20 Octubre 2016
Emanuel esconde la mirada bajo una gorra negra. Tiene el cuerpo magro, la sonrisa pícara. Es un niño juguetón, por más de que el martes ha cumplido los 21 años. Es uno de los tantos jóvenes a los que el padre Juan Viroche ayudó para que pudiera recuperarse de su adicción a la droga, y que hoy han quedado a la deriva porque tanto ellos como sus padres ya no saben a quién recurrir. El grupo que funcionaba en la parroquia de La Florida no se volvió a reunir y su continuidad es una incógnita, según contó Natalia, de 58 años, una de las coordinadoras de la agrupación que llaman “Militando por la Vida”.
“Esto había comenzado a funcionar hace un par de años, por el pedido desesperado de muchas madres que no sabían dónde buscar ayuda para sus hijos adictos. Formamos un grupo para padres y otro para los chicos. En los casos que se requería un tratamiento más profundo, el padre Juan les recomendaba que busquen ayuda en una fundación de Alderetes, que se llama Remar. La verdad es que la situación se estaba poniendo cada vez peor porque teníamos muchos casos, y antes empezaban a consumir a los 18 años, pero ahora arrancan a los 11. Aquí en La Florida la juventud está a la deriva. No hay políticas sociales que contengan a los jóvenes. Falta educación, salud y trabajo”, señaló la experta, que no quiso dar su apellido.
Natalia vive a pocos metros de la parroquia y de uno de los barrios que más preocupaban al padre Juan: El Bosque. Se trata de un caserío ubicado a 100 metros del ingenio La Florida. Algunas son viviendas de material, otras de madera con techo de plástico. Tiene una calle principal y muchos pasadizos de tierra húmeda y pozos de aguas grisáceas que las lluvias dejan siempre como recuerdo. Casi no hay veredas, tampoco árboles.
La casa de Emanuel se destaca. Porque la puerta está siempre abierta. Porque es la única pintada de color lila. Son las 11 de la mañana. El joven se acaba de despertar. En un rato probablemente consiga hacer una changa (cortar el pasto) para después arrancar la ronda con sus amigos de la zona. Irá a buscar quién le venda algunas pastillas y pasta base. Hizo un tratamiento en Santa Fe, en una granja religiosa, pero se volvió porque extrañaba a su familia. Pensaba que iba a encontrar trabajo y que le diría adiós para siempre a la droga. No fue así. “Igual ahora no estoy tan enganchado. Consumo un poco y ya me vengo a casa”, confiesa el joven, que dejó la escuela a los 13 años, pero que sueña con retomar los estudios. Para eso, quiere estar bien.
Emanuel cuenta -con un tono picaresco- que empezó a consumir drogas por curiosidad, porque muchos de sus amigos del barrio lo hacían. El tenía 11 años. Después de probar la pasta base quedó totalmente “pegado”, dice. “Es un infierno”, relata el muchacho, ante los ojos de su padre, Severo Medina (59).
Con un dejo de resignación, Severo cuenta que su hijo ya pasó por varias internaciones y no puede salir. “El problema de él es el de todos los chicos acá. No tienen ocupación, no tienen futuro. Me cansé de pedir ayuda en la comuna, que le den un puesto. Pero no consigo. Ahora había salido la oportunidad de que se fuera a trabajar a la cosecha en Mendoza, pero no me alcanzó la plata para el pasaje”, relata el papá, que es empleado de la comuna y tiene otros dos hijos a cargo.
Según el testimonio de Emanuel, al igual que contaron otros chicos que van a la iglesia, es muy fácil conseguir drogas en La Florida. “Las venden como caramelos”, describe. Sin embargo, cuenta que en el pueblo no hay narcos comercializando sustancias. Son “soldaditos “de los transas que están en Alderetes o La Banda, y que llevan sustancias a pedido de los jóvenes.
“El padre Juan nos orientaba mucho a los padres, que estábamos desesperados, que nos sabíamos qué hacer. Ahora quedamos a la deriva”, explica Severo.
María Elena “La Rubia” Soraire (53) es otra de las mamás de El Bosque que reza cada noche para que su hijo, que está internado en Córdoba, pueda recuperarse . “Mi hijo era un gran bailarín de folclore. Se destacaba siempre. No se cómo cayó en esto. Me robaba de todo en la casa para poder comprar drogas. Estuvo muy mal. Pensar que me vine de Alderetes a La Florida porque la cosa se estaba poniendo fea allá. Y ahora aquí el panorama es horrible. No veo que haya controles, que se persiga a los vendedores de droga. Estoy preocupada; no se qué va a pasar cuando mi hijo vuelva. Si no consigue trabajo o algo que hacer corre mucho peligro. Aquí la mayoría de los chicos cae en la droga”, resume la mujer.
