que cambió la fisonomía de La Florida, sostienen los vecinos. Un pueblo en el que hay altos índices de desempleo, sin opotunidades para los jóvenes, los vendedores de drogas están encontrando “el mercado ideal”, coindicen. La mayor parte de los habitantes de la localidad vive del ingenio y de la comuna rural. Las familias son numerosas y con lo que ganan los padres no les alcanza para que sus hijos puedan continuar sus estudios cuando terminan el secundario. A estos adolescentes les quedan pocas opciones: hacer changas, viajar a otras provincias para las cosechas, o quedarse sin hacer nada, resume. Ella, que prefiere no identificarse, es agente sanitaria y conoce La Florida como la palma de su mano.
Tiene en las planillas la realidad de su pueblo. Y habla desde el dolor. Según dice, hay mucha pobreza, embarazos adolescentes, adicciones, desempleo. “Muchísima gente se está instalando en asentamientos. Vienen desde Alderetes y de otras localidades”, describe la mujer.
Muestra los números. Las cifras son frías, dice. Pero son tan reales. Sobre un total de 4.859 mayores de 21 años, casi un 23% tienen la primaria incompleta. Sólo un 26% (1.279 personas) tienen puestos fijos de trabajo. Son subocupados un 25% y hay 832 desempleados. El resto son jubilados.
Los males respiratorios, la hipertensión y la diabetes son las patologías que más afectan a los lugareños. En realidad, esto es lo que se ve. Del total de los habitantes del área correspondiente al CAPS La Florida (7.627), la franja de los jóvenes (son 1.950, que tienen entre 12 y 24 años) es una de las más vulnerables: porque ellos ni siquiera se acercan a solicitar ayuda.
Derivaciones a la capital
Por los constantes pedidos de los padres de adictos y del religioso Viroche, desde hace unas semanas se incorporó una psicóloga. La información fue confirmada por el jefe del centro asistencial, doctor Angel González Abeldaño. Es el médico del pueblo desde hace casi dos décadas. Cuenta que hace un año y medio empezó a recibir inquietudes de los padres por casos de adicciones. “Es una situación muy preocupante. Nosotros los derivamos a centros de referencia en esta problemática, en la capital, no podemos hacer más”, explica.
En la escuela media de La Florida también la situación les aflige. Allí, donde concurren 610 adolescentes de la zona, desde hace un tiempo a esta parte han tenido que ayudar a varios alumnos que tenían problemas de adicciones. De hecho, en la institución trabajan dos psicólogas y tienen talleres de contención social.
“Vemos problemáticas muy fuertes, no sólo relacionadas a las drogas, sino también al desempleo, a la violencia. Tratamos de acompañarlos en sus angustias, de darles oficios; sabemos que cuando salen de aquí no tienen muchas expectativas”, describe la subdirectora, Mercedes García.
En las calles, en la escuela, en el CAPS, en la iglesia. En cada rincón de La Florida nadie sospecha que la muerte del padre Juan esté relacionada con cuestiones sentimentales. El religioso los ayudó a hacer visibles todos sus reclamos. Eso es lo único que ellos creen. Y tienen impotencia. Dolor. Miedo. La sensación de que después de que pase el luto, jamás podrán salir del olvido. “¿Será tal vez como dice el refrán: muerto el perro, se acaba la rabia?”, se pregunta Saavedra.
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