Por Roberto Delgado
06 Octubre 2016
TRISTEZA. Seminaristas, durante el velorio del cura Viroche. LA GACETA / FOTO DE JORGE OLMOS SGROSSO
La muerte del cura Juan Viroche saca a luz el descreimiento ciudadano frente a la capacidad del Estado de dar respuestas a la inseguridad, la injusticia y el crecimiento acelerado del narcotráfico. Su extraño deceso hizo pensar de entrada en la muerte del fiscal Alberto Nisman (un suicidio que sigue dejando dudas porque cuestionaba lo más alto del poder político). El padre Juan, cuando hacía misa en la calle para pedir a Dios para terminar con los robos y la droga, era la única institución que salía a dar respuestas mientras las otras instituciones (Policía, comuna, CAPS) hacían agua. Después de la recordada misa del 15 de diciembre la Policía dijo que no tenía elementos para brindar seguridad. Luego vendrían la muerte a golpes de un joven -el 15 de agosto- y la fuga de un supuesto narco de la comisaría de Delfín Gallo. "No soy profeta de calamidades pero esto está poniéndose muy feo", dijo en Facebook el religioso. Hace una semana había reclamado en la Legislatura contra el delegado comunal de La Florida por persecución a obreros en esa localidad.
Por ello, la hipótesis del suicidio -que es lo más firme, según las pericias- agrede la imagen del cura que conjugaba una figura de defensor de la comunidad y de paño de lágrimas de los problemas que en vez de solucionarse aumentaban a causa de la pésima gestión de las instituciones (cúpula eclesiástica incluida: por eso el reclamo de ayer al mismo arzobispo). Y aunque se probara que fue un suicidio, inmediatamente la tendencia sería explicarlo con la tragedia de otro héroe de la sociedad, René Favaloro: se mató por la perversidad de un sistema injusto.
En ese contexto, la investigación sobre un suicidio por causas sentimentales no podría encajar. Rompería con la figura pública salvadora cuya vida privada poco importaría frente a la enormidad de los problemas de los que se hacía cargo. Es casi decir que poco importa la verdad, si esta desmitifica al héroe y deja a la comunidad despojada de su única tabla de salvación. Porque lo único cierto es que ahora todos se han quedado solos.
Por ello, la hipótesis del suicidio -que es lo más firme, según las pericias- agrede la imagen del cura que conjugaba una figura de defensor de la comunidad y de paño de lágrimas de los problemas que en vez de solucionarse aumentaban a causa de la pésima gestión de las instituciones (cúpula eclesiástica incluida: por eso el reclamo de ayer al mismo arzobispo). Y aunque se probara que fue un suicidio, inmediatamente la tendencia sería explicarlo con la tragedia de otro héroe de la sociedad, René Favaloro: se mató por la perversidad de un sistema injusto.
En ese contexto, la investigación sobre un suicidio por causas sentimentales no podría encajar. Rompería con la figura pública salvadora cuya vida privada poco importaría frente a la enormidad de los problemas de los que se hacía cargo. Es casi decir que poco importa la verdad, si esta desmitifica al héroe y deja a la comunidad despojada de su única tabla de salvación. Porque lo único cierto es que ahora todos se han quedado solos.
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