“Esto había comenzado a funcionar hace un par de años, por el pedido desesperado de muchas madres que no sabían dónde buscar ayuda para sus hijos adictos. Formamos un grupo para padres y otro para los chicos. En los casos que se requería un tratamiento más profundo, el padre Juan les recomendaba que busquen ayuda en una fundación de Alderetes, que se llama Remar. La verdad es que la situación se estaba poniendo cada vez peor porque teníamos muchos casos, y antes empezaban a consumir a los 18 años, pero ahora arrancan a los 11. Aquí en La Florida la juventud está a la deriva. No hay políticas sociales que contengan a los jóvenes. Falta educación, salud y trabajo”, señaló la experta, que no quiso dar su apellido.
Natalia vive a pocos metros de la parroquia y de uno de los barrios que más preocupaban al padre Juan: El Bosque. Se trata de un caserío ubicado a 100 metros del ingenio La Florida. Algunas son viviendas de material, otras de madera con techo de plástico. Tiene una calle principal y muchos pasadizos de tierra húmeda y pozos de aguas grisáceas que las lluvias dejan siempre como recuerdo. Casi no hay veredas, tampoco árboles.
La casa de Emanuel se destaca. Porque la puerta está siempre abierta. Porque es la única pintada de color lila. Son las 11 de la mañana. El joven se acaba de despertar. En un rato probablemente consiga hacer una changa (cortar el pasto) para después arrancar la ronda con sus amigos de la zona. Irá a buscar quién le venda algunas pastillas y pasta base. Hizo un tratamiento en Santa Fe, en una granja religiosa, pero se volvió porque extrañaba a su familia. Pensaba que iba a encontrar trabajo y que le diría adiós para siempre a la droga. No fue así. “Igual ahora no estoy tan enganchado. Consumo un poco y ya me vengo a casa”, confiesa el joven, que dejó la escuela a los 13 años, pero que sueña con retomar los estudios. Para eso, quiere estar bien.
Emanuel cuenta -con un tono picaresco- que empezó a consumir drogas por curiosidad, porque muchos de sus amigos del barrio lo hacían. El tenía 11 años. Después de probar la pasta base quedó totalmente “pegado”, dice. “Es un infierno”, relata el muchacho, ante los ojos de su padre, Severo Medina (59).
Con un dejo de resignación, Severo cuenta que su hijo ya pasó por varias internaciones y no puede salir. “El problema de él es el de todos los chicos acá. No tienen ocupación, no tienen futuro. Me cansé de pedir ayuda en la comuna, que le den un puesto. Pero no consigo. Ahora había salido la oportunidad de que se fuera a trabajar a la cosecha en Mendoza, pero no me alcanzó la plata para el pasaje”, relata el papá, que es empleado de la comuna y tiene otros dos hijos a cargo.
Según el testimonio de Emanuel, al igual que contaron otros chicos que van a la iglesia, es muy fácil conseguir drogas en La Florida. “Las venden como caramelos”, describe. Sin embargo, cuenta que en el pueblo no hay narcos comercializando sustancias. Son “soldaditos “de los transas que están en Alderetes o La Banda, y que llevan sustancias a pedido de los jóvenes.
“El padre Juan nos orientaba mucho a los padres, que estábamos desesperados, que nos sabíamos qué hacer. Ahora quedamos a la deriva”, explica Severo.
María Elena “La Rubia” Soraire (53) es otra de las mamás de El Bosque que reza cada noche para que su hijo, que está internado en Córdoba, pueda recuperarse . “Mi hijo era un gran bailarín de folclore. Se destacaba siempre. No se cómo cayó en esto. Me robaba de todo en la casa para poder comprar drogas. Estuvo muy mal. Pensar que me vine de Alderetes a La Florida porque la cosa se estaba poniendo fea allá. Y ahora aquí el panorama es horrible. No veo que haya controles, que se persiga a los vendedores de droga. Estoy preocupada; no se qué va a pasar cuando mi hijo vuelva. Si no consigue trabajo o algo que hacer corre mucho peligro. Aquí la mayoría de los chicos cae en la droga”, resume la mujer.
